Una de las soluciones más esperanzadoras para superar la grave crisis ambiental o “crisis de la civilización” en la que vivimos, es la creación de conciencia a través de la educación ambiental. Esta conciencia se puede aumentar a través de programas educativos transversales en todas las carreras universitarias en las que se inculquen valores como el respecto a la vida, la ética, la sustentabilidad, el equilibrio, la valoración de la belleza y la complejidad de la naturaleza, entre muchos otros. La esperanza radica en que los nuevos profesionales puedan guiarse con estos valores ecológicos e influir positivamente en la toma de decisiones corporativas y políticas, para frenar la devastación de los recursos naturales y apostarle a la restauración y conservación de los ecosistemas.
Sin embargo, frente a la actual crisis de los sistemas de educación a nivel mundial, esta estrategia ecológica parece desvanecerse; cada vez son menos los estudiantes que entran a los diferentes programas académicos tradicionales de educación formal, cada vez se reducen los tiempos de las carreras, quitando asignaturas claves, como las relacionadas con la ética, filosofía, ecología y arte. Los jóvenes cada vez se sienten menos interesados en estudiar carreras largas y se inclinan a estudiar cursos de corta duración que les permitan acceder rápidamente a la vida laboral, esperanzados de que pueden lograr un emprendimiento basado en redes sociales y convertirse en millonarios de la noche a la mañana, sin necesidad de pasar largas horas estudiando y largos años dentro de la Universidad.
Sin la articulación de la Universidad en una propuesta de educación ambiental, cambia todo el panorama. ¿Cómo introducir la educación ambiental sino es a través de la formación profesional? Quizás el camino sea su articulación temprana dentro de los contenidos curriculares de la formación Básica Primaria, pero esto puede caer en la simplicidad, como sucedió con las asignaturas de idioma extranjero que se dan en todos los años de la educación Básica Primaria, pero no logran alcanzar ningún grado de avance en los estudiantes en el dominio de una segunda lengua. Así mismo, las clases humanísticas como ecología, arte y filosofía, si no alcanzan a articularse con estrategias de aprendizaje significativo y con didácticas vivenciales en contacto directo con los ecosistemas, se corre el riesgo que todo este esfuerzo se quede en lo que comúnmente los estudiantes llaman como “asignaturas de relleno”.
Por otra parte, si la solución de la educación ambiental se la delegamos a las familias para que al interior de estas se logren hacer estos procesos de transformación, lo más probable es que la responsabilidad se diluya y no ocurran los cambios sustanciales, porque precisamente el problema fundamental radica en que, en los núcleos familiares no se están cultivando valores ambientales.
La educación ambiental debe ser una política de Estado que se puede dinamizar hoy en día bajo los escenarios de “emergencia climática”. Solo así tendrá no solo los presupuestos necesarios para operar, sino también la cohesión con todos los sectores de la economía para que toda la sociedad en su conjunto, fluya en un proceso de transición hacia un modelo económico más sustentable.