En diciembre del 2007 Álvaro Uribe lanzó una de esas frases que le dispararon la popularidad en un país de hombres violentos. La Revista Semana publicó la grabación del entonces presidente insultando de esta manera a Luis Fernando Herrera, mejor conocido como “la mechuda” un empleado de Palacio quien había sido descubierto pidiéndole 15 millones de dólares a un narcotraficante para evitar su extradición. La frase fue la siguiente: "Estoy muy berraco con usted y ojalá me graben esta llamada. Y si lo veo le voy a dar en la cara, marica".
El uribismo en pleno, que en ese momento eran el 75% de los colombianos, se arrodilló ante él como si de su pecho hubiera brotado un corazón sangrante. Colombia tenía Papá. Mucha agua ha corrido bajo el puente en estos trece años. Una nueva generación creció aborreciendo los huevitos de velocirraptor de la Seguridad Democrática: 6.400 falsos positivos, Mancuso aclamado en el Congreso, falsa desmovilización paramilitar, violación de la constitución para perpetuarse en el poder. Los viejos todavía lo defienden, como hasta hace muy poco defendían los chilenos a Pinochet: “podrán haber desaparecidos pero mejoró la economía”. En ese sentido Uribe fue con Sarmiento Angulo un empleado eficaz, ejemplar. Mientras la clase media sufría los estragos de la Ley 100 y el final de las horas extras, los bancos rebozaban de plata. Eso lo saben los jóvenes, por eso Tomás Uribe se equivocó, y feo, en su entrevista de Bocas.
La anécdota de Jerónimo obligado a tomarse su propio vómito por orden de su papá hubiera funcionado hace 15 años. Se equivocó de tiempos Don Tomás. Es que Don Tomás vivirá orgulloso diciendo que es un hombre viejo encerrado en el cuerpo de un joven. La reacción fue de indignación absoluta ante el evidente maltrato. Me imagino que Uribe le dio una de esas tundas de las buenas, rejo limpio y sano, desayuno de campeones.
Se equivocó porque este país está cansado de papás maltratadores. La letra con sangre ya no entra. Los jóvenes son lo suficientemente sensibles como para no comer carne. Por eso desconfían de las prácticas de ganaderos, caballistas y consumados amantes de los toros como es el expresidente. La anécdota refleja lo que para muchos fue la infancia, un infierno en donde los pobres niños estaban encerrados durante años con el maldito maltratador. Lo triste es que la gran mayoría de las víctimas repiten el modelo. La religión es el pasto en donde comen los demonios y, por eso, creen que recibieron una educación ejemplar sólo porque papito no se equivocaba y si, borracho, apagaba los cigarrillos en la palma de la mano no lo hacía por nuestro mal sino para que conociéramos el tormento que le esperaba en el infierno a los pecadores. Y no hay peor pecado en la casa de un colombiano promedio que abjurar del padre. A un padre se respeta, incluso si golpea a la mamá.
Pobre Tomás y Jerónimo. Ojalá algún día puedan encontrar la paz para rebelarse. Ojalá se liberen del yugo y nos cuenten más detalles, no en plan de “papá era sabio, sabía hasta insultar” sino que puedan sacarse de encima el karma de haber nacido en casa de un hombre poderoso. Hay que aprender a matar al padre fue una de los pocos consejos de Freud que aún tienen vigencia. Colombia ya no necesita de más Papás.
La desgracia de ser hijo de Uribe no sólo la sobrellevan Tomás y Jerónimo, sino 40 millones de colombianos que seguimos sufriendo, a través de un gobierno en cuerpo ajeno, con sus decisiones que sólo benefician a los bancos.