Voy a dedicar estas líneas a reflexionar sobre la educación de nuestros niños. Sabemos que la educación es el camino para que las personas desarrollen sus habilidades y los distintos talentos que permitirán su curso vital saludable personal y socialmente.
Como está establecida nuestra cultura, con ancestros colonizados y un marco económico y político de corte capitalista, la educación, a través de mecanismos de alienación masiva (los medios, la moderna tecnología, la televisión, la prensa, el entretenimiento), se ha convertido en herramienta útil para mecanizar los comportamientos de los individuos, para quitarles el tiempo para reflexionar en su misión en la tierra, para no pensar en los problemas de su entorno ni en los suyos, para mantener unos niveles de ignorancia que facilite su manipulación con los espejitos, las recompensas, los premios y halagos mentirosos que crea la fantasía en las mentes pobres.
Así es como funciona el aparato estupidológico desde el primer contacto del ser humano con su mundo. Los primeros estímulos (y la lactancia materna es uno de ellos) irán plantando las huellas de la afectividad en el niño. La lactancia natural es una primera enseñanza en la relación del niño con la naturaleza y la educación de las mujeres y de las familias gestantes en puericultura y crianza humanizada, es la clave para impedir y comenzar a vencer la estupidización de los cerebros infantiles. La afectividad segura es la primera meta de cualquier proceso educativo. Mientras nuestra educación no alcance esta meta, el proceso seguirá reproduciendo el esquema de estupidización que, como una noria, se repite al infinito.
Sin embargo, el ataque poderoso y casi invencible de los productores de leches artificiales y otros menjunjes, impiden y retrasan el proceso natural: el cerebro humano se alimenta con leche humana. El cerebro vacuno se alimenta con leche vacuna. Hay algo estúpido en esto: ¡un ser humano se alimenta con leche de vaca! ¿Has visto un ternero mamando teta de mujer, alimentándose con leche humana?
La industria “infantil” torpedea el desarrollo del afecto de los niños, reemplazando a los padres y a la lactancia, con un arsenal de alimentos, juguetes y cremas y tips y objetos como las chupas (o entretenedores) que cortan la relación directa con la madre.
Fuera del logro de la afectividad, la educación casera debe lograr otra meta: la gestión de los sentimientos y de las emociones. El desconocimiento de ellos, la inadecuada respuesta ante las emociones negativas, el “desborde de las pasiones”, que conduce a las violencias, son el fruto de la “mala educación” que podría explicar el fenómeno tan serio que nos afecta a los colombianos.
Y estas metas se logran en la educación casera. Los padres somos los responsables de lograr las metas afectivas de nuestros hijos. La escuela logrará los otros objetivos: la socialización, la solidaridad, la empatía, el desarrollo de las habilidades para la vida y, finalmente, la información, el “depósito bancario” del que hablaba Freyre.
¿Será que la estupidez se reproduce dentro de un aparato reproductivo muy poderoso, manipulado por entes extraños que inclinan los privilegios hacia las élites preferidas que continuarán reinando y mandando en el mundo y despojan a nuestros hijos del derecho al afecto, al amor, al conocimiento?
