Pareciera que ya pudiéramos poner como lema de Colombia: “la economía va bien pero el país va mal”.
O por lo menos nos hemos acostumbrado a que los gobiernos creen y defienden la primera parte, y a que la gente vive la segunda. En otras palabras el dicho debería ser: “para el gobierno lo que le interesa es que el manejo económico parezca exitoso, mientras la población lo que espera es una mayor atención a su bienestar”.
Pocas veces puede ser esto más cierto y más fácil presentarlo en forma categórica. La frase original fue de Fabio Echeverri -el mismo del ‘articulito’ para prolongar el mandato a Álvaro Uribe- y es su avatar, el presidente Duque, quien lo confirma o comprueba y ratifica (con Luigi, el hijo de Echeverri, también como Espíritu Santo).
Las cifras son contundentes para explicar este fenómeno según el cual los resultados económicos (11 % de aumento del PIB) lejos de ser acompañados de mejorías para la mayoría de los ciudadanos lo que hace es profundizar las brechas, distanciando cada vez más los beneficiados por el sistema -o sea por el modelo económico- de los perjudicados por él. En este sentido es categórico el artículo de Mauricio Cabrera, como lo resume en el siguiente cuadro: se ve claramente que el ‘extraordinario’ crecimiento de la economía -de lo cual se ufanan las autoridades- agranda todos los elementos de injusticia que justifican la protesta social.
Mientras el aumento de los asalariados aumentó un 7%, la inflación para los pobres (15,5 %) les deteriora su capacidad de consumo; y mientras que los ingresos de las empresas ponen en manos de sus propietarios un mayor poder adquisitivo de 13,8 %, estos son afectados tan solo por una inflación de 9,9 % , o sea disponiendo para aumentar sus ingresos y su patrimonio por encima de lo que de por sí ya están ,umentando sus gastos.
Y las elecciones no se deciden en función de lo que dicen las autoridades sino en función de lo que siente la ciudadanía.
Es esto lo que muestran las encuestas preelectorales. Y es lo realmente grave, pues confirman que nuestros dirigentes parecen no entender ninguna de dos cosas: ni que lo importante, no tanto para las elecciones como para la paz y la armonía social, es combatir el malestar que produce el sentimiento de injusticia que nace y crece ante un proceso que distancia cada vez más los estratos altos de los estratos vulnerables; ni tampoco parecen entender que este fenómeno es consecuencia e inherente al modelo económico que insisten en aplicar, como si no fuera ya suficientemente conocido aquello de que ‘nada más estúpido que repetir las mismas medidas esperando que den resultados diferentes’ (según dicen que decía Einstein).