Colombia, un país marcado por la colonización europea y una historia de violencia despiadada, ha arrastrado consigo una pirámide económica, social y racial que se erigió desde los primeros días de la invasión.
Esta estructura opresiva, tejida a sangre y fuego, permitió a los blancos europeos apoderarse de la economía y el gobierno, generando lo que bien podría considerarse el etnocidio más grande de la historia de la humanidad.
A medida que trajeron personas esclavizadas de África, estos y los nativos indígenas, fueron relegados a la base de esta pirámide, perpetuando una situación que se ha mantenido a lo largo de los siglos.
Desde sus inicios, la colonización en Colombia fue un proceso de despojo despiadado. Los colonizadores europeos se apoderaron de las tierras, los recursos y el poder político, estableciendo una estructura que aseguraba su dominio absoluto.
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El resultado fue un sistema profundamente arraigado de desigualdad racial y económica, donde los blancos se beneficiaron de la riqueza de la tierra mientras los demás eran sometidos a la explotación y la marginalización.
La introducción de africanos esclavizados en Colombia no hizo más que agravar esta situación. Estos individuos, junto con los indígenas nativos, se encontraron en la base de la pirámide social, condenados a la pobreza, la discriminación y la violencia. La esclavitud como régimen de producción trajo consigo un dolor inconmensurable; con su abolición el Estado esclavista indemnizó a los dueños de esclavos, dejando a los esclavizados en la miseria y la ignorancia.
En el tejido de la historia colombiana hay dos regiones que destacan por su persistente atraso: Chocó y La Guajira. El primero predominantemente habitado por comunidades negras y la segunda, hogar de poblaciones afro e indígenas, se han visto sumidas en la pobreza y el abandono estatal.
Estas regiones marginadas son un reflejo de la desigualdad estructural arraigada en el país, donde la falta de inversión, infraestructura deficiente y la ausencia de oportunidades han perpetuado el ciclo de la pobreza.
Además, estas zonas son consideradas "zonas de sacrificio" frente al cambio climático, enfrentando impactos desproporcionados como resultado de la explotación minera, petrolera y otros proyectos de desarrollo que amenazan su entorno natural y su subsistencia.
La intersección entre pobreza, etnicidad y vulnerabilidad climática en estas regiones es innegable. Las comunidades afro e indígenas que han sido históricamente marginadas se enfrentan ahora a una doble carga: la persistente pobreza y la creciente amenaza del cambio climático.
El aumento de la frecuencia e intensidad de fenómenos climáticos extremos, como sequías, inundaciones y tormentas, golpea con fuerza a estas comunidades ya vulnerables, destruyendo sus viviendas, afectando sus medios de vida y poniendo en peligro su seguridad alimentaria.
La lucha contra la pobreza y la desigualdad en Colombia no puede separarse de la cuestión racial y la vulnerabilidad climática. Es fundamental que el país reconozca su pasado y presente violento y genocida, y aborde de manera contundente las raíces profundas de la discriminación, la exclusión y la explotación ambiental.
Se requiere una transformación estructural que rompa los grilletes de la pobreza y brinde igualdad de oportunidades a todas las comunidades, sin importar su etnicidad, mientras se implementan medidas para mitigar los impactos del cambio climático en estas zonas.
La pobreza, la etnicidad y la vulnerabilidad climática están estrechamente interrelacionadas en Colombia. El legado de la colonización, la esclavitud y la explotación ambiental ha dejado cicatrices profundas en la estructura social, económica y ambiental del país.
La situación de abandono y marginación en Chocó, La Guajira y otras regiones similares es un recordatorio constante de la urgencia de abordar las desigualdades arraigadas y proteger a las comunidades vulnerables del cambio climático.
La lucha contra la pobreza debe ser también una lucha por la justicia social, racial y ambiental, donde se garantice la inclusión, la equidad y el respeto a la dignidad humana de todas las personas. Es hora de enfrentar nuestro pasado descarnadamente y construir un futuro donde la pobreza, la etnicidad y la vulnerabilidad climática sean superadas por la justicia y la solidaridad.