La dignidad de los indignados con Petro

La dignidad de los indignados con Petro

Por: Luis Humberto Rodríguez Aldana
diciembre 20, 2013
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No somos de Petro pero estamos con él. Estamos indignados. Y estamos indignados por Petro, o mejor por Ordóñez, aún por el establecimiento. Porque Petro es un ciudadano colombiano en ejercicio y no un bandido o un delincuente político, por la forma como lo procesan, juzgan y condenan, casi al unísono. Lo tenían acribillado legal y jurídicamente, porque le armaron un complot para tumbarlo en el cual participaron contratistas conocidos, políticos muy poderosos y medios de comunicación muy vistos, escuchados y leídos.
Se les fue la mano en odio y sevicia. Le decretaron la muerte política durante 15 años porque no recogió la basura que, con dolo, le dejaron los privados. Solamente un país como Colombia, único en el mundo, puede llegar a ese extremo de ilegalidad, que a un Alcalde lo disciplinan con la muerte política por malo, en el peor de los casos. Esa vergüenza jurídica y esa complicidad tan silenciosa del establecimiento frente a un derecho tan fundamental de un ciudadano como es el de elegir y ser elegido, digamos el más sagrado de los derechos-deberes de participación ciudadana. Es en la posibilidad de elegir y ser elegido donde un ciudadano se incluye en una democracia. Y excluirlo, sin causa penal que lo amerite, no tiene antecedentes en la historia universal de la infamia. La CIDH debe estar adolorida con Colombia. Porque eso más que rabia produce indignación.
Petro tiene una convicción política distinta frente al Estado, tiene ideas diferentes a las que profesa y defiende el establecimiento. Pero no por eso merece la sanción disciplinaria de excluirlo de la posibilidad de controversia, fundamento de una democracia. Por lo menos ese derecho de ciudadanía es el que queremos no solo para el señor Petro sino para todos. Que nos faciliten los espacios para debatir asuntos públicos. Que se abra la democracia para todos. Somos habitantes de un país ajeno que nos tiene indignados porque sucede con reprobación casi total en el ejecutivo, en el legislativo y en el judicial, y en el de control y electoral, es decir, con el poder público que emana de la ciudadanía en ejercicio.
Se afirma con Abraham Lincoln que “la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”. Pero el pueblo es susceptible y hasta veleidoso: es una masa amorfa e indefinida en el cual reside la soberanía, la suprema autoridad y del cual emana el poder público. (Constitución Política). Por eso, la democracia es un asunto demasiado serio para dejarlo sólo en manos del pueblo. El pueblo vota para legitimar un gobierno, aunque no participa de él. En cambio, ciudadanía es conciencia. La diferencia es que el pueblo vota, en cambio, los ciudadanos eligen, fiscalizan, vigilan. Concebimos la democracia participativa como un gobierno elegido por ciudadanos en busca del bien común. Mejor dicho: queremos meterle ciudadanía a la democracia.
Propendemos por eso por una reforma política que reforme el actual ARTICULO 3. La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder público, por, La soberanía reside exclusivamente en los ciudadanos, de los cuales emana el poder político. Necesitamos también meterle ciudadanía a la Constitución.
Pero la indignación no es solo política. También es económica. Nos sentimos tributando a un Estado ajeno a nuestras necesidades, con mucha inequidad y el poco retorno de esos recursos públicos, que están privados a unos intereses muy comunes al establecimiento pero muy distantes de la ciudadanía y de las comunidades. Los grupos económicos tributan poco a las arcas públicas y sacan un provecho excesivo (exacción) de bienes y servicios a la población. La gasolina, la telefonía móvil, los bancos, la construcción, en general, los grandes conglomerados y grandes industrias y comerciantes, tributan poco y se enriquecen demasiado mientras crecen la corrupción, el clientelismo y la injusticia social.
Estamos indignados por la frivolización de los medios de comunicación que quieren tapar el crimen político de Petro con basura mediática, en un país que ubicó la grandeza de Simón Bolívar al honroso segundo lugar en la historia, desplazado por el sofocante mesianismo de un caballista paisa.

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