A un kilómetro de llegar al puente Simón Bolívar (en donde se unen Colombia y Venezuela) ya empiezan a aparecer los primeros maleteros. Apenas ven autos con mercancías se abalanzan sobre ellos. No importa la velocidad, en manada ofrecen sus servicios: ayudarles a pasar la carga al otro lado de la frontera. Hubo un tiempo en el que La Parada, el último barrio antes de Colombia antes de llegar a Venezuela, era un lugar tranquilo habitado por 2000 personas.
En los ochenta, cuando el Bolívar costaba $18, fueron centenares los comerciantes que hicieron fortuna acá, vendiendo desde cerveza Polar hasta mayonesa Mavesa. Hasta la llegada de Hugo Chávez al poder, en 1999, era normal conseguir acá almacenes repletos de productos venezolanos: Diablitos Underwood, Freskolita, Leche Táchira, todo se conseguía a precios mucho más baratos que en Cúcuta. Ahora los negocios en La Parada han cambiado completamente.
A 100 metros del puente hay unas vallas puestas por Migración Colombia que impiden el paso de vehículos. Un cardumen de vendedores nos azota. No tienen productos que ofrecer, solo sus espaldas magulladas. Son trocheros. Los trocheros empezaron a aparecer en 2015, cuando el gobierno de Nicolás Maduro decidió romper relaciones con el gobierno del entonces presidente Juan Manuel Santos. Los carros ya no podían ingresar a Venezuela y el flujo constante de personas se hacían a pie.
Antes, para pasar a San Antonio, solo se necesitaba soportar una fila de carros, el calor y los raponeros ocasionales que esperaban cualquier descuido de los conductores para robarles la cadena, el reloj, lo que fuera. Para entrar a San Antonio no se requería ningún permiso o tener cédula venezolana. Solo hasta el puesto aduanero de Peracal, salida para San Cristóbal, se exigían papeles. Ahora se necesita una autorización fronteriza para pasar el puente.
Es miércoles en la mañana y el sol, como todos los días, estalla sobre el pavimento. No ingresamos a Venezuela por el puente, sino que nos vamos por Las Pampas, una de las 45 trochas que tiene La Parada. Antes de entrar a Las Pampas vemos los negocios que ahora inundan La Parada. El tráfico de personas es lo más rentable.
Jorge Quiñones, el dueño de un negocio de transporte que lleva su apellido (Quiñones Tours) tiene cinco buses que hacen tres viajes semanales cada uno hasta Ipiales, el destino que más piden los venezolanos. Ipiales es la salida al continente. Le pregunto que qué necesita un venezolano para el viaje
—180 mil pesos. No necesitan papeles. Yo me encargo de todo.
Al frente de Quiñones Tours se asientan Yolmar y Randel, dos venezolanos que llegaron del estado Apure escapando, como tantos otros de sus compatriotas, de la escasez asfixiante que se vive en el país que gobierna Maduro. Hacen cortes de pelo con lo único que tienen: dos máquinas eléctricas. Los cortes valen ocho mil pesos y el salón de belleza es una silla que ponen debajo de un árbol frondoso, una bendición para escapar del sol. Unos metros más adelante arranca las Pampas.
A las 10 de la mañana el paso de personas por esa troche es alto. Llevan de todo, desde papel higiénico hasta armas o repuestos para carros. Uno de los trocheros que desafiaban el calor era Wilson Ortiz, 25 años, seis hijos, desde hace tres años vive en La Parada.
Como tantos que se dedican a cruzar las trochas, cargados de mercancía, adecuó su bicicleta para convertirla en una efectiva carretilla que puede cargar hasta 300 kilos. Su problema, más que el calor y el cansancio, son los retenes que han puesto en las trochas El Tren de Aragua, una megabanda criminal que se creó en el 2018 la cárcel de Tocorón, la más grande del estado venezolano que lleva su nombre.
Su crecimiento ha sido vertiginoso, haciendo presencia en seis estados y en países como Bolivia, Brasil, Chile y Colombia. El Tren de Aragua se formó con un colectivo del sindicato de construcción del tren en el estado Aragua, cobrando sobornos para colocar empleos dentro de la construcción entre el 2007/2010 nunca llegó a concretarse la obra por desidia según el Plan Socialista Nacional de Desarrollo Ferroviario de 2006 y cuyos miembros procedieron a dedicarse a actividades delictivas como extorsión, secuestros, robos y homicidios.
El Tren de Aragua ha sido responsable de asesinatos y extorsiones con el objetivo de aumentar el control territorial sobre el narcotráfico y el contrabando.2 Según autoridades, el Tren de Aragua cuenta con aproximadamente 2700 miembros entre sicarios y personas que colaboran en labores de inteligencia.
Wilson se hace 90 mil pesos al día haciendo cinco viajes desde San Antonio y a Cúcuta. Sus ingresos se han mermado debido a los cobros que debe hacerle al Tren a quien le salió competidor. En La Parada el ELN pisa duro y quiere sacar del barrio a la banda venezolana. En las calles se pueden ver estas advertencias escritas en las paredes de las casas por los elenos
Wilson, como los habitantes de La Parada, ya se acostumbró a escuchar en las noches las balaceras, a ver por las trochas los cuerpos de compañeros de oficio suyo que se rehúsan a pagar el chantaje, a ver cada vez más gente extraña en las esquinas. La guerra entre el ELN y el Tren de Aragua arrancó en febrero de este año y ha dejado 22 muertos.
Es tan fuerte la confrontación que incluso otras bandas que estaban en el barrio, como Los de la frontera, La Línea y los Botadecaucho que manejaban negocios como el de la prostitución infantil, aprovechando la desprotección de los miles de niños venezolanos que llegan cada día, salieron corriendo dejándole el botín al Tren y al ELN. Antes de seguir su camino por la trocha, Wilson nos hace una advertencia: tenemos que salir de la trocha
—A ustedes los pueden confundir con policías y con eso del plan pistola... pues mejor evitar.
Al salir de la trocha ha aumentado aún más el flujo de personas que salen del Puente Internacional Simón Bolívar. Llama la atención la cantidad de personas que están en sillas de ruedas. Son enfermos que necesitan salir de Venezuela para hacerse su tratamiendo médico en Cúcuta.
Evelina Rosales tiene 65 años y padece un cáncer linfático. La quimioterapia se la hacen médicos en Colombia y necesita cruzar la frontera, a pesar de su debilidad. Una vez por día. Un rosario de taxis esperan a los migrantes para llevarlos al centro de Cúcuta. Le pregunto a un taxista que cuanto vale la carrera y me respondió que 25 dólares. Es buen negocio ser taxista en La Parada, a pesar del riesgo y del permiso que deben pagarles a los del Tren de Aragua para estar ahí.
Desde el 2015 La Parada pasó de tener 2000 habitantes a 40 mil. Sus calles están abarrotadas de gente y cada tres casas hay una cantina. Al parecer se pusieron de acuerdo para hacerle un homenaje a Darío Gómez, quien en el momento de hacer esta crónica acababa de morir y su música era la banda sonora de los bares de La Parada. Todo se vende, todo se compra, todo se corrompe y se pudre al sol. Andar tres cuadras en un cuadro es soportar un trancón descomunal, un caos compuesto de bocinazos, busetas y carros atestados de mercancía.
La esperanza para La Parada reside en la promesa de Gustavo Petro de reestablecer relaciones con el gobierno de Maduro. Por eso el 28 de julio el canciller de Colombia, Alvaro Leyva, se reunió con su homólogo venezolano en el palacio de la gobernación del Táchira en San Cristobal. La idea es que desde el próximo 8 de agosto empiecen a darle paso a camiones de carga pesada.
El cansancio y la desesperación de los habitantes del barrio pesa en el ambiente. No pueden entender en qué momento La Parada se convirtió en un sitio de zona roja. Las bandas se hacen cada vez más ricas y los de La Parada solo se quedan con la miseria y los muertos. Les aterra saber que ellos no importan. Para Cúcuta, La Parada solo es un hueco que debe ser tapado.
Le podría interesar:
Petro y los indígenas del Cauca: el pacto que se empieza a cumplir