La educación en Colombia siempre ha tenido sus defensores a lo largo de la historia, pero pocos de ellos han sido los gobiernos de turno. En efecto, esta falta de atención e inyección económica ha promovido lo que hoy llaman los expertos "brecha educativa". Para el 2020, la inversión total en educación asciende a los 44,1 billones de pesos. Esto significa un crecimiento real del 11 % frente al 2018, en el que fue de 38,5 billones de pesos. Un aumento considerable frente a la situación con el COVID-19. ¿Pero la educación en las escuelas ha mejorado?, ¿con el COVID-19 esta brecha se ha abierto más?
Hoy el Ministerio de Educación y los expertos en Colombia advierten y aconsejan que es necesario regresar a las escuelas de inmediato, porque la brecha que existe se podría abrir aún más. Ellos están estudiando los mecanismos para regresar, pero me atrevo a afirmar que en unos meses no podrán cerrar la boca de este monstruo, que ya ha ganado fuerza con el tiempo. No sé cuál es la intención, pero puedo asegurar que no es la de velar por la vida de los estudiantes.
Por otro lado, Rafael de Hoyos, economista principal en el Departamento de Educación para América Latina y el Caribe del Banco Mundial, dijo: “Los niños están yendo a la escuela, pero no están aprendiendo”. Como he dicho, la educación no se puede salvar regresando a clases. Anteriormente se hacía y no pasaba nada. Hoy hay que buscar alternativas que tengan en cuenta las condiciones de cada estudiante, la cualificación de cada docente, y sobre todo la infraestructura y los recursos que maneja el colegio, que son muy importantes para el libre desarrollo de conocimiento de los estudiantes. En definitiva, solo así podremos hablar del cierre de la brecha educativa en Colombia.
La educación del año pasado y el actual son dos formas de aprender muy diferentes y el factor que las separa es la virtualidad. El año pasado los estudiantes realizaban sus clases presenciales, el docente estaba allí para aclarar cualquier inquietud y además hacerlas de manera grupal. Este año, por necesidad, aterrizamos en nuestras casas, con miedo por el contagio del COVID-19, y la educación de igual manera. Esta forma de aprender a través del teléfono y los privilegiados por portátiles o computadores de mesa se dio sin el menor aviso. Los estudiantes de escasos recursos vivieron crisis económicas, los docentes que son apáticos a la tecnología vivieron una odisea. En fin, cada uno cargó su cruz hasta donde pudo.
Esta eventualidad de cosas que ha vivido el mundo, de algún cierto modo, nos hicieron más humanos y aclararon ciertas cosas. Hoy la familia está más unida y el mundo natural pudo descansar de los merecedores unos meses. La educación y la salud en Colombia quedaron desnudas frente a esta situación. Nada pudieron hacer para esconder su ineptitud. Y lo importante es que ahora todos lo saben.
En consecuencia, este año que para muchos ha sido malo y nefasto, para otros ha sido una prueba y un desafío muy importante. Para mí, como docente, lo considero un laboratorio donde muchas cosas se han mezclado y todavía hoy (23/08/2020) no ha salido ninguna solución. Lo que sí es cierto es que el resultado de esa solución a muchos no les gustará. Y en el caso de la educación, esta tiene que evolucionar.
