La dictadura que seremos...

La dictadura que seremos...

"Lo cierto es que si el uribato se termina de consolidar, Colombia volverá a los tiempos de Turbay Ayala y peor"

Por: Julian Diaz
septiembre 08, 2020
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La dictadura que seremos...
Foto: Facebook @AlvaroUribeVel

Al final del primer gobierno de Uribe el Departamento Nacional de Planeación lanzó un documento llamado Visión Colombia Segundo Centenario 2019, que contenía una serie de metas económicas y sociales para el país en los 14 años por venir.

Casi que está por de más decir que ninguna de las metas de progreso en el ingreso y equidad social fueron cumplidas, ya que estas no eran más que retórica; pero lo que sí era diciente y esclarecedor de dicho plan era el hecho de que este entrañaba la intencionalidad de que el uribismo fuera la fuerza política dominante en todo ese lapso y más allá.

Este objetivo tuvo un contratiempo cuando el ungido por Uribe, Juan Manuel Santos, se dio cuenta de que él contaba con el abolengo político y el suficiente arraigo en las élites del país como para dejar de ser un simple lacayo del señor de las sombras; lo que llevó a que el partido de Uribe se declarara en oposición, la cual se tornó aún más férrea cuando se hizo evidente que el acuerdo de paz con las Farc podría materializarse.

El Centro Democrático se dedicó a lanzar diatribas haciendo uso de esa herramienta que se ha convertido en su arma principal para ocultar lo inocultable y defender lo indefendible: “la posverdad”. Inspirando miedo y rabia en la población hicieron, como dijo uno de sus representantes, que “la gente saliera a votar emberracada”, lo que tuvo como consecuencia el fracaso del plebiscito que debía servir como bendición popular a los acuerdos.

Entonces llegó el final del gobierno Santos y con esto Uribe se propuso no cometer los mismos errores que no le permitieron gobernar en tercera persona durante esos ocho años. Colocó como candidato de su partido a un personaje que no tenía la más remota posibilidad de independencia frente a los designios del jefe, alguien para quien ejercer el poder en nombre propio fuera imposible: Iván Duque (quien ni siquiera contaba con los votos propios suficientes para llegar al Senado, puesto al que llegó en una lista cerrada encabezada por Uribe).

Una vez ganadas las elecciones, combinando todas las formas de lucha (cosa de la que Uribe acusa a la izquierda, pero en la que él es un experto), se dedicó a afianzar su poder colocando a sus alfiles en todas las instituciones donde pudieran ser ubicados: Centro de Memoria Histórica, Registraduría, Procuraduría, Contraloría, Defensoría del Pueblo y Fiscalía. Estas entidades terminaron en manos de personas que en todos los escenarios han mostrado su lealtad al partido de gobierno y por supuesto a su jefe máximo, afianzando una cooptación que echa al traste la separación de poderes y el Estado de derecho. Todo esto aderezado por la vuelta de la persecución y censura contra los considerados opositores, masacres, asesinatos selectivos, entre otras peculiares prácticas.

Uno de los pocos entes que logró conservar su independencia fue la Corte Suprema de Justicia, que inicialmente tenía en sus manos el proceso contra Uribe por manipulación de testigos, pero que cediendo ante las intimidaciones (dicen unos) o procediendo en derecho (dicen otros) decidió dejarlo en manos de la Fiscalía, donde el caso probablemente dormirá el sueño de los justos hasta que en algún partido de la Selección Colombia o en medio de alguna celebración colectiva decidan precluirlo.

Hay más posibilidades de que lluevan diamantes hacia el cielo de que en la fiscalía de Barbosa y el exaliado de Ordóñez (Gabriel Jaimes) terminen condenando a Uribe a pesar de las abrumadoras pruebas. Es de esta manera que el uribismo está cerrando todos los círculos para acabar de consolidar una dictadura en Colombia, logrando aquello que solo cabía en los más alocados sueños de Pablo Escobar: convertirse en un intocable e inimputable para el Estado, colocándose a sí mismo por encima de cualquier ley que le pudiera ser aplicada y manejando la patria a su antojo y conveniencia.

Mi teoría en esto es que Escobar se metió con las élites políticas, económicas, militares y comunicacionales del país, las cuales arremetieron contra él con todo su poderío hasta someterlo sin importar el cómo, siquiera la legalidad.

La estrategia de Uribe y sus apoyos probó ser mucho más efectiva. Esta no fue otra que dar todas las prebendas posibles a esas élites, tranzando con ellas cualquier cuestión que fuera posible (ese fue uno de los aspectos fundamentales del Pacto de Ralito), a la vez que se castigaba con nada menos que la muerte a cualquiera que pudiera representar un riesgo para esa patria refundada en manos de gamonales aliados o directamente narcotraficantes, empresarios de cuestionable moral, altos mandos militares y barones políticos.

Gracias a esto Uribe cuenta con el favor de la élite comunicacional a la que Escobar atacó. Como consecuencia, la propaganda mediática en favor del “Gran Colombiano” ha hecho que cuente también con la favorabilidad de una nada despreciable porción de la población de este país (unos engañados, pero una cantidad cada vez más creciente de gente que lo apoya con total conocimiento de causa), porque son como él, hijos de la violencia que profesan el credo de Maquiavelo, en el que “el fin justifica los medios”, y que piensan (en eso sí engañados la mayoría) que el poseer un carro, una casa y tal vez un par de hectáreas de tierra los convierte en parte de esa poderosa élite rapaz que Uribe representa y protege.

Lo cierto es que si el uribato se termina de consolidar, Colombia volverá a los tiempos de Turbay Ayala y peor, donde toda voz disidente será silenciada. La uribista constituye el peor tipo posible se dictadura, ya que ni siquiera es nacionalista, sino que tiene características más bien feudales, supeditada a los intereses mezquinos de gamonales, banqueros, multinacionales, monopolios de todo tipo y por supuesto del gobierno norteamericano (quienes hace poco desclasificaron cables en los que se reconocían las serias sospechas y hasta posibles pruebas que tenían de los vínculos de Uribe con los escuadrones de la muerte en Colombia).

“El Uribe es peligrosísimo”, decía Jaime Garzón en su famosa conferencia en Cali de 1997, veintitrés años después una gama cada vez más amplia de la sociedad colombiana y la comunidad internacional finalmente empieza a darse cuenta de cuánta razón podría tener el periodista en sus palabras. Consideren por un momento que “el innombrable” es culpable de todo lo que se le acusa y todo el derramamiento de sangre que hubo en Antioquia con un incremento del 371% en las masacres durante su gobernación, si de esto fueron capaces para mantener su poder regional, ¿qué podrán hacer para conseguir el poder absoluto?

En un paréntesis, los falsos positivos no son más que asesinatos de Estado (porque decir ejecuciones extrajudiciales también es un eufemismo que da a entender dos cosas absolutamente erróneas: una es que en Colombia hay ejecuciones judiciales, cuando no es así, y la otra es que los ejecutados debían algo y por eso los mataron, solo que se ahorraron el juicio), por lo que le pido a los sectores progresistas dejar de usar el término de “ejecuciones extrajudiciales” cuando describen lo que les pasó a miles de jóvenes durante los gobiernos de Uribe.

Volviendo al tema, hechos como los falsos positivos, la operación orión, la exacerbación del narcotráfico, el incremento de la pobreza y la acumulación de capital en los mismos sectores retardatarios de siempre, junto con la depredación ambiental, fueron las herencias nefastas que nos dejaron los dos gobiernos de Uribe; cosas que serán potenciadas si termina de consolidarse la dictadura uribista. En tal escenario, hasta humildes opinadores, como un servidor, podrían verse perfilados, perseguidos y hasta desaparecidos por la maquinaria de represión de este infausto régimen.

¿Entonces cuál es la alternativa? Pues no es otra que una en la que el pensamiento progresista se constituya en una mayoría calificada en este país y si no progresista, por lo menos unas mayorías que repudien lo que está pasando, que estén dispuestas a jugársela por poner fin a la hegemonía del uribismo y a apostarle a un verdadero cambio; ya que si las huestes retardatarias cuentan con un apoyo superior al 30% de la población, estaremos condenando al país a continuar en esta debacle dadas las estrategias mezquinas que utilizan.

Así pues, no nos queda de otra que hacerle entender a esos apoyos populares del uribismo que tener casa propia no los convierte en élite; que las ideas progresistas, la protección del medio ambiente, el progreso de los explotados y los olvidados no son una amenaza, sino todo lo contrario; y sobre todo que deben considerar que cuando el desaparecido, el torturado o el muerto no lo vean en las noticias sino que sea un sobrino, un hijo o un nieto, ya no valdrá de nada arrepentirse de haber ayudado a consolidar la dictadura uribista.

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