Los colombianos somos personas con un nivel de tolerancia inexplicable, no sé si es por ese orgullo creado en nuestro imaginario de pensarnos mejores en todo lo que hacemos o el poder del espíritu servil de creer que lo que viene de afuera es mejor que lo que nosotros producimos. Sin embargo, en muchos casos estas dos líneas de pensamiento nos llevan a varias conclusiones: no somos los mejores, pero tampoco somo mucho menos peores que los que vienen de afuera.
Durante los últimos doscientos años, nuestro país ha tenido un crecimiento sin precedentes, crecimiento que, aunque no lo creamos, nos ha llevado a incorporarnos en la modernidad y a ser considerado uno de los países de Sudamérica con mayor prospectiva. Son muchos los elementos que se suman cuando hago esta apreciación, pero al hacer una comparación racional contamos con elementos de juicio suficientes para sentirnos honrados. Sin embargo y al margen de esa apreciación, nuestro país ha vivido en un sistema extraño que navega entre el delito, la corrupción, la violencia y algo extraordinario y complejo la complicidad con estas variables.
Pasadas las elecciones del 27 de septiembre, donde se eligieron alcaldes, gobernadores, concejo y juntas administradoras locales, no es de extrañar que se lleven a cabo prácticas de corrupción que uno creería son del siglo pasado. Las diferentes denuncias que poco a poco van surgiendo en torno a esas prácticas lo comprueban. Sin embargo, hay algo mucho más grave y es con conocimiento de los antecedentes de quienes se están lanzando a esos cargos públicos, votar por ellos y llevarlos al poder. No sé si es ignorancia o estupidez, pero lo que sí es claro es que no tenemos conciencia de patria, no hemos alcanzado esa identidad nacional que tanto nos hace falta.
La corrupción arranca en esas malas decisiones. Llevar al poder a personas con antecedentes es aceptar que nuestro país no merece un cambio, que nuestros hijos no merecen una mejor suerte que nos lleve a entender que ellos en realidad son los que en un futuro sufrirán, como hemos sufrido nosotros, las consecuencias de nuestras malas decisiones. Pero no voy a generalizar, pues como existen personas con currículum vitae sucios, también existen personas intachables que quieren realizar una labor lo suficientemente transparente para sacar adelante sus regiones.
Aquí viene una crítica más compleja, la educación de quienes gobiernan, sus familias y las instituciones de educación superior son en parte responsables de estas prácticas aceptadas en la sociedad. He sido testigo en algunos casos.
Decía Octavio Paz “una sociedad se comienza a corromper cuando se corrompe su sintaxis”, el corrupto no es otra cosa que la alteración violenta del orden, de las reglas establecidas, pero “hecha la ley, hecha la trampa” también sucede que se aprovechan de la norma para subvertir su contenido y buscar razones de impunidad. Esto nos está pasando a los colombianos, vemos pasar la trampa, sabemos que es lo que están haciendo, pero no tenemos el coraje de frenar, bien porque somos parte de esa corrupción, bien porque no nos importa o en el peor de los casos nos da miedo, por las represalias a las que nos podemos ver sometidos. Toda regla tiene su excepción, como lo acaecido en los últimos días en el Cauca, donde los indígenas nos han dado ejemplo de valor y tesón. Decía Cristina Bautista Taquinas, gobernadora indígena asesinada en el Cauca: “Si nos quedamos callados, nos matan, y si hablamos, también. Entonces, hablamos".
La corrupción no es algo nuevo, en Babilonia del siglo V a.C. “había opresión y se aceptaban dádivas; cada día se robaban unos a otros las propiedades”, citaba un profeta de Eshadon. Entre las Instrucciones del Dios de los judíos a Moisés estaba” no aceptar regalos, porque el regalo ciego a los que ven y pervierte las causas justas”. En Grecia y Roma la corrección estaba a la orden del día: “¿Qué pueden las leyes, se pregunta Petronio, donde sólo el dinero reina? Y Cicerón es más elocuente: “Quienes compran la elección a un cargo se afanan por desempeñar ese cargo de manera que pueda colmar el vacío de su patria”. Como vemos, las cosas no han cambiado mucho, en Colombia se venden los cargos públicos, se aceptan dádivas, regalos, y estas se defienden de una manera asombrosa, tanto que se están convirtiendo en algo aceptado por la sociedad, se puede decir que es una costumbre social, el lobby está a la orden del día.
¿Con qué cara mirarán estas personas a sus hijos y como les hablarán de ética? Hemos visto la manera torpe y absurda donde delincuentes de cuello blanco, vinculan a sus hijos en sus delitos, incluso para volarse de la prisión, y luego una cobertura de los medios de comunicación que ridiculiza la justicia y engrandece al delincuente “como un acto de heroísmo” cínico, haciendo que cada vez pierdan más credibilidad los entes de control y la justicia en el país (Aunque allí puede haber complicidad).
Las organizaciones de educación se han convertido también en culpables de este desorden social (coayudando a la degradación de la familia), en principio la promoción automática, luego con los alegatos de los padres sinvergüenzas que creen que sus hijos son “sami genios” y que van y negocian las notas con los profesores, con el argumento falaz y vacío de que el profesor tiene una metodología retrógrada y arcaica, donde premia la memoria y castiga la creatividad, que el modelo debe cambiar entre muchos otros argumentos. Los directivos como borregos obedecen a estos “tontos” que pagan por un servicio de “calidad” y en ocasiones ponen en tela de juicio la labora de aquel docente que hace su trabajo de acuerdo con lo establecido en el sistema, que por cierto es contradictorio y en ocasiones ambiguo. Esto los convierte en cómplices de ese futuro corrupto que están formando, donde le están haciendo creer que con el menor esfuerzo alcanzará sus objetivos y desafortunadamente así es.
Quienes defienden sus principios hoy día son tachados de románticos trasnochados o utópicos impenitentes. La corrupción, en particular la ideológica, carcome la mente de muchos. Por ende, estamos viviendo de manera despreocupada el fin de la moral que es controlada por las fuerzas económicas, políticas y algunos medios de comunicación que hacen creer y olvidar que el compromiso no es con la persona sino son el sistema democrático.
Bien lo decía Adam Smith en el siglo XVIII: “Los sujetos económicos que actúan en el mercado operan siempre en su propio interés. El vulgarmente llamado estadista o político es un sujeto cuyas decisiones están condicionadas por intereses personales”.
Y también Rousseau en el Contrato Social:g “Apenas el servicio público cesa de ser el principal interés de los ciudadanos y apenas estos prefieren servir con su bolsa en vez de con su persona, el Estado está ya próximo a la ruina”.
¿Cuál es la solución? Seguir así o alzar nuestra voz.