"Cuando el tiempo solo sea rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras que lo temporal, entendido como acontecer histórico, haya desaparecido de la existencia de todos los pueblos, entonces, justamente entonces, volverán a atravesar todo este aquelarre como fantasmas las preguntas: ¿para qué?, ¿hacia dónde?, ¿y después qué?" (Martin Heidegger).
Según la mitología griega, los dioses olímpicos eran los dioses del panteón griego. Estas deidades eran adoradas por sus cualidades divinas, dentro de las cuales nunca existió la rapidez; es decir, la velocidad no se encuentra como atributo de ninguno de los dioses principales del monte Olimpo. Quizás la referencia más cercana sea Hermes (dios mensajero), el cual era más adorado por su audacia y elocuencia que por su rapidez.
Actualmente, la rapidez ha tomado gran relevancia gracias a la modernización capitalista, la cual está altamente incorporada en la trasformación de las estructuras temporales; es decir, la transformación de la temporalidad misma y todo aquello que ocurre en el tiempo, lo cual nos lleva por un camino de transformaciones marcadas por la aceleración. Todo esto nos hace pensar que se vive solo para el trabajo con su estereotipo funcional, donde la producción y la eficacia están guiadas por el crecimiento económico en un mundo industrial tecnificado por el ideal de progreso. En este contexto, la fórmula más trabajo, más productividad, más consumo y más progreso actúa como combustible de la aceleración del tiempo social. En este sentido, se vive en un constante estado de urgencia, donde la idea de rápido, más rápido, es el incremento de velocidad en la unidad de tiempo de las acciones sociales.
La rapidez engendra un vicio: la prisa. Actualmente todo se basa en la rapidez. Cada instante de nuestra vida cotidiana está en una dictadura del afán, el cual nos obliga a hacer las cosas más rápido, en ocasiones sin razón alguna. Se ha convertido en pulsiones que aumentan en la medida en que el mercado nubla las mentes con una lluvia de productos. Uno de los peores y más perversos productos de esta economía de mercado es su intento por saciar el afán de conocimiento a través de los libros, por eso no es raro encontrar ejemplares como: los 10 secretos de la felicidad, cómo hacerte rico en un año, las 3 claves del amor, el secreto para ser rico, entre otros. Esta percepción rápida del conocimiento ha hecho que nuestra sociedad sea más activa y menos contemplativa, es decir, más susceptible a la manipulación.
Una evidencia más de la prisa de nuestra sociedad, es lo que vivimos día a día a través de las redes sociales, como, por ejemplo; los Reels Instagram, las historias de treinta segundos, los cortos videos de TikTok, sin contar los videos que prometen hacerte ganar dinero con rapidez. Otro aspecto que me parece curioso, fue la nueva función de WhatsApp para acelerar la reproducción de audios y notas de voz, una función más, característica de la urgencia de una sociedad que "cuanto más rápido, menos vive".
Nada es absoluto, la velocidad es la relatividad misma: no un fenómeno, sino una relación entre fenómenos. Los postulados básicos de la teoría de la relatividad general de Albert Einstein nos ayuda a identificar mejor el concepto de velocidad, en sintonía con la crítica que Einstein lleva a cabo, sobre la concepción mecanicista de Newton que hacía del espacio y del tiempo unas estructuras vacías, estáticas y homogéneas. Los intervalos de espacio y de tiempo no son hechos absolutos, sino verdades relativas a instancias particulares de movimiento. Como consecuencia, la velocidad no es estrictamente un hecho fáctico, sino más bien una variable del movimiento, una instancia decisiva que determina unos espacios y tiempos particulares, es decir, unas intensidades de experiencia. Así entendida la velocidad es antes un medio que un movimiento: un medio de control, de comunicación, de visión, de percepción o de relación, en todo caso, un medio de vida.
Tal como decía Paul Virilio, "la velocidad es la vejez del mundo... Llevados por su violencia no vamos a ninguna parte, solo nos contentamos con partir y abandonar lo vivo en provecho del vacío de la rapidez. Tras haber significado largo tiempo la supresión de las distancias, la velocidad equivale de pronto al aniquilamiento del tiempo: se trata de un estado de urgencia.
Creo que para estar más tranquilos debemos dejar la prisa a un lado, y esto no quiere decir que debemos hacer lenta nuestra existencia, claro que no, se trata de encontrar un balance, una nueva concepción de la vida, una visión más cultural. Debemos trascender y ampliar nuestro pensamiento en todas las direcciones, ser más profundos, dedicar tiempo a interactuar con los demás, relacionarnos más con el arte, la música, la naturaleza, el océano, las montañas, y la espiritualidad, crear más contextos de diálogo con nosotros mismos.