Ante el anuncio del gobierno de la obligatoriedad de colocar avisos destacados en los empaques de alimentos procesados, altos en azúcar, sodio, preservantes , etc… y de incrementar un impuesto “saludable” a los mismos hay quienes se rasgan las vestiduras, se dan golpes de pecho y derraman lágrimas de cocodrilo y despiden lamentos a los cuatro vientos.
Algunos de los lamentos más escuchados han sido, “Y qué van a hacer los pobres y los tenderos que les venden el salchichón y la gaseosa?”, “Eso sólo va a incrementar los índices de pobreza!”, “Y, entonces, qué van a comer los pobres?”
Desde hace muchísimos años las clases sociales más privilegiadas, aquellas personas que logran ingresar a colegios y universidades, que tienen cómo comprar libros (aunque no todos lo aprovechen) y que reciben información útil acerca de la importancia de la nutrición, especialmente en los niños, han logrado reinventarse y poco a poco han ido cambiando los malos hábitos alimenticios aprendidos desde su propia infancia y ahora limitan el consumo de sus hijos de alimentos azucarados, snacks altos en sodio y grasas , embutidos y otros procesados. Obviamente, este es un privilegio exclusivo de las clases altas. ¡¡Ay de qué los pobres se enteren!!
Desde hace muchos años, la asociación de padres de familia de un colegio bilingüe estrato treinta solicitó que la cafetería cambiara no solo la alimentación ofrecida a los estudiantes sino también la presentación de los mismos. Se prohibió la venta de gaseosas, jugos azucarados, “mecato” empacado, alimentos como la papa a la francesa sólo se podían incluir en el plato del día una sola vez al mes. Toda la pastelería ofrecida, baja en grasa y en azúcar, debía ser preparada y vendida en el mismo día para no ser sujeta a la adición de preservantes químicos y se prohibió la venta de agua en bolsas o en botellas ofreciendo a los alumnos dispensadores especiales de agua y, además gratuitos! Se prohibió el uso de platos y vasos plásticos desechables, optando por los de cartón biodegradables!
Hasta la fecha no he sabido de algún estudiante que no haya sobrevivido en el intento de mejorar su nutrición. Tampoco me ha llegado la noticia de algún supermercado, establecimiento de emprendedores, fábrica o industria que haya quebrado por esta decisión. Si el gomelo resiste el cambio no será que toda esa franja de niños de bajos ingresos podría aprender a alimentarse con alternativas más sanas también? Estoy segura que un banano, una mandarina arrayana, una agua de panela de verdad verdad alimenta más que un snack empacado.
¿Será que los niños tienen la capacidad de cambiar pero los tenderos y productores no? ¿O será que los pobres no tienen esas opciones y el cambio es puro pensamiento petrista, comunista o de vandalismo económico?