La diplomacia que Trump debería aprender de Duque

La diplomacia que Trump debería aprender de Duque

Los protocolos en las tomas de posesión miden la cortesía de los contendientes, aunque la de Petro-Duque no fue afectuosa, fue más aceptable que la de Biden-Trump

Por: Orlando Solano Bárcenas
agosto 23, 2022
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
La diplomacia que Trump debería aprender de Duque
Foto: Archivo

Orlando Solano Bárcenas 

El 7 de agosto próximo pasado, Gustavo Petro Urrego, el presidente número 42 de Colombia, tuvo su “inauguratio”. Es decir, tomó posesión de su cargo. El 20 de enero de 2021, Joe Biden, el presidente electo de los Estados Unidos (el número 46), había hecho otro tanto. Algunas comparaciones pueden ser útiles, dado que no todas son “incómodas”. 

La Inauguratio romana 

En el derecho romano arcaico la inauguratio era una ceremonia religiosa en la que el colegio de los augures o sacerdotes invocaba la aprobación y la protección de los dioses nacionales sobre el nuevo rey de Roma, el rex. Desde ese momento quedaba investido del Imperium o entrega del mando militar, una ceremonia de corte civil. La República la mantuvo. El Imperio la hizo más solemne.

Siempre se celebraba durante ella un sacrificio que debía procurarle al entronizado un resultado favorable en su gestión, vía los buenos oficios de los dioses. Terminada la ceremonia religiosa de la inauguratio, el ungido era presentado al pueblo y se procedía al ritual de la entrega de los poderes militares. La inauguratio hoy en día pasó a ser la llamada “Posesión” o ”Jura” del cargo. Un Día –con mayúscula– muy especial para un país democrático. 

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El Día “P” (de Posesión), “I” (de Inauguración) o "J" (de Jura del cargo)

Terminadas las elecciones, se inicia la preparación de la transición presidencial tanto en Colombia como en Estados Unidos de América-EE.UU. Desde 1937 en Estados Unidos el “Día de la Elección” está separado del “Día de la Inauguración”, por 75 calendas. El perdedor suele “conceder” reconociendo el triunfo del entrante y, si es cortés, felicitarlo. Con este gesto comienzan a sanarse las heridas de la lid electoral. John McCain reconoció en nombre de su partido el triunfo de Barak Obama con una elegancia casi conmovedora, el 4 de noviembre de 2008.  

Desde la entrega de "Cleveland-McKinley" en 1896 la cortesía se hizo regla no escrita en respeto a la voluntad del pueblo. Se afianzó. De todas maneras, el presidente electo asumirá el cargo independientemente de si su rival “concede” o no. Antes, el director de la Administración General de Servicios (GSA) "determina" un ganador y desde ese momento arranca el verdadero proceso de transición Joe Biden resultó proclamado “ganador”, sin que Donald Trump le concediese.

Cada uno es dueño de sus grandezas y pequeñeces. Es la humana condición. En Colombia, Gustavo Petro fue proclamado ganador por el Consejo Nacional Electoral casi sin cuestionamiento alguno. Para ambos, la espera debió ser algo larga. Es natural. 

El interregno de espera entre la Elección y la Inauguración 

Para esperar el Día “I” los electos presidentes de EE.UU. suelen hacerlo progresivamente, poco a poco, pausadamente. El viaje de aproximación a la Casa Blanca del nuevo presidente suele hacerse por etapas. En la transición “Buchanan-Abraham Lincoln”, este llegó a Washington en tren luego de 23 días de viaje. Mientras tanto, siete estados se separaron entre su elección y toma de posesión. Antes de llegar, se salvó de dos atentados.

Desde el tren y en cada estación pronunció unos cien discursos maravillosos ante más de un millón de personas, que también fueron reproducidos por la prensa. Trataba el gran presidente de salvar la unión de los estados y hacer conciencia sobe la necesidad de acabar con la esclavitud. Hoy en día este paseo es simbólico y Bill Clinton y su esposa Hillary lo revivieron. Thomas Jefferson en 1801 lo hizo en coche desde Charlottesville a Washington. 

Los viajes y el “viaje” de Gustavo Petro 

En espera del gran momento, Gustavo Petro se dedicó a vacacionar en Italia. En, decían los curiosos o los malhablados, “una de sus fastuosas villas”; otros, que había ido a visitar la isla de Caprera, en Cerdeña, para hablar con el espíritu de Garibaldi. Alguien agregó que no, que estaba era buscando los blasones de los primeros Petro.

En cuanto al “viaje del electo”, este fue muy corto, de unos cuantos pasos, del Palacio de San Carlos a las escalinatas del Capitolio, pero muy largo dado el improvisado “besamanos” francés (o “besamejillas”) a casi todos los miembros del Congreso de la República. En general, la inauguración de nuevos presidentes en Colombia ha sido tranquila dentro del sistema y salvo los eventos terroristas de aquella de Álvaro Uribe Vélez en 2002, se puede afirmar que siempre se han hecho en paz y los que entregan generalmente han reaccionado con fair play, educación y buenas maneras. Uribe Vélez fue tal vez el primero en reconocer el triunfo de GPU sin vacilaciones y también en felicitarlo.    

Residencia del presidente de Estados Unidos desde el día de su inauguración 

Desde Jimmy Carter todos los presidentes electos se han quedado en Blair House, la casa de huéspedes vecina de la Casa Blanca. Son cuatro casas adosadas, con catorce habitaciones, para un total de 60.000 pies cuadrados. Con dotación completa. Se preguntan ciertos acuciosos de las estadísticas, la agrimensura y la mensuración psiquiátrica si en esa no despreciable área cupo o no el ego del penúltimo ocupante. Del electo presidente de Colombia se sabe poco de dónde sale hacia el Palacio de San Carlos, en el caso de G. Petro se supone que lo hizo de una de las tantas propiedades que le asignan -con razón o sin ella- los medios y las consejas urbanas. 

Oración del presidente electo en la Iglesia de San Juan 

A partir de F.D. Roosevelt por tradición los presidentes electos salen de Blair House el día de la inauguración para orar en la iglesia de Saint John. Bill Clinton lo hizo en una iglesia metodista. J. Carter ante el Monumento a Lincoln. Tienen el electo, su familia e invitados a la inauguración un banco reservado, el No. 54. Una constante: todos los presidentes han ido a St. John’s desde cuando lo hiciera James Madison. Que se sepa todos han salido en cierto estado casi beatífico. Es normal, dada la ocasión y el honor que se va a recibir. ¿En qué estado salió el penúltimo? Es poco conocido. Sobre el espíritu religioso del candidato G. Petro se tejieron muchas historias que iban de la santería a la bujería y de esta a la madre Laura y sus milagros. Milagro resultó para algunos que sí tuviese un corazoncito y fácil lacrimal, como quedó patente el día de la jura del cargo. No prejuzgar, es buen consejo. 

Los lugares de la inauguración del presidente de los Estados Unidos 

En diferentes espacios se ha realizado la ceremonia de inauguración, primando el Capitolio. A saber: en el lado oeste, en los escalones del pórtico este, dentro de la Cámara del Antiguo Senado, de la Cámara de Representantes y debajo de la cúpula de la Rotonda central. Tradición que fuese iniciada por Thomas Jefferson. Seis se han realizado en la Casa Blanca. En una sola ocasión en el Viejo Capitolio, actual sede de la Corte Suprema de Justicia.

En dos ocasiones en Washington, pero no en el Capitolio ni en la Casa Blanca. Fuera de Washington, D.C. en 7 ocasiones (G. Washington en Nueva York y Filadelfia). Una ocasión en el Air Force One, por L.B. Johnson cuando el asesinato de J.F. Kennedy. La de Joe Biden también se hizo en el Capitolio, lugar que permaneció inmaculado pese a la profanación de exaltada turba. En Colombia las posesiones del nuevo jefe de Estado se han realizado históricamente en el propio Capitolio nacional, plaza de Bolívar.  Casi siempre dentro y pocas veces fuera, lo que ahora es tendencia. 

Una toma de posesión como de Primer Mundo 

El 20 de enero de 2021 se dio la inauguratio del presidente Joe Biden, luego del aquelarre del 6 de enero. Es decir, después de la sangrienta toma del Capitolio no por Breno, sino por las huestes desencadenadas de otro bárbaro, dicen que seguido por el 70% de su electorado.

El 7 de este mes, en la pacífica “Atenas suramericana” se dio la posesión del nuevo presidente de Colombia, de manera tranquila por lo demás, aunque bastante ruidosa al por algunos inéditos abucheos que parecieron ser continuación de los recibidos por el presidente saliente el 20 de julio, dentro del Capitolio y de los cuales dijo uno que estuvo presente eran un muy mal precedente dado que pudo dejar abiertas las puertas a futuras ripostas.  

La posesión de G. Petro se hizo también esta vez fuera del Capitolio, en su parte frontal y con dóricas columnas adornadas de flores de exportación. Allá, en el desarrollo, fue bajo aquelarre y aquí, en el subdesarrollo, pacíficamente, como de costumbre. Como en un país políticamente desarrollado.

La inauguración es una “Investidura”  

Es un cambio de mando por inicio de un nuevo período y terminación de otro, sea por reelección o por nuevo mandatario. En los dos casos en estudio, no por reelección. Ambas solemnes, con las diferencias culturales de dos países muy diferentes. De manera conjunta, pusieron fin a la etapa de “transición” y dieron comienzo a un nuevo periodo en la jefatura de Estado, luego de sendas elecciones democráticas.

Las del norte estuvieron muy cuestionadas, las del sur menos. Momento cumbre de ambas fue la toma y prestación del juramento o protesta. Laico, el del norte (por una “o” disyuntiva); religioso, el de Colombia (por una “y” copulativa). Inauguración, Toma de juramento y demás ceremonias suelen ser precedidas de otra muy importante: el “empalme”- 

Los empalmes de Estados Unidos y el empalme “Duque-Petro” 

El “empalme” de equipos se ha dado en Colombia de manera bastante pacífica, teniendo en cuenta que se efectuaba entre un gobierno considerado de derecha con uno visto por algunos como populista de izquierda. Pese a todo, transcurrió pacíficamente.

Contrasta este acto de madurez institucional con lo que suele ocurrir en el mundo –en los momentos de entrega del poder– en virtud de la alternancia, cuando las dificultades han aflorado, no siendo Estados Unidos la excepción y al parecer sí lo ha sido Colombia donde, salvo pequeños incidentes, todo ha sido tranquilo pese a que la entrega no ha sido entre el mismo partido sino con equipos diferentes. Las normas y la costumbre constitucional colombiana han ido creando reglas de juego que han hecho carrera hacia “empalmes” en buena forma, al llegar el nuevo presidente.  

Los empalmes de poder en Estados Unidos   

El proceso de transición de poder se inicia en USA desde antes de las elecciones. La ley de transición quiere que haya un “empalme” entre el saliente y el entrante a través de sus equipos y de un coordinador federal de la Casa Blanca. Se entregan informes. Todo se inicia desde antes de recibir los precandidatos la nominación formal del respectivo partido.

Elegido el candidato de cada partido se firma  un "memorando de entendimiento" formalizando cómo trabajarán juntos. Empalmes exitosos en USA: transición "Jimmy Carter-Ronald Reagan"; de exquisita cortesía la de "Barak Obama-Donald Trump" y poca cortesía de este último hacia el equipo que le entregaba y hacia los jefes de Estado más cercanos al país. Un buen empalme, asegura buena gobernabilidad. El saliente presidente le dejó al entrante una nota amable firmada: “BO”. 

El empalme de poder “Trump-Biden” 

Fue tenso y lento, de muchos tropiezos, demoras y resquemores que inclusive pusieron en peligro ciertos aspectos de la gobernabilidad y peor, de la seguridad nacional. Además, muchas instituciones, tradiciones y conductas estaban siendo afectadas. Seguramente desde el más allá los Padres Fundadores debían estar abatidos, como lo debían estar igualmente el Derecho y la Cortesía. Esta, para Edmond Burke es mucho más obligante que la normativa jurídica. 

Banda presidencial o biblia 

A la toma del juramento de Gustavo Petro le siguió la imposición de la banda presidencial, no por el presidente del Senado y del Congreso, como lo señala el protocolo, sino por una congresista. En el caso Biden este ceremonial no opera y suele ser reemplazado por la toma de juramento sobre una biblia personal, familiar o histórica.

En ambos casos el régimen es presidencial y la ceremonia debe realizarse dentro del hemiciclo o por fuera de él, siempre en los predios de la sede de la rama legislativa. Biden por fuera, Petro también, pero con la aclaración del presidente del Senado, Roy Barreras, de que se estaba en una sesión del Congreso de Colombia. El presidente Alfonso López Michelsen había dispuesto -cuenta Óscar Alarcón- que la ceremonia debía realizarse “dentro” del recinto del Congreso, práctica que no tuvo continuidad.  

Investidos, posesionados y juramentados en el cargo bajo un ius cogens en aumento 

Por la Jura, Biden y Petro adquirieron la calidad de gobernantes en propiedad. Uno bajo el temor del atentado y el otro “asustado” -son sus palabras- por la responsabilidad del cargo.  Recuerdo haberle escuchado al gran Jean-Louis Barrault que el actor que no tiene el “trac” (“culillo”) antes de entrar al escenario, es un mal actor.

Entonces, temor en el desarrollo y tranquilidad institucional en el subdesarrollo. Cada uno con los símbolos del poder: el bastón de mando, la banda o la propia bandera, el teléfono rojo, las manillas protectoras de los “mamos”… Allá, como aquí, dos actos solemnes, preceptivos y de carácter legitimador. Resultado: dos nuevos jefes de Estado en la historia del respectivo país. 

 La entrega pacífica del poder es hoy en día casi de ius cogens en las democracias verdaderas, donde de los textos constitucionales ha pasado a los del derecho internacional, elevándola de paso a imperativo ético-político la práctica y la teoría democrática universales. Sin embargo, en la transición “Trump-Biden” se dieron situaciones y eventos casi siempre vistos como propios de los países subdesarrollados, pero no en Colombia donde todo ha transcurrido como en país desarrollado en su cultura política. 

Los diferendos del poder 

El traspaso de “Hoover-Roosevelt” no fue pacífico, el primero perdió la reelección y reaccionó muy mal. Vino una agria discusión en la casa de gobierno sobre el New Deal. Hoover quería que el ganador renunciara a su programa y este se negó. Volvieron a reunirse el día anterior a la toma de posesión de Roosevelt, y nuevamente discutieron en medio del té. Fue mucho más fuerte la discusión entre Hoover y Jimmy Roosevelt, hijo del entrante presidente. La Transición “Harry S. Truman-Dwight Eisenhower” tampoco fue pacífica, Ike no asistió a una reunión de información sobre asuntos de seguridad nacional, convocada por el presidente durante la campaña; ahora, en el empalme, tampoco quiso asistir.

Truman se sintió y manifestó que esa negativa podía ser perjudicial para la República. El día de la inauguración Truman quería que fuesen ambos con sombrero de copa, Eisenhower no lo aceptó. Discutieron sobre si viajaban juntos al Capitolio en el mismo coche y finalmente acordaron que sí, pero Eisenhower se negó a salir del auto antes de que lo hiciera Truman que todavía era el presidente y tenía derecho a salir de último, según el protocolo.

La esposa de Truman preparó el almuerzo habitual y los Eisenhower no fueron, cometiendo un acto bochornoso de violación de la etiqueta. Imaginar a Trump-Biden juntos y en el mismo auto, sería como para Maigret. De la inauguración de Petro se desconoce si hubo banquete. Se sabe que hubo algo más que un baile amenizado no por la música de Cole Porter, G. Gershwin o Sinatra sino por vernáculos aires de La Nevada, los Montes de María, Sincelejo y El Caramelo.

Los diferendos de poder “Trump-Biden” 

Para Biden  la entrega fue agonal, violenta. Para G. Petro fue pacífica, solo deslucido el empalme en la previa a la instalación del Congreso el 20 de julio, cuando huestes noveles abuchearon al presidente saliente. Más tarde se daría otro casi roce de ópera, por una “espada”, el símbolo de la guerra. La democracia exige dar paso a transiciones pacíficas en la entrega del poder.

La alternancia o alternabilidad en los cargos de poder mediante el protocolo de traspaso por medio de la “investidura” -en presencia o no del saliente- es un acto de trascendencia simbólica universal. Biden no tuvo, afortunadamente, la presencia del perdedor y el nuevo presidente de Colombia tampoco, por otro tipo de protocolos. Sí estuvo presente el segundo en votación, en virtud de una reforma constitucional que agregó este privilegio. 

 Comportamientos de sectarismo, incivismo, traición, resistencia, revuelta o revolución con fines de impedir la alternabilidad o alternancia como los vistos en las elecciones de los Estados Unidos de América “Trump-Biden”, casi nunca han sido vistos en los cambios de poder en Colombia donde, pese a la pugnacidad de las tres campañas electorales, más las internas de escogencia de candidatos, la transmisión del mando presidencial resultó pacífica.  

El de la alternabilidad es un tema de derecho y de ética política 

La ética democrática pide un juego limpio que evite la degradación de la política, exige que se respeten los resultados de las urnas y se dé una alternancia pacífica en el poder a través de una entrega limpia y pacífica. El asunto es de Derecho y también de fair play político. El irrespeto puede conducir a situaciones de tragedia en pueblos altamente armados. En el Tercer Mundo la reelección indefinida perturba la alternancia en el gobierno y degrada la política.

Lo estamos viendo en algunos países de América del Sur en particular, con la exclusión de Colombia cuyo nuevo presidente ha jurado y rejurado que respetará el mandato de cuatro (4) años, porque en este lapso cree podrá cambiar un país de apenas 212 años de vida independiente. 

El de la alternabilidad es un tema de derecho y de ética política, también de cortesía 

No pudo Biden tener una transición pacífica, ni siquiera una parecida a la algo intranquila entre “G.W. Bush-Al Gore” en la cual el proceso de reconteo de votos duró diez días, pero al cabo de los cuales Al Gore concedió o admitió con absoluta gallardía el triunfo de George W. Bush incluso felicitándolo por el triunfo, lo que permitió que la entrega de poder “Clinton-Bush” fuese de manera ejemplar y pacífica. Gore había perdido por solo 500 votos de “maquinita” floridana.

Hasta la muy difícil contienda electoral “Nixon-Kennedy” terminó con la aceptación de la derrota y felicitación al ganador, algo que nunca tuvo Biden. En el caso colombiano, el expresidente Álvaro Uribe Vélez -el más acérrimo contendiente del nuevo presidente- fue el primero en felicitar y luego reunirse con G. Petro; luego vino el cálido abrazo entre el segundo en votación y el ganador. Gestos de cortesía, de buenas maneras que hacen grande una democracia. “Saber perder” es también de grandes hombres. 

A diferencia de un caudillo aferrado al poder, en Colombia la transición ha sido pacífica, ejemplar 

Un presidente derrotado y aferrado al poder sin querer hacer su entrega, es un peligro para la democracia al afectar el principio de “alternabilidad” pacífica, reglada y cortés. Es lo que le tocó sufrir a Joe Biden. En cambio, a Gustavo Petro -el siempre tenaz crítico del sistema político colombiano- el respeto al principio democrático de alternabilidad le ha permitido tener una pacífica alternancia en el ejercicio del poder y hoy es el presidente 42 de Colombia.

En este país, los ritos electorales, las actividades partidistas y los trabajos parlamentarios muestran una notable madurez política, ejemplar en el concierto de las naciones. Ha reinado la cortesía, se ha reconocido un ganador y la entrega del poder ha sido pacífica.  

Petro ya está en el gobierno y no en su búsqueda. El principio democrático de alternabilidad y juego limpio en política hará su juego en él y será de su interés mantener una gobernabilidad pactada, a falta de una mayoría propia. Todo esto es lo propio de las sociedades modernas, abiertas, consensuadas.

En esta transición, Colombia ha demostrado madurez de país de Primer Mundo. Esta es tierra negada para caudillos, lo que parece ha entendido su nuevo presidente. La de Petro ha sido una transición tan pacífica como las ceremonias de inauguración de Bill Clinton, George W. Bush y la apoteosis de Barak Obama. 

El diferendo “Trump-Biden” continúa, aquí no lo hubo 

Mientras en Estados Unidos la oposición ha sido a ratos violenta, cerrera y negadora de los valores del sistema democrático, gracias a que el líder perdedor ha violado la tradición de caballerosidad y cortesía iniciada por la transición “Cleveland-McKinley” el 4 de marzo de 1897, en Colombia las fuerzas opositoras se encuentran desconcertadas y sometidas a la conformación de coaliciones de gobierno de todos los colores y sabores.

De ella se espera -en bien del principio democrático-, que sea racional, razonable, patriótica y muy diferente a la oposición de calle de que fuese objeto el gobierno anterior desde el mismo momento de su inauguración. Toda oposición debe ser constructiva, leal y no violenta. Disenso y alternancia deben ser algo real, factible y algo más que una simple aspiración.  

El traslado pacífico del poder que acaba de ocurrir en Colombia le ha expuesto al mundo que este país es una verdadera democracia de nivel superior, seguramente no solo por obra de la espada sino también de las maneras y pensamiento civilista que recibiera en legado del General Santander. 

“Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo” (Ricardo III) 

Desesperado, así pedía un corcel el desmesurado monarca inglés en 1485. El 7 de agosto de 2022, 537 años después, el presidente ya posesionado de Colombia pareció decir: “Una espada, una espada, mi presidencia por una espada” (de Simón Bolívar), que le era negada. Esta llegó, luego de casi media hora bajo sol canicular y divertida borbónica mirada.  Petición que fuese alabada por unos y condenada por otros, nacional e internacionalmente. Entonces, como todo el mundo opinó, me siento también autorizado a hacerlo: 

 Ante el inútil desplante del saliente del poder -frente a algo ya acordado-, tal vez yo habría hecho lo mismo. Pero, con matices. Una vez en mi presencia el acero le habría pedido al secretario del Congreso que me hubiese traído la Constitución de 1821 y, como Francisco de Paula Santander, la habría puesto encima de la espada para que ella pasase a ser la “balanza de Astrea”, en el entendido de que –como quiera que la paz ya llegó a Colombia– ese hierro ahora no podría “servir de nada”.

De paso, habría “compuesto” a los dos grandes hombres de la patria en sus diferendos interminables. Y, de contera, como Alberto Lleras Camargo, habría vuelto a sentar el civilista mensaje de que el poder militar está sometido al civil. Como si fuese poco y para abundar, a la par de Simón habría dejado sentado que yo dejaba de ser un “ciudadano peligroso”. Caramba, me salió como de Torcuato Tasso: de “furioso” a “enamorado” de la vida.  

“Los ritos, son necesarios” (El Principito) 

Queda claro que los protocolos en las tomas de posesión de poder miden la cortesía de los contendientes porque, en efecto, son ceremonias y ritos políticos que le permiten al sistema teatralizar el poder para que el pueblo acepte al nuevo gobernante y se refresque la legitimidad de la nación a través de un nuevo jefe de Estado, sea en régimen presidencial o parlamentario. Estas formas y protocolos vienen de la historia, inclusive de la religión.

Celebran la alternabilidad del poder político para que los gobernados sientan o tomen conciencia de que la autoridad se renueva mediante la realización del ceremonial establecido en la propia Constitución. Señalan que el poder no ha sido acaparado y -si ha triunfado la oposición-, manifiestan que la que pasa a reemplazarla tiene esperanzas de regresar.  

La transición, jura y entrega del poder escenifican “lo revocable” y lo “sucesivo” (G. Balandier) 

Es celebración cívica y si el pueblo es maduro políticamente, los procesos de conciliación nacional —tras la lid por el poder político— serán pacíficos. Es llegada de nuevas caras y nuevos programas de gobierno. Desintoxican del bombardeo de la propaganda electoral. Dan al pueblo la sensación de que el cambio de poder se ha hecho no por la fuerza sino igualmente mediante símbolos y rituales que facilitan su aceptación. George Balandier es la escenificación de lo revocable y lo sucesivo.

El rito político cierra en cierta forma el periodo conflictivo de la lucha electoral y da la esperanza de un retorno pacífico a la normalidad del país. Son simbolismos importantes que regulan las relaciones entre los gobernados y los gobernantes. 

Colombia una democracia admirable 

Si la transición “Trump-Biden” fue desastrosa para la primera gran democracia real de la historia, la Transición “Duque-Petro” ha sido modelo, lo que ratifica que Colombia puede ser ejemplo para casi todo el llamado Tercer Mundo y hasta para algunos del mundo del desarrollo económico. En estas materias, los complejos de los profesionales del pesimismo y las ideologías de “fin de mundo” no caben. Sí, Colombia es una democracia. 

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