La educación en tiempos de coronavirus

La educación en tiempos de coronavirus

A pesar de las dificultades que nos plantea el actual escenario, este, además de dar pie a la reflexión, también invita a explorar otras alternativas

Por: Carlos David Martínez Ramírez
marzo 26, 2020
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La educación en tiempos de coronavirus
Foto: Pixabay

En estos días algunos profesores, estudiantes y padres de familia experimentan una suerte de caos o de crisis frente a los nuevos retos implicados en la implementación de plataformas virtuales y herramientas digitales para apoyar los procesos de formación en diferentes niveles educativos debido a las contingencias de aislamiento obligatorio aplicadas en todo el territorio nacional.

Al igual que en otros campos, con esta crisis en la educación surgen evidencias de la desigualdad en nuestro país, mientras para algunos es muy difícil acoger las medidas de confinamiento porque deben escoger entre el hambre y la prevención, en algunos grupos poblacionales no es fácil el acceso a internet y a recursos para dar continuidad a los procesos educativos.

Este es un momento en el cual diferentes sectores de la sociedad deben unir esfuerzos para generar espacios educativos variados, por ejemplo, los medios de comunicación, como la televisión y la radio pueden encausar proyectos para la creación de franjas con carácter educativo.

Por una parte, Colombia tiene experiencias destacables en el uso de la televisión y la radio con fines educativos, vale la pena recordar la ACPO en la radio y otros proyectos con resultados muy interesantes en la segunda mitad del siglo XX. Por otra parte, lo que están haciendo los canales de televisión, como extender las franjas publicitarias en el prime time de las noticias, aprovechando el renovado interés por las novedades sobre esta crisis sanitaria, realmente, como decimos popularmente, deja poco que desear. Adicionalmente, en los canales “culturales” realmente ya no hay nada de cultural, o, ¿qué cultura se transmite en esa porquería de alienígenas ancestrales que no es otra cosa sino un reencauche barato de programas que sí fueron culturales en otros tiempos?, ¿qué cultura se transmite en los programas que venden la idea de que la historia es basura sacada de un garaje y comercializable en una casa de empeños, limitando la visión de la historia a lo acontecido en el siglo XX?

Muy seguramente estos son tiempos para reflexionar sobre las finalidades de la educación. Desde una perspectiva de lo que está aconteciendo surgen varios cuestionamientos sobre la capacidad de las personas para asimilar, procesar y ser críticos frente a la información sobre la pandemia. Algunos pueden ser optimistas y considerar que las personas pueden tener más tiempo para pensar y reflexionar en la tranquilidad de sus hogares, aunque en muchos casos, es posible que las familias se sientan abrumadas por la incertidumbre (laboral, socioeconómica, sanitaria) y por los extensos trabajos escolares que tienen los niños, niñas y jóvenes. Además, el pensamiento crítico no se garantiza solamente con el tener tiempo para pensar; no conviene confundir el constructo psicológico de inteligencia con el de necesidad de cognición.

Desde una perspectiva aristotélica, es importante buscar el justo medio entre estar bien informados y evitar la saturación de información innecesaria que puede llevar a aumentar los niveles de ansiedad o de estrés. Siguiendo también a Aristóteles vale cuestionar la finalidad de la educación: ¿educamos para el florecimiento de la humanidad, para la felicidad o para la adaptación y la superación en el contexto de mercados?

En Aristóteles podemos seguir encontrando inspiración para reflexionar sobre varios aspectos, por ejemplo, el aislamiento obligatorio y el cierre de fronteras lleva a pensar sobre las consecuencias políticas y económicas en el mediano y largo plazo a nivel global, con esta especie de neo-nacionalismo obligatorio que experimentamos, aunque antes ya daba para pensar las políticas de Trump en Norteamérica y el Brexit en Europa. En un análisis fundacionalista, es posible cuestionar si experimentaremos un retomar de la economía en su sentido originario (oikos-nomos, la administración de la casa) o si por el contrario se acentuará la crematística; de manera que puede repetirse lo que ocurrió en el 2008, en cuanto a que las primeras medidas apostaron por salvar a los bancos en lugar de considerar las familias que perdieron sus casas.

Desde un enfoque kantiano, vale la pena cuestionar qué tipos de ciudadanos estamos formando. Posiblemente vale la pena ser optimistas con la voluntad, aunque seamos pesimistas con la razón (como decía el mismo Kant), de manera que esta puede ser una oportunidad para repensarnos como sociedad sin miedo a hablar de política, superando las dicotomías absurdas que nos han polarizado en las últimas décadas. Hoy, tanto izquierdas como derechas se unen para cuestionar si se privilegia la salud de la gente o la de las empresas, aunque claramente acá hay relaciones de doble vía, los empresarios necesitan mano de obra y las personas requieren de oportunidades laborales para subsistir. Nuevamente en Kant encontramos respuestas para entender que no se debe lograr la felicidad de unos pocos avasallando a otros.

Ciertamente hoy muchos padres de familia se están cuestionando para qué envían a sus hijos e hijas a instituciones educativas, ¿para que se formen, confiamos en otros nuestra responsabilidad más importante?, ¿para que se los cuiden, pagamos para tener la libertad de generar ingresos y perdemos esos ingresos pagando altos costos en matrículas?, ¿para que sean capaces de ser autónomos en términos económicos?, ¿para que sean felices?, ¿para que socialicen con la élite a la cual esperan pertenecer?, ¿para alejarlos de los vicios de la calle? La urgencia de reflexionar con estas preguntas hoy se hace evidente.

Es llamativo analizar los discursos de los docentes que planteaban que los padres de familia no hacían lo suficiente por la educación de sus hijos, así como los de los padres de familia inconformes con la labor de los docentes. ¿Qué pasa hoy? Seguramente no debemos caer en revanchismos por el estilo de “le dije” o “si ve que no es fácil”, por el contrario, es un momento crítico para abrir canales de comunicación con humildad de parte y parte para procurar un proceso educativo exitoso que garantice, como mínimo, el logro de los objetivos académicos e, incluso, con una perspectiva más ambiciosa, puede ser una oportunidad para repensarnos la integralidad de la formación, con la colaboración armónica de todas las partes involucradas.

Si en los negocios lo fundamental es los resultados, no hay que perder de vista que en la educación lo esencial es el proceso. Los docentes debemos hacer esfuerzos por entender que no podemos limitarnos a hacer exigencias en términos curriculares y de evaluación, delegando toda la pedagogía a los padres, quienes, muchos, seguramente no tienen fundamentos claros o explícitos en este campo.

Corro el riesgo de caer en el tema-obsesión de quienes nos formamos en ciencias sociales, pero debo mencionarlo, es importante tomar conciencia de las relaciones de poder que se ejercen en los procesos educativos para que los docentes no incurran en amenazas con la excusa de los procesos de evaluación, para aclarar esto, quiero invitar a mis colegas docentes a pensar en la ansiedad que sienten muchos padres de familia, especialmente de niños en básica primaria, cuando reciben correos, fotocopias y además indicaciones en plataformas virtuales con mensajes por el estilo de “esta actividad es evaluable y debe ser cargada antes del 27 de marzo”. La mayoría de docentes hoy tienen claro que la evaluación es un proceso formativo y no sumatorio, pero debe considerarse la brecha generacional y la ansiedad que esto genera en los estudiantes y en los padres de familia que no entienden esta naturaleza (ontología) de los procesos evaluativos.

Es difícil pensarnos que los colegios inviertan en capacitar en temas pedagógicos a los padres de familia, lo cual algunos pueden agradecer y otros lo podían interpretar como una mayor carga, pero pueden pensarse esquemas similares a los que se usan en las escuelas de padres, para, frente a esta coyuntura, socializar aspectos básicos de pedagogía y su relación con esquemas eficaces de pautas de crianza, aunque es claro que en esto no hay fórmulas mágicas ni recetas que funcionen siempre.

Pensando propositivamente, este es un momento para que todos redoblemos esfuerzos: los docentes nos vemos abocados a preparar, elaborar y/o adaptar nuevos materiales, nos corresponde ser generosos para brindar alternativas y diversidad de medios; por ejemplo, una estrategia interesante puede dar a los estudiantes varias alternativas para el desarrollo de actividades, considerando acceso a recursos y/o disponibilidad de tiempo.

Claro está que cualquier estrategia que implementemos tiene sus propios riesgos, por ejemplo, si se propone una opción “básica” y una “avanzada”, nos pueden acusar de mantener la desigualdad, por el estilo de las reflexiones que hacía Bourdieu; si dejamos muchas tareas nos pueden decir que saturamos a estudiantes y padres, pero si dejamos pocas pueden insinuar que no estamos haciendo nuestro trabajo o que no facilitamos las herramientas suficientes para orientar el estudio en casa.

Los padres de familia tenemos el enorme reto de articular nuestras agendas de trabajo con la atención y el acompañamiento al proceso educativo de nuestros hijos, hoy una responsabilidad “obligatoria” como nunca antes. La recomendación recurrente es establecer rutinas que combinen las dimensiones académicas, pero, también la actividad física y una alimentación saludable. Como ocurre cuando se habla de hábitos, esto es fácil declararlo, pero muy difícil implementarlo para quienes no tenemos la disciplina y el autocontrol requeridos.

En los niveles de educación básica y secundaria es un reto enorme para padres de familia, docentes y estudiantes articular esfuerzos de comunicación y concertación para garantizar el éxito, e incluso la mejora de los procesos educativos; para los estudiantes en niveles superiores la autonomía implica un reto enorme hoy que puede generar altos niveles de estrés y ansiedad.

Si bien es cierto hasta acá he hablado de “padres de familia” por una cuestión de economía en el uso del lenguaje, otro tema importante es el machismo y la cultura patriarcal que supone las labores domésticas y de acompañamiento académico a los hijos e hijas como una función de la madre; es importante que los hombres (o las mujeres, si aplica) que solemos tener más carga laboral por fuera del hogar tomemos conciencia de la importancia de apoyar las labores domésticas y de cuidado de los menores para no saturar a un único miembro de la familia (ya sea el hombre o la mujer, en aras de la equidad, de acuerdo a los hábitos de cada núcleo familiar).

Aplaudo a las instituciones educativas que no han considerado despedir personal en esta crisis. Como también reprocho a las “empresas” que están terminando contratos a sus docentes y a las que están cancelando contratos de aprendizaje de practicantes, pasantes o aprendices, dando cuenta de su “naturaleza”. Ciertamente el gobierno nacional debe redoblar esfuerzos para garantizar la estabilidad laboral y la continuidad de los procesos educativos.

Nuevamente, siendo optimistas, este escenario brinda un mundo de posibilidades para la educación, las diferencias entre el gobierno nacional y los mandatarios locales nos permite enseñar contenidos relacionados con las funciones del estado, la diferencia entre una organización federal y una presidencialista; el análisis estadístico del avance de la infección nos permite explicar funciones matemáticas exponenciales; el uso moderado de los recursos es una oportunidad para hablar de administración y de cadenas de abastecimiento. La educación también se nutre de contextos.

Para terminar, lo mejor que nos puede pasar es que después de esta crisis nos repensemos verdaderas políticas públicas educativas; posiblemente siguiendo el ejemplo de los países asiáticos en periodos de posguerra, los cuales usaron la educación como un elemento clave para la reconstrucción de sus naciones; de manera tal que podamos planificar adecuadamente los profesionales que requerimos en el marco de la construcción de proyectos políticos estables pensados en el bienestar de la gente, de manera que, por fin, tengamos políticas de Estado y no políticas de gobiernos.

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