Cuando cruzamos por primera vez las puertas de una institución para empezar nuestro recorrido como artistas, la emoción invade el cuerpo y es inevitable no sentir un placer exquisito dentro de la mente. Todos los imaginarios que uno tiene se dilatan. Uno se imagina exponiendo en Europa, viviendo en New York, un estudio largo y ancho, dibujando, esculpiendo, pintando, haciendo un sinfín de cosas que cuando se cae a la realidad es duro pensar que alguna vez esas ideas fueron posibles modos de vida.
La realidad es completamente opuesta a la gran imaginación que se tiene a los 16, 17 o 18 años. Cuando se comienza a estar en los últimos semestres de la carrera sudan las manos todo el tiempo, el corazón se acelera de una forma inmediata y las crisis existenciales aumentan. Definir qué camino escoger y saber desde el principio que será difícil es algo de lo que casi todos los estudiantes somos conscientes y decimos que “estamos preparados”, pero uno nunca está preparado para los azares de la vida.
Es así como en mi insípida opinión he intentado entrar en cualquier lugar donde pueda aprender y de ahí también vivir. El arte me hizo el mayor de los favores, me hizo una persona consciente y sensible, pero en ningún lado buscan gente consiente y mucho menos sensible ante los demás, esos son temas místicos que a el mundo industrializado no le importan.
En las galerías se cuentan con un sinfín de estudiantes de artes y los tienen, como en la jerga popular se diría, de “cocheches”. Hacen un montón de montajes, manejan inventarios, hacen desmontajes, recorridos y el pago es inexistente. Si lo ponemos ante las leyes nacionales de Colombia es absolutamente ilegal hacer una práctica estudiantil sin ningún medio de remuneración, pero estos sujetos se hacen pasar por madres Teresa de Calcuta y consideran que su aporte es dejar que un individuo cero (como se le considera a los estudiantes) pueda llevar en su hoja de vida el prestigioso legado de que “trabajó” o mejor dicho se esclavizó para esta clase de galerías artísticas.
Intenté en editoriales, revistas, medios de comunicación, estudios de diseño, en algún lugar donde fuera un ser productivo, una artista y además se acordaran de que tengo intestinos y necesidades y quisieran pagarme por mi trabajo. Somos los únicos en el mundo industrializado que aún debemos vivir de la caridad, de la caridad de que otro nos contrate, de la caridad de que otro nos deje esclavizarnos en su negocio para conseguir “contactos”.
¿Acaso somos los únicos que en una sociedad productiva no comen, no tienen hijos, ni parientes enfermos, ganas de una hamburguesa o de una casa? ¿Acaso nos toca vivir a punta de becas y del amigo del amigo de mi amigo para ver si me deja exponer en 1mx1m y así darme a conocer?