En junio del 2017, después de una visita a Manizales para grabar una nota de Los informantes, María del Rosario Arrázola regresó a su apartamento en Bogotá, se acostó en su cama y no se levantó en tres días. Nada le dolía, sólo una leve migraña la atormentaba. Era, sobre todo, desgano y falta de apetito. Arrastrándose fue a la Clínica Reina Sofía. Al constatar los síntomas el especialista le mandó a hacer una ecografía y allí encontró lo que temía: tres tumores del tamaño de una pepa de aguacate aferrados a su hígado. Un mes después, a comienzos de julio, la Nena había perdido la energía, y de paso, ocho kilos. El deterioro era tan evidente que su familia le pidió que dejara la fría Bogotá y regresara a Cartagena, su casa.
En el aeropuerto, al recogerla, notaron su extrema delgadez, su piel verdosa, las ojeras pronunciadas. Ya no era la misma bullanguera, siempre alegre y curiosa. El cáncer la estaba devorando. Su hermano Miguel, el polémico pastor que dirige la iglesia Ríos de Vida, se encerró a orar durante dos días. Los exámenes médicos que había traído la Nena desde Bogotá no daban espacio para la esperanza. Desesperado empezó a recordar. Dos años atrás, mientras predicaba al lado del pastor Marco Barrientos en República Dominicana, conoció al Doctor Francisco Contreras, cristiano convencido que había heredado de su padre Un oasis de esperanza, una clínica contra el cáncer fundada en 1963 en Tijuana, México. Contreras renunciaba en sus tratamientos a la quimioterapia tradicional y usaba medicina alternativa con base a un estricto régimen vegano. Según había leído, cientos de pacientes de todas partes del mundo hablaban de que en esa clínica le darían a su hermana lo que necesitaba con urgencia: Una cura milagrosa.
Miguel escribió un mail al Doctor Contreras contando los síntomas que tenía la Nena. A los tres días recibió la respuesta escueta y dura “Ven rápido porque lo que tiene tu hermana no da espera”. A la periodista la sacaron de la cama. Era un espectro. Había adelgazado tanto que los huesos le punzaban la piel como dagas. Las pocas horas que dormía lo hacía rodeada de almohadas para proteger su cuerpo. Miguel y su esposa le tenían que abrir la boca para que comiera granos de arroz. A veces, entre las tinieblas de la enfermedad, escuchaba la voz de su cuñada leerle el evangelio. Sangraba por la nariz todo el tiempo. No se levantaba de la cama. Otras veces no oía ni veía nada, incluso no sabía si estaba viva o muerta. Agonizante, emprendieron el viaje hasta Tijuana. Muchos meses después la Nena supo el sacrificio que había tenido que hacer su familia para conseguir los USD$50 mil que costaba el tratamiento. Sus cuatro sobrinos se quedaron sin estudiar el semestre y a Miguel le tocó recurrir a sus cesantías.
La llevaron en una silla de ruedas hasta el aeropuerto Rafael Núñez de Cartagena. Su cuñada tenía que sostenerle la cabeza porque no podía mantenerla firme. La Nena no recuerda como hicieron para llevarla hasta El Dorado, de ahí tomar un avión hasta el aeropuerto Benito Juarez de México y luego emprender el destino final hasta Tijuana. Cuando aterrizaron en esa ciudad mexicana, en medio del sopor en el que estaba sumida, pudo ver la camioneta que la estaba esperando y el letrero en la parte de atrás Oasis de esperanza. El corazón le volvió a latir con fuerza.
Esa misma tarde conoció al doctor Contreras. Lo primero que le dijo en su consultorio fue: “Yo voy a negociar su vida con Dios”. Ese mismo día Contreras le explicó, además, las dos grandes premisas de su clínica: No hacerle daño al cuerpo. "En la medicina tendemos a hacer las cosas al pie de la letra. Como resultado, con frecuencia matamos a la gente". La segunda era: Amar al paciente como se ama uno mismo. "Si no le daría un tratamiento a mi mamá, a mí mismo o a mi hija, ¿por qué se lo voy a dar a mi paciente?". Contreras no es muy amigo de la quimioterapia. Esa cura puede eliminar el tumor, pero, por sus devastadores efectos, termina acortando la vida de la persona. Aunque la utiliza cuando el tumor bloquea alguna de las vías respiratorias, Contreras casi siempre opta por una quimio natural no tóxica llamada laetrile que no está aprobada legalmente en los Estados Unidos y sí en México. El laetrile es una azúcar con cianuro radical que destruye las células del cáncer. La amigdalina se encuentra en más de 1,200 plantas incluyendo en las semillas de albaricoques, duraznos, ciruelas y manzanas. Ernesto, el papá del Doctor Contreras, fue quien empezó a utilizarla con fines curativas a comienzos de la década del sesenta.
Mientras Maria del Rosario recibía su durísimo tratamiento que incluía 37 pastillas diarias de cúrcuma o vitaminas C, además de infusiones intravenosas como vitamina K, Potasio y amigdalina, para descontaminar el hígado y la sangre, aparecía un médico al final de la tarde a darle ánimos, algo que muy difícilmente podría encontrar en una clínica tradicional. La Nena estaba en casa.
La nena recibiendo ánimos de los médicos de la clínica mexicana
A los cinco días de estar en Tijuana volvió a sentir hambre. Le dieron una sopa de tomate. No la vomitó. Se sintió con fuerzas. Su hermano Miguel, quien la acompañó desde Colombia, rezaba sobre su cabeza todo el día. Un día le dijo: “Nena, vamos a caminar por la playa”. Ella le respondió, con la voz entrecortada “Hermanito, yo no sé si pueda”. Le dio la mano y la levantó. Bajo la mirada estricta de médicos y enfermeros la Nena abandonó lentamente la clínica y se dirigió a la playa que estaba solo a siete escalones de sus pies. “Yo no puedo Miguel” le dijo pero él sostuvo su brazo mientras ensartaba oraciones. Cuando bajaron la pequeña escalera, la Nena, entre sollozos, abrazó a su hermano y le repetía una y otra vez “Ya no me voy a morir Miguel. Ya no me voy a morir”.
Veintiún días le bastaron a la Nena Arrázola para regresa a Colombia. En la primera semana de septiembre, en Cartagena, el Doctor Martínez VIsbal le hace otra ecografía. Los resultados eran asombrosos. El cáncer no había hecho metástasis y se había reducido a su mínima expresión. La Nena, que ha patoneado todo el país, que se acostumbró a comer empanadas frías en algún lugar de Putumayo, o carne oreada en un remoto pueblo santandereano, ahora tiene una dieta estricta de verduras, arroz integral y salmón una vez por semana. Ya no toma nada de azúcares y le tienen prohibido, de por vida, el pollo, la carne y los embutidos.
La Nena ha vuelto a ser el Dínamo que mueve a Los Informantes. Su fanaticada se angustió durante los meses que estuvo ausente. Este año ya ha volado a Barranquilla, Medellín, Cartagena y Barranca. Un vuelo cada quince días. Todo para buscar el otro alimento que la mantiene viva, además de las verduras y la fe: la necesidad de contar historias cada domingo en la noche.