Parece que la caída en la popularidad del Sr. Presidente lo ha puesto al borde de un ataque de nervios.
No de otra manera se explica lo que parece un intento desesperado por vender una nueva imagen más acorde con lo que le subiría su posición en las encuestas.
La intervención televisiva para 'informar' las estrategias para manejar el tema del fallo de La Haya no tiene otra explicación: no la tiene porque el contenido fue tan inocuo que ni siquiera definió una posición del ejecutivo, sino solo dio traslado del problema a los otros órganos de poder (peor: después la ministra dijo que la estrategia está aún por estudiar); y no la tiene porque nada justificaba hacerla en ese momento, excepto si el propósito era distraer la atención de los paros y los bloqueos que acaparaban las preocupaciones del país y copaban la atención de los medios. Fue una aparición inconveniente e inoportuna, improvisada y sin efectos concretos ni menos positivos en relación al tema mismo (excepto producir como reacción la proclama de la nueva pretensión de Nicaragua, que, por boca de Ortega, la atribuyen a esas declaraciones del mandatario colombiano
—y no importa si sea solo un pretexto o el aprovechar la oportunidad para usarla siendo una falsa motivación—).
Caso de desesperación parece también el lanzar el proyecto de referendo sin tocarlo siquiera antes en la mesa de La Habana. La aparente buena presentación y lógica que tiene ante el país no es compartida por el interlocutor con quien se debe acordar. En esas condiciones el entusiasmo que puede generar en los medios, y a través de ellos en la ciudadanía, es rechazado en forma inversamente proporcional en la guerrilla. Pareciera que más importancia se le dio al impacto y al debate que produciría su presentación que a las dificultades que implicaba, tanto para tramitarlo legalmente como para los avances en las conversaciones con las Farc,
Los recientes nombramientos de los ministros, en especial de Gómez Méndez y de Amylkar Acosta responden solo a las calidades personales de ellos, pero para nada a un proyecto o propuesta manejada por el gobierno o como parte de un equipo orientado dentro de los mismos esquemas. Por el contrario, han sido independientes respecto a las filiaciones internas de su partido, ejerciendo una oposición razonada frente a los programas del gobierno. Es una jugada de política electorera y mediática para acercarse más al Partido Liberal, pero sin amarre alguno a algo concreto.
La demanda 'hecha en persona por el propio primer mandatario' para que la Corte Constitucional declare inconstitucional la adhesión al Pacto de Bogotá, puede que ayude a mejorar su imagen ante la galería; pero menudo problema traslada a ese cuerpo, no por razones jurídicas sino por la presión política indebida que representa; y no se diga la figura que hacemos ante la comunidad internacional, tanto en caso de prosperar como de negarse la 'pretensión'.
El anuncio y la instalación del 'Pacto Nacional Agrario' también fue solo improvisación para buscar cambiar la imagen de indiferente a los problemas rurales y sobre todo a las movilizaciones que se daban: contrarrestar lo lamentable de las expresiones de '"no fue de la magnitud que se esperaba" y "el tal paro agrario no existe". Pero el resultado lejos de ser la solución a lo que planteaban los protestatarios, o por lo menos un acercamiento a ello, ha sido más la confirmación de que se manejan mejor los titulares de los periódicos que las relaciones con los grupos de ciudadanos en problemas.
Y da la sensación que se sigue por el mismo camino con los recientes datos sobre el crecimiento del país. Lo que da para pensar no en lo que pasa con la imagen de la persona misma (o lo que aparezca en las encuestas), sino en que nada más grave para una Nación que la falta de credibilidad en quienes la gobiernan; y deben ser muy pocos los que 'tragan entero' aquello de que vamos mejor de lo que el mismo gobierno pensaba, y menos que esto se debe al extraordinario repunte del campo.
Parafraseando un eslogan de hace algunos años estaríamos en que "el campo va bien pero quienes dependen de él van mal".
No serán en todo caso los movilizados de estos días —todo lo que es la actividad rural no subsidiada, o sea la campesina y la no lo suficientemente poderosa para obtener privilegios y beneficios del lobbing ante el poder—.
Es difícil entender de dónde se puede llegar a que el dato de crecimiento del pasado semestre sea el más alto de los últimos 20 años, pero, como no se debe suponer que no tienen fundamento, pueden haber algunas explicaciones metodológicas: Que el aumento de la cosecha cafetera sea la principal fuente sería posible teniendo en cuenta que la anterior fue la peor de la historia; pero solo si se contabiliza en el valor pagado, ya que sobre al precio del grano de 428.000 la carga se le adicionan 165.000 o sea un 40% de subsidio. ¿Pensarán los cafeteros que nunca había tenido su sector mayor bonanza?
Algo similar sucede con la palma africana: la marchitez letal o precoz ha acabado con más de un 20% de las plantaciones, lo que significa pérdidas de capital muchas veces mayor que el aumento de producción por las que están llegando a la madurez; esto por supuesto no se refleja en las ventas; como tampoco el subsidio que se les otorga por encima del precio comercial para dedicar el producto al biodiesel. Y la caña de azúcar, además del semicartel de precios que tiene recibe la prima o pago adicional al precio normal para producir el etanol. Pero, ¿será que semejante aumento en los subsidios se puede contemplar como aporte del campo al aumento del PIB? De ser así, entre más mal le fuera al productor del campo y más gastara el Estado en subsidios para compensar sus deficiencias, más importante parecería ser su contribución al crecimiento del PIB.
Otra posibilidad es el impacto del cambio a usar la 'metodología universal', ya que si esta implica medir en dólares, la apreciación del peso confundiría mostrando un falso aumento por la mayor cantidad de dólares que representaría.
En todo caso, al mismo tiempo el hato ganadero está en su más bajo histórico y los lecheros viendo caer lo que les pagan a precios que difícilmente cubren sus costos de funcionamiento. No se diga los paperos que venden por apenas lo que les cuesta la recolección. O los arroceros que sufren mermas de producción del orden del 40% por el 'vaneamiento', enfermedad nueva que aún no se sabe controlar.
Si bajo estas condiciones creyéramos que el dato oficial es correcto, casi seguramente nos estaríamos engañando; pero sea eso correcto o no, sería suficiente razón para reflexionar sobre qué concepto del desarrollo tiene un gobierno que se precia de que el país disminuya la participación de la industria, y su crecimiento dependa del sector rural, como nos dicen que ha sucedido bajo el actual mandato.