No siempre somos conscientes del poder y del impacto que hay detrás de una caricatura política. Tampoco de la agudeza que hay detrás de esta que permite sintetizar, en algunos trazos, un argumento de crítica, denuncia u oposición. Las caricaturas son dibujos que despiertan, en muchos casos, nuestra conciencia y apelan a nuestra complicidad, pero su poder también está en su capacidad de transformar la realidad, desvirtuándola, hasta convertirla en un espectáculo para la opinión pública. El hecho o la persona motivo de la burla queda sentenciado a una cárcel de papel y condenado en el imaginario del colectivo.
Esta es una de las ideas detrás de Las Reputaciones, el último libro del escritor Juan Gabriel Vásquez. El texto cuenta la historia de Javier Mallarino, un caricaturista que, tras una larga carrera retratando el escenario político de Colombia, entra a ser parte del selecto grupo de influyentes, y una especie de héroe llamado a reafirmar la conciencia moral de la sociedad.
Mallarino, que publica sus caricaturas en un reconocido diario, afila su pluma con cada escándalo o suceso de la política colombiana: caldo de cultivo para la sátira y la burla. A diferencia de las noticias, que requieren fuentes y hechos verificables, la caricatura entra en la categoría de la opinión. Esto en principio no tendría problema si los lectores no tuviéramos la molesta costumbre de confundir las opiniones con hechos, los indicios con pruebas y la percepción con realidad, tal como lo muestra Vásquez en su novela.
El giro de la historia se da cuando Mallarino caricaturiza a Adolfo Cuéllar, un congresista, y cocina todos los ingredientes para convertir la denuncia, en forma de caricatura, en un escándalo mediático: un dibujo con disfraz de verdad, una acusación inédita de una figura pública, la firma de una respetada pluma, y voilá: el peso de la opinión pública cae y destruye, sin misericordia, la reputación del infortunado Cuéllar.
La opinión pública, esa voz que, en nuestros países, recoge, a nombre de muchos, el pensamiento predominante de unos pocos, es una tendencia que incide de forma directa en las decisiones y el comportamiento social. El peligro de este monstruo, es que, a menudo, no se alimenta de verdades y hechos, sino de las percepciones colectivas que recrean la imagen de algo o de alguien. Como en el caso de la caricatura mencionada, la histeria colectiva es capaz de superar cualquier obstáculo que se interponga a la moral o los principios de turno.
Las reputaciones es una novela corta que, a lo ancho del texto, no deja de hacernos preguntas, aunque también nos muestra verdades. Evidencia que, a cualquier reputación, le basta un segundo para desplomarse. Que la credibilidad es el arma de un periodista pero una de doble filo que le permite crear o destruir. Que la memoria puede recordar lo que no vivió y que las mentiras siempre tienen inscritas en la parte de atrás su fecha de expiración. La verdad, pues, tiene fecha.
El texto es, ante todo, una indagación sobre nuestra moral y sobre como nuestra decisiones afectan a los otros. Vásquez, que ha sido considerado una de las voces narrativas contemporáneas más importantes de Latinoamérica, ha logrado crear un monólogo inteligente que evidencia la susceptibilidad de la opinión pública y la responsabilidad que tiene un periodista de aprender a alimentar a este monstruo para promover una democracia y no para destruirla.