Cuando el 12 de julio del 2017 James Rodríguez llegó a Munich, los líderes del Bayern, Robert Lewandosky, Arjen Robben y Frank Ribery, lo miraban con resquemor. Sus dos últimos años en Madrid, siendo suplente del todopoderoso equipo de Zidane, parecían ponerle la cruz de los fracasados. Había pasado de ser goleador del último mundial, y uno de los jugadores más cotizados en el mercado, a ser un suplente que incluso pasaba en condición de préstamos a otro equipo. La directiva, encabezada por los míticos ídolos bávaros Karl Heinz Rummenigge y Uli Hoeness creían que nunca tendría que pagar los 55 millones de euros que costaba el pase definitivo del jugador. Creían que era un capricho del entrenador italiano Carlo Anceloti, quien lo pidió expresamente para reforzar al equipo en la temporada 2017-2018. Llegaron a creer en algún momento que todo lo que decía del colombiano la prensa rosa de Madrid sería cierto.
Durante dos años los tabloides madrileños publicaban historias de los supuestos desafueros de James: rumbas interminables en las discos de moda como Kapital, Teatro Barceló y Gabana, de la que decían era cliente, amoríos con modelos rusas, displicencia en los entrenamientos y hasta una supuesta gordura. Ninguna de estas afirmaciones estuvo reforzada por una foto o cualquier otro tipo de pruebas. Después de una fulgurante primera temporada en el Madrid dirigido por Anceloti, James, con Rafa Benítez y sobre todo con Zidane, se convirtió en un suplentón sin importar que cada vez que ingresara fuera figura. James, estando en la banca, fue durante dos temporadas consecutivas el volante con más goles y asistencias de la Liga Española.
En Munich no le tenían fe. La sangre caliente del trópico iba en contravía de la férrea disciplina alemana. Los primeros partidos parecían confirmar los peores presagios. A James le costaba aprender el idioma, no se adaptaba a una ciudad de 1.500.000 habitantes que acostumbra a mirar por encima del hombro, sin las cotas de admiración y delirio que acostumbran en España y Colombia, a los futbolistas. El despido de Anceloti, su principal aliado, parecía la debacle final. Se llegó a especular que el jugador sería devuelto a mitad de año al Madrid. Había pánico en Colombia. Temían que llegara sin ritmo al Mundial de Rusia.
Al Bayern llegó Jupp Heynckes. Era el hombre indicado para ordenar un vestuario que estaba roto por dentro, dominado por los caciques Ribery y Robben, y en donde James no tendría ningún protagonismo. Heynckes nunca había trabajado con el colombiano, no lo conocía. Pero notó las ganas que tenía de quedarse, de ser protagonista, de volver a ser el goleador del último mundial. James trabajaba en silencio. Sabía que para triunfar en el fútbol alemán tenía que asimilar la cultura alemana. Se rodeó de un sicólogo para levantar su autoestima. En su apartamento provisional en el noble barrio de Bogenhausen recibía tres veces por semana a un profesor de alemán que le enseñaba las palabras básicas para ser entendido por sus compañeros dentro de la cancha. Se trajo a vivir cerca de él a dos de sus tíos más queridos y recibía cada quince días a la pequeña Salomé, su hija amada, quien vive en Colombia con su mamá, Daniela Ospina, con quien tiene el jugador una excelente relación.
James lo daba todo en los entrenamientos, pero se esforzaba más afuera de las canchas. Paseaba con tranquilidad por los bosques de Munich, saludaba con amabilidad a la gente y, en eventos públicos, aparecía con el Lederhorsen, el tradicional atuendo Bávaro tomando cerveza en el Oktoberfest, la fiesta por excelencia de esa región de Alemania
Los resultados empezaron a verse en cada partido. El equipo gravitaba en torno a sus pies. Cada vez que James hacía un gol celebraba llevándose el índice a la sien derecha, recordándose a él mismo y a su público que la clave había estado en el cambio de mentalidad. Empezó a hacer amigos con los que compartía lo que más le gusta hacer fuera de la cancha: jugar FIFA en la Play Station. El jugador que más le gusta encarnar es a su propio avatar en el video juego. James también aprovecha los días fríos y de descanso no para irse a las juergas electrónicas que abundan en esa región de Alemania sino para refugiarse en Netflix. Allí ha visto completas Breaking Bad y The Walking dead y ahora acaba con fruición las adictivas series Vikingos y las cinco temporadas que lleva American Horror Story
Formó un combo de amigos. Con Ribery hacía bromas, al ídolo holandés Robben, un hombre que acostumbra a disociar a sus rivales directos en el puesto hasta el punto de obligarlos a dejar al club, lo sentó en la banca con una sonrisa: Robben lo respeta y lo mima. Pero sin duda su parche son los que hablan su propio idioma. El chileno Augusto Vidal lo llamó crack y fue su guía en la ciudad. Cada vez que puede lo invita a comer a su casa. Aunque, sin duda, su mejor amigo en Alemania es el español Javi Martínez. Su confianza fue fundamental para su adaptación definitiva
Aunque eso si, su principal bastión en Alemania sigue siendo Pilar Rubio, su mamá. Desde la época en la que era un niño que soñaba triunfar con el Envigado, Pilar acompaña, aconseja y cuida a un jugador que ya no es el mismo niño que despuntó al mundo en Brasil 2014. Ahora es todo un Kaiser, el ídolo indiscutido del Bayern, una escuadra que planea ganar todo esta temporada