Comienzan a salir las recomendaciones de la Comisión de Sabios convocada por el Gobierno Nacional para fijar el rumbo que debe tomar Colombia para convertirse en un país próspero, equitativo y con libertades públicas. Rico y demócrata, diría algún sabio, a sabiendas de que han sido dos cosas muy difíciles de conseguir al mismo tiempo.
Los sabios son muchos, en diversas áreas. Asesorados en cada una por otros sabios. Es decir, la posibilidad de que sus recomendaciones sean sabias y realistas se multiplican. El grupo de Ciencias Sociales para el Desarrollo Humano y la Equidad, a través de Clemente Forero su director, ha encontrado que la educación y la innovación son la claves para el crecimiento con equidad, lo cual no es precisamente un descubrimiento sino la corroboración de casos exitosos y repetibles de distintas latitudes.
Proponen cosas sabiamente simples: en educación, que se debe mejorar el nivel de los maestros, reviviendo las antiguas normales y fortaleciendo las facultades de pedagogía en las universidades, y en innovación, que la economía se libere de su dependencia de hidrocarburos y se estimule la innovación con base en la ciencia. Todo ello santo y bueno.
Quizás si siguen pensando sobre la materia, se les ocurra que en el campo donde más hay que innovar es en la educación.
El argumento para sostenerlo es de una simpleza absoluta, no carente de elegancia conceptual: si estamos en la sociedad del conocimiento y éste es la clave del funcionamiento de la sociedad moderna, hay que educar a las personas en el manejo de los sofisticados instrumentos tecnológicos que dan acceso a esa sociedad. Y es evidente que el sector educativo, desde el jardín infantil hasta el doctorado, adolece de esa capacidad. O para decirlo de una manera cruel: sólo una minoría de la población que tiene acceso a colegios y universidades de élite, adquiere esos instrumentos, perpetuando la inequidad.
Para usar una imagen gráfica, el conocimiento científico (y la correspondiente innovación) van por el ascensor, y el sistema educativo por las escaleras. Así que el esfuerzo gigantesco por mejorar la calidad de la educación y extenderla en todos los niveles, termina produciendo muchos ciudadanos titulados que no están adecuadamente habilitados para incorporarse al mundo moderno del trabajo, no sólo en el sector productivo sino también en el sector social o en el gubernamental.
Por supuesto que hay que educar a los maestros en esas nuevas técnicas y en esas nuevas éticas. En un primer paso, para que alcancen las experticias que ya tienen sus alumnos, miembros de generaciones que han nacido con televisores, computadores y celulares en sus manos, casi más inteligentes que cualquiera. Y luego para enseñarles sus posibilidades creativas y sus límites, que es donde realmente está el papel eterno del maestro, desde tiempos de la academia de Platón: la orientación del discípulo para que aprenda a pensar, a tomar decisiones éticamente correctas, a empezar de nuevo cuando la realidad ha sobrepasado sus conocimientos.
Hay sectores de la población colombiana completamente marginados
de un proceso educativo moderno,
cuando en el mundo se habla de inteligencia artificial y tecnología 5G
Cuando se habla de la nueva ley de TIC, que regula el sector de tecnologías de la información y las comunicaciones, se dice que su principal propósito es llevarlas a las zonas rurales que no están conectadas a ellas. Un propósito excelente pero que revela hasta qué punto hay sectores de la población colombiana completamente marginados de un proceso educativo moderno, cuando en el resto del mundo se habla de la inteligencia artificial y de la tecnología 5G, fuera de los cuales no hay salvación. Y en las zonas deprimidas de las grandes ciudades sucede lo mismo. Es la brecha tecnológica e idiomática lo que nos mata y es enseñar esos nuevos lenguajes lo que nos redimirá.
Es pues en la educación donde hay que innovar primero si se quiere ese país moderno y equitativo. Y no solo se trata de innovaciones materiales o tecnológicas sino también humanísticas, porque lo que cambia con las grandes innovaciones tecnológicas es otra manera de entender al mundo y de vivir en él.
Stephen Schwarzman, norteamericano fundador de Blackstone acaba de hacer una donación de 150 millones de libras esterlinas a la Universidad de Oxford, la donación más grande hasta la fecha a una universidad del Reino Unido, destinada a fomentar los estudios de ética en el campo de la inteligencia artificial y a crear un centro de excelencia en humanidades que incluirá estudios en inglés, música e historia. Así es como se innova en educación, con plata, con generosidad, con visión de futuro.