Adiós a los buenos profes: la inminente diáspora académica motivada por la pandemia

Adiós a los buenos profes: la inminente diáspora académica motivada por la pandemia

Muchos profesores, con poco tiempo para jubilarse, no están motivados para seguir prestando sus invaluables servicios y menos ante la desvalorización de su labor

Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
febrero 14, 2022
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Adiós a los buenos profes: la inminente diáspora académica motivada por la pandemia
Foto: Pixabay

Con motivo de la torpe expulsión de los judíos en España tras la toma de Granada por parte del ejército de los Reyes católicos, una buena cantidad de aquellos marchó al exilio hacia el entonces Imperio Otomano, el cual los acogió con brazos abiertos al ser consciente del aporte que los judíos españoles implicaba para su economía.

Hoy día, en la actual Turquía, siguen allí sus descendientes, a quienes, pese a un "generoso" ofrecimiento hecho hace ya años por el entonces monarca español, Juan Carlos I, para que retornasen a España, no les apeteció ni de lejos volver a Sefarad.

Al fin y al cabo, ¿quién que se valore desea volver a un sitio en el cual sufrió maltrato sea en su persona o en la de sus antepasados? Es cuestión de orgullo y dignidad.

Pues bien, en la actualidad, cabe temer un fenómeno parecido, aunque con sus propios matices, en el ámbito académico colombiano, exacerbado por esta pandemia sin fin.

Me refiero al hecho que muchos profesores, a quienes les falta poco tiempo para alcanzar su jubilación, menos de cinco años, no están motivados para continuar prestando sus invaluables servicios, máxime ante la cada vez más creciente desvalorización del quehacer educativo.

En particular, en lo que al mundo de las universidades públicas concierne, esto va saltando a la vista, si bien no suele verse el análisis y la discusión al respecto.

¿Qué razones subyacen para que no pocos profesores hayan perdido la motivación al respecto? En lo esencial, se trata de un inevitable desengaño.

Por ejemplo, se me viene a la mente el caso del profesor Hugo Silva Segura, recién fallecido a causa de esta pandemia, quien, cuando se jubiló hace un buen número de años en la Universidad Nacional de Colombia en un mes de septiembre, no quiso completar los cursos que tenía a cargo en ese momento a raíz del justo enojo que sentía con la Institución a causa de vejaciones recibidas a lo largo de los años.

Y por el estilo del caso del profesor Silva, abundan las historias en este sentido, tantas que su relación requeriría resmas y resmas de papel.

En los tiempos que corren, en medio de esta pandemia, el desencanto en cuestión no ha hecho sino crecer.

De facto, la pandemia se ha prestado, merced al alejamiento inevitable de los campus por cosa de los confinamientos forzosos en casa, para que los administradores, cual zapadores, pergeñen contrarreformas vejatorias contra la dignidad profesoral, una verdadera andanada contra la línea de flotación de la estabilidad laboral.

Botón de muestra a este respecto, un reciente informe emitido en la Universidad Nacional de Colombia por una tal "comisión de accidentalidad" con el fin de hacerle unos "retoques" al estatuto docente, cuestionado a más no poder por diversos sectores del profesorado habida cuenta de que el rigor intelectual y científico del informe de marras deja bastante que desear.

Hasta parece ese informe una mala tarea hecha por estudiantes pigres.

Más aún, en estos dos años que llevamos de pandemia, ha sido también evidente el abandono y la falta de apoyo institucional.

En otras palabras, si ha sido posible continuar con las labores académicas, es gracias a que el profesorado, de su propio peculio, se ha hecho a mejores equipos de cómputo, mucho mejores en todo caso que los obsoletísimos computadores y equipos que duermen apagados desde hace dos años en sus oficinas universitarias.

Añádase a esto que es típico de todo académico que se respete el contar en sus casas con una buena biblioteca, bien pertrechada con libros de mejor calidad que los disponibles en las bibliotecas universitarias.

De otro lado, conviene no perder tampoco de vista que la presión dictatorial para retornar a las actividades presenciales, con sus inevitables riesgos para la vida al no contar con las necesarias garantías desde el punto de vista de la bioseguridad, contribuye de manera significativa a incrementar el desencanto aludido.

Incluso, existe un caso llamativo en muchos profesores de la Universidad de Antioquia, quienes, al comenzar la pandemia, vendieron sus casas o apartamentos en Medellín para radicarse permanentemente en sus fincas para, desde las mismas, adelantar sus actividades académicas gracias a la Internet.

Naturalmente, estos profesores están bastante reacios para retornar a una presencialidad que, por donde se la mire, luce bastante absurda.

Al fin y al cabo, no suena muy motivador retornar a la presencialidad dado que el salario promedio del grueso del profesorado no pasa de ser vulgar calderilla para efectos prácticos. Y, como ya dije, se juega la propia vida.

Del mismo modo, el estudiantado ha contribuido sobremanera para alimentar el desengaño en cuestión.

En efecto, con su tendencia a entrar en conflicto con sus profesores al no querer éstos restarle exigencia a los cursos, incluidos episodios de auténticas amenazas para la integridad personal de los profesores, el estudiantado ha aportado sus buenos óbolos para menoscabar cada vez más la dignidad de la labor docente.

Al fin y al cabo, por obra y gracia de las contrarreformas neoliberales de diverso jaez, los estudiantes han quedado reducidos a la categoría poco honrosa de "clientes", mientras que los profesores pasaron a ser unos meros "prestadores de servicios".

En otras palabras, las universidades y otras instituciones educativas mutaron en sórdidos zocos educativos, no muy diferentes de una fábrica o empresa.

Así las cosas, los estudiantes que asumían otrora como algo positivo la exigencia inherente a la buena labor educativa son apenas un recuerdo cada vez más borroso.

Por razones como las señaladas, entre otras que cabría añadir, cabe comprender que muchos profesores no vean la hora de su jubilación para así borrar de sus mentes y sus corazones a unas instituciones que jamás dieron muestras convincentes en cuanto a valorarlos.

Así las cosas, cabe entrever una consecuencia inmediata e inevitable a este respecto, a saber: la diáspora que esto causará en breve en las universidades públicas permitirá que las universidades privadas, un tanto a la manera del Imperio Otomano, se lucren de semejante capital humano y académico.

Y, claro está, de nada servirá que los equivalentes académicos públicos del rey Juan Carlos I traten de seducir con palabras bonitas a los profesores de esta diáspora para que retornen.

Obviamente, estos profesores tan solo podrán esbozar una sonrisa ante frases vacías de sentido y contenido tales como "sentido de pertenencia".

En fin, las cosas jamás volverán a ser como solían serlo antes de esta pandemia, que ha servido al menos para que muchos académicos hayan adquirido mayor conciencia en cuanto a la ingratitud que caracteriza a las instituciones. Es cuestión de orgullo y dignidad.

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