Uno tiene derecho a sentir dolor, congoja, incredulidad, rabia. Pero también tiene el DEBER, con letras mayúsculas, de levantarse y continuar su camino hacia la paz, hasta encontrarla, porque “…La paz es el camino” como decía Gandhi.
Este 2 de octubre, luego de las elecciones del plebiscito, renombré a Colombia como: ‘desasosiego’, porque esa palabra, tan compleja en su sentir, era lo que me producía en ese momento este país, indolente con sus víctimas y negativo con el futuro.
Pero nosotros como promotores de la paz, de lo positivo y de la reconciliación, no podemos cesar en nuestro empeño y adentrarnos en la ergástula, en la zozobra, en la desconfianza, en la desazón; porque la paz es luz, y esa debe ser la sintonía en la que debemos mantenernos.
Por eso decidí reconciliarme con la tristeza, para dejarla ir y permitir que me invada la confianza, sin triunfalismos, sino con la idea férrea de que los colombianos, SÍ podemos reconciliarnos.
En este país hay miles de personas buenas que votaron por el NO, lo hicieron tal vez, incitados por la desinformación y por el temor a creer, y no por “mala gente”; si en alguna ocasión pensé o dije que era por esto último, lo lamento, porque son mis paisanos y en vez de juzgar, es preferible educar.
La educación fue precisamente lo que hizo falta en este camino al plebiscito; en un mes es prácticamente imposible erradicar medio siglo de nefastos recuerdos. Darle la vuelta al chip y lograr la reconciliación, no se logra de la noche a la mañana. Creo que los que somos más susceptibles a perdonar rápidamente, le exigimos demasiado a quienes no tienen esta capacidad, y quisimos que lo hicieran ya; cuando el perdón es un proceso propio, que cada quien maneja a su ritmo, y sin presiones.
Tengo la certeza de que en general, los colombianos somos personas nobles, pero nos falta pedagogía para volvernos más sensibles al dolor ajeno, para poder sentir, no desde el mío, sino desde el sentir de mi hermano, que sufre un dolor que no quiere y tampoco merece. Es ir más allá del cascarón que vemos y adentrarnos en su corazón.
Debemos continuar desde nuestro hogar, desde nuestros trabajos, desde los parques, en las calles, en cualquier lado, haciendo pedagogía de paz, con pasión sí, pero sin apasionamientos, más bien con amor, porque esta es la única manera de llegar a los indiferentes y de remendar los corazones rotos de quienes aún sienten rabia con quienes fueron los hacedores de la violencia. Debemos hacer pedagogía de la paz, porque estamos a tiempo de reencausar la historia, argumentando la verdad.
Los exhorto a que nos reconciliemos con la tristeza, con el odio y el miedo, porque la reconciliación es empezar a cicatrizar el alma. Demosle campo a la esperanza, hemos demostrado ser resilientes, y merecemos la oportunidad de levantarnos, al fin, fuertes y libres.
Apenas estamos cerrando un capítulo oscuro de la historia de Colombia, ¡claro que podemos llorar!, es así, a través de las lágrimas, que se logra descongelar el dolor. A quienes sienten desconfianza, tómense su tiempo, llegará el momento de sanar. Bien lo dice el adagio popular: “de las carreras, no queda sino el cansancio”.