La primera vez que Amparo Grisales tuvo un encuentro con extraterrestres fue el 31 de diciembre del 1976. Tenía 20 años y todo el país la conocía. En una época donde solo habían dos canales el rating podía superar los 50 puntos en caso tal de que existiera. La novela que protagonizaba, Manuela, era la más vista por los colombianos. Había sido un buen año para la naciente diva así que se divertía leyendo revistas en la cama acompañada de la actriz Paula Peña y de Mireya Villamizar, las parceras con las que compartía un apartamento en la calle 22 con carrera tercera. La lectura se interrumpió bruscamente cuando vieron salir un torrente de luces desde detrás del cerro de Monserrate. No era una discoteca aérea, era un ovni o como ella misma lo dijo en una entrevista “era tremenda nave”.
No sintió miedo, al contrario, Amparo les gritaba con toda la fuerza de sus pulmones mientras agitaba un pañuelo blanco. Instintivamente buscó una cámara y le empezó a tomar fotos durante la hora y media que duró suspendido frente a su edificio. El 2 de enero fue a revelar las fotos y se encontró con que todas estaban quemadas. Cuando contaba la historia sus amigos se reían, se burlaban de ella, le preguntaban ¿y cuantos barillos te fumaste? Pero solo ella y sus dos compañeras de apartamento sabían que era verdad. Además los diarios de la capital titularon el 3 de enero de 1977 con esta frase “Ovni sobre Bogotá”. Las hemerotecas no nos dejarán mentir.
A partir de allí empezó un fervor que ha aumentado con los años. Si bien Amparo Grisales, como buena manizalita, se considera una ferviente creyente en cristo, sus ayudas van más allá y se siente fervorosamente cercanos a los ángeles, que vendrían a ser seres de otros mundos. A partir de ese momento empezó Amparo con sus chacras que, sumado a los dones con los que nació, la tiene con un estado físico que una treintañera. Es que sus médicos son ángeles que vienen del espacio sideral en arcas de plata. Ella ya conoce sus colores, sus conexiones con el cuerpo. No tuvo que hacer un pacto, tan sólo abrió su mente y creyó.
Su lugar de peregrinación a los extraterrestres no eran las iglesias sino un lote en La Calera a donde iba con otra diva de la época, Maria Eugenia Dávila. También los acompañaban sus amigos como lo contó hace más de diez años a El Tiempo. Alli vieron una moto voladora de una sola pieza de color metal. La moto la manejaba un extraterrestre cuya cabeza era tan grande que le aplastaba el cuello y unas manotas larguísimas. Fue la primera vez que Amparo sintió miedo de ver un extraterreste.
A los ovnis los sigue viendo ya sea en República Checa o en Tepoztlan México siempre está en contacto con sus padres ancestrales. Amparo no para de leer libros sobre el tema. Se prepara para lo que podría suceder un día, lo que sueña esta diva que no es de nuestro mundo: que los extraterrestres se la lleven a otra galaxia en una de sus portentosas naves.