Anda circulando por las redes sociales un vídeo –por supuesto, nada agradable y, por ende, fiel copia de los muchos que retratan la realidad de una ciudad totalmente insegura– que logra enseñar, en el semáforo sentido norte de la estación de Calipso, el atraco masivo que sufrieron unos indefensos pasajeros del MIO. Esta es una escena que no aterra a ningún caleño, porque toda la ciudadanía se ha acostumbrado al devenir de la inseguridad, como también al mismo hecho de no saber –esa es la verdad– si al salir de su casa va a regresar sana y salva cuando termine su jornada laboral.
Es una percepción de inseguridad que plantea que no hay quién nos proteja de la delincuencia común, que se siente envalentonada y diariamente hace de las suyas por toda la ciudad. Esto explica por qué roban dentro de las estaciones, articulados y alimentadores del MIO: como no hay autoridad que reprima, pues hay camino libre para el abuso y la intimidación que sufren unos simples pasajeros. ¿A caso lo que se vive a diario no es una muestra de desidia? Claro que sí, en la medida que legalmente no se hace nada para cuidar al ciudadano.
Por eso tanta condescendencia con la criminalidad que azota a la capital valluna ha llevado a que mucha gente se defienda por cuenta propia, se arme y salga a reprimir a los bandidos que creen que pueden robar panaderías, restaurantes y demás negocios. Es más, amigo lector, hasta en los mismos barrios populares grupos de vecinos salen con machetes, varillas y palos a defender sus propiedades. Les ha tocado acudir a estos métodos –que no son recomendables– porque sienten que la policía hace poco. En su psiquis ronda la idea de que muchos asalariados han perdido la vida por celulares o por cualquier peso que se tenga en el bolsillo, sin que hayan contado con algún tipo de protección. Sin embargo, aunque se defiendan nada detiene la inseguridad social que nos aqueja.
Es tan fea la situación caleña que hay zonas que preferiblemente no son recomendables transitar a pie, a sabiendas de un atraco que está a la vuelta de la esquina. La calle Quinta, por ejemplo, a las alturas del monumento a Jovita Feijoo, es nido de drogadictos y habitantes de calle que asustan a cualquiera. Qué decir de algunas zonas del oriente, en donde ni los mimos repartidores de EMCALI están exentos de los robos callejeros; o de Puerto Rellena, ahora Puerto Resistencia, un espacio que sobresale más por el consumo de alucinógenos que por otra cosa. Sin lugar a dudas, hemos perdido hasta el control del espacio público.
¿Y a todas estas en donde está el alcalde? Aparentemente, enriqueciendo a su familia, firmando contratos que lo lucren y perjudiquen al municipio. Su gestión es terrible, deja mucho que decir. Como burgomaestre ha promovido un reinado de la ingobernabilidad, así que por eso la delincuencia común campea por las calles como Pedro por su casa. No es que realmente sea el responsable de toda la degradación social que se vive, pero a él le corresponde tomar las medidas necesarias para evitar lo que pasó en el alimentador del MIO. Su deber es generar estrategias reales que protejan a los caleños, que sienten que no confían en su mal habido mandato, y prefieren creer que esto es una pesadilla de la que tarde o temprano despertaremos.