Durante siete años Juan José Herrera quiso ahorrar los cinco millones noventa mil pesos que le costaba un pasaje hasta Guangzhou en la China, el lugar en donde Ismael Enrique Arciniegas, su padre, estaba recluido desde el 2010 detenido por ingresar a la China cuatro kilos de cocaína. Su trabajo de tatuador nunca le dio demasiado así que se resignó a su suerte.
Uno de los primeros recuerdos que tiene suyos fue verlo frente a una máquina de escribir. Había sido periodista y con su hermano Luis Germán fundaron la revista Cali 71 para cubrir los Juegos Panamericanos. Siguió con la publicidad y a comienzos la década del 80 se enfrascó en la investigación que le cambiaría la vida: Guerra Satánica, un viaje al interior del Cartel de Cali. El lujo de los capos lo deslumbró; las piscinas, las lámparas de cristal que caían iluminantes desde los techos y entonces la droga entró en su vida como un ave carroñera. No solo atrapó a su padre sino algo peor, se llevó con una sobredosis María del Socorro Herrera, su mamá, cuando él solo tenía dos años y luego a su hermano Daniel Enrique quien terminó asesinado hace cinco años y su tío Luis German terminó también apresado en Hong Kong por intentar meter al país un paquete con un kilo de cocaína. Lo condenaron a 12 años de prisión. Moriría dos años después de un derrame cerebral. Su papá, como se sabe, cayó en Guangzhou con cuatro kilos de cocaína y el gobierno chino no lo perdonó.
Estuvo perdido durante un año hasta que el consulado de Colombia en Beijing le entregó la primera carta: entonces supo la verdad. En un intento por ganarse USD 5.000 había caído como una mula colombiana más en la inmigración del aeropuerto con cuatro kilos de coca. Sus días transcurrían en una oscura prisión amarrado a la cama, lo dejaban bañar tres veces por semana, tenía una hora de sol al día y la letrina estaba casi siempre llena. Sus problemas respiratorios empezaron a agravarse en los primeros meses. Ayer lo despidió en una llamada telefónica. La única vez que pudo oírle la voz en los seis años de prisión. Lo logró solo unos minutos antes de que la inyección letal perforara sus venas. Lo escuchó tranquilo, terminaba un sufrimiento prolongado y sin futuro. Lo recordara todos los días con el tatuaje que lleva en el pecho y un festivas que honrara su nombre Ismael Enrique Arciniegas –homónimo del poeta- con un festival de cultura.
Desde el 2011 la cancillería colombiana intentó conmutar la pena algo que nunca pudo conseguir: para los chinos cinco kilos de cocaína, cualquier cantidad que superar los 50 gramos tendría un castigo mortal. En Guangzhou permanecen 88 de los 163 colombianos presos por narcotráficos en China que esperan una sentencia sin derecho a medicamentos, que comen sopa con pastas y acceden a una barra de jabón si logran pagar $ 300 mil mensuales; malviven sin idioma, con un contacto humano reducido al de una colombiana que los visita periódicamente.
Se despidió de él públicamente en Facebook: El legado de un grande. Chao viejo nos vemos pronto me deja tranquilo el saber cómo tomas esto tan duro. Me dejas muchos valores como persona y una gran enseñanza de vida. Un guerrero, un luchador, un ídolo para un país entero quien se unió en oración por tu alma”.