La desgracia y el infortunio de ser médico en Colombia

La desgracia y el infortunio de ser médico en Colombia

Este trabajo, a la luz de la ley que nos rige, se ha vuelto poco menos que imposible, cuando no indignante. Además, cada día es menos apetecido y más mal remunerado

Por: Emilio Alberto Restrepo Baena
diciembre 11, 2018
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La desgracia y el infortunio de ser médico en Colombia
Foto: Pixabay

El trabajo del médico en Colombia, a la luz de la ley que nos rige, se ha vuelto poco menos que imposible cuando no indignante, todos los días menos apetecido y cada vez más mal remunerado.

Los intermediarios del sistema no solamente explotan su trabajo pauperizándolo cada vez más, sino que se quedan con el mayor porcentaje de las ganancias que se derivan del ejercicio de la profesión, obviando conceptos como calidad y solidaridad.

Recordemos algunas de las situaciones que nos atormentan:

Los abogados que tratan en todo momento de pescar en río revuelto, sometiendo por cualquier razón al médico, justa o injusta, al riesgo permanente de ser demandado. Cualquier motivo genera una demanda, sin ninguna consideración de tipo ético. Muchos de ellos engolosinan al paciente o a su familia, les cobran el adelanto para comenzar a trabajar y disparan el proceso. No les importa lo que tengan que enfrentar, si las evidencias son reales o no, si los testigos son válidos o no, el  plan es tratar de conciliar y sacar la mejor tajada posible. Si no lo logran, asumen inicialmente el proceso y en el desgaste natural de él, lo más común es que pierdan rápidamente el interés; de hecho, cerca del 98% de las demandas médico legales son precluidas o falladas a favor del médico. Pero en el camino quedan grandes costos, angustias que no tienen precio y menguan la tranquilidad, la autoestima y el entorno personal y familiar del galeno involucrado; se generan enemigos potencialmente peligrosos, el prestigio se socava, se crea un precedente. Y todo por la plata. Y todos los que estamos en esto sabemos que un altísimo porcentaje ejercemos con ética y compromiso, con responsabilidad y honradez, que nadie se complica porque quiere, que nadie daña a un paciente a propósito, que explicamos bien los procedimientos para que la persona sepa a que se está sometiendo cuando firma el consentimiento informado.

Los malos colegas, verdadera peste, nos implican estar durmiendo con el enemigo, bajar la guardia y no saber que a la vuelta del pasillo nos espera la puñalada trapera, por resentimiento, por celos profesionales, por envidia, por luchas de egos, por competencia desleal, por dinero, etc.

Los sapos, usualmente camuflados entre el personal paramédico, son capaces de destruir en un minuto con un comentario venenoso un prestigio construido durante años a base de sacrificio, coherencia y trabajo duro. En ocasiones reciben prebendas de las aseguradoras o de los abogados carroñeros en busca de casos para demandas por delatar con disimulo los errores ocurridos o las complicaciones.

Los acompañantes del paciente, incluido el infaltable “pato” o “metiche lambón” que es el que más grita, el que más injuria, el que más amenaza, sobre todo en los servicios de urgencias, más aún si está borracho. En todo acto siempre está por delante la advertencia de que si algo sale mal, a pesar de lo grave que esté el paciente, el galeno se tendrá que ver con él y atenerse a las consecuencias.

Los auditores médicos, verdadera piedra en el zapato, que si bien en el diseño teórico del sistema son muy importantes, en el acontecer cotidiano no hacen más que perseguir a sus colegas clínicos, entorpecer el trabajo, dilatar los procesos (exámenes, remisiones, cirugías), glosar las cuentas para retrasar los pagos y así favorecer a las empresas promotoras, pervirtiendo los preceptos del juramento hipocrático y la ley 23 de 1981.

Las oficinas de control de las direcciones de salud, empecinadas como están en lograr finiquitar los procesos de acreditación y certificación, al mismo tiempo que mantienen en la nómina oficial hordas enteras de burócratas sin cosas distintas que hacer fuera de esperar la quincena, descubrieron que aplicando miles de requisitos inverosímiles ocupan el tiempo y se lo quitan a los que sí tienen que trabajar.

El modelo de las empresas prestadoras de salud o EPS, que solo busca la producción y el rendimiento económico sin más contemplaciones o alternativas. Bajar los costos y gastos a cualquier precio, sacrificando la dignidad profesional y la calidad del servicio. Hay varias que al final del año sacan una lista de los médicos que menos droga recetan, que menos exámenes ordenan y que menos remiten al especialista. Según el criterio de la tabla de calificación, esos son los mejores, porque tienen “un sentido clínico más agudo”; tienen derecho a que les renueven el contrato, lo que por obvias razones no ocurre con los últimos del listado, que resultan ser los más onerosos para la EPS. Nadie se pregunta si son buenos o no, responsables, prácticos o éticos.

El exceso de ambición, acaso presionado por un arribismo muy ampliamente extendido entre el gremio, hace que el médico se involucre en maratones de varias jornadas sucesivas, sin descanso, sin apenas ver a la familia, exhausto, sin tiempo ni disposición para reposar, disfrutar, estudiar y actualizarse.

Los laboratorios farmacéuticos y sus representantes los visitadores médicos tratando de imponerle a como dé lugar sus formulaciones, presionándolo para que recete sus productos sin sustento bibliográfico riguroso y veraz, muchas veces mentiroso, tratando de comprarle la conciencia con bisutería para convertirlo en un idiota útil a su servicio.

Los pacientes sabihondos o que se creen de mejor estirpe, que siempre saben más que uno de medicina, que cuestionan todos los conceptos, que siempre piden  segundas y terceras opiniones, que se enojan si no se les ordena el examen que ellos consideran necesario aunque el criterio clínico diga lo contrario.

El egocentrismo y la megalomanía de especialistas que se creen ungidos por un soplo divino y sobredimensionan su importancias personal y profesional llegando a mirar por encima del hombro a sus colegas, tornándose insufribles e insoportables  a través de los años.

En fin, podríamos seguir enumerando los factores que nos impiden trabajar como es debido, como lo diseñamos en nuestros sueños de juventud y darle un poco más de estatus y calidad a nuestra labor y a nuestro nivel de vida. Evidentemente, toda generalización puede conllevar a una arbitrariedad y en la enumeración hay con seguridad honrosas excepciones, pero con la mano en el corazón, todos sabemos que hay mucho de cierto en ello, que no estamos todo lo bien que anhelamos, que estamos desunidos y solos, amenazados por mil factores y mal pagados, vulnerables y sin muchas otras opciones para rectificar en el camino. Solo la mística, el apostolado, la entrega y el amor con que asumimos lo que hacemos nos defienden contra la amargura y la intolerancia.

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