Ya van seis meses y medio de los “nuevos” gobiernos locales. Especialmente en las ciudades capitales y en las poblaciones que son ejes metropolitanos de las regiones, parece que ya fueran viejos gobiernos, con el mismo desgaste, las mismas respuestas y excusas de cajón y con las mismas realidades insufribles de siempre para las ciudadanías.
Se cree que el indicador de los problemas urbanos es que las calles y los entornos de ciudad en general siguen sucios, peligrosos, abandonados a la delincuencia, descuidados en su pavimentación, famélicos en ciertos territorios; urbes sin oportunidades para la mayoría de los habitantes, llenas de población en situación de calle y de migrantes internos y externos que dejan ver las heridas de fronteras y regiones. Sin embargo, sabemos que esos aspectos son simplemente dolorosos síntomas y también que ninguna administración local tiene la varita mágica para resolver problemas de sociedad en escasos ciento ochenta días; el malestar está en que los planes, enfoques y ejecutorias que se han expuesto y validado como repertorios de respuesta y solución por parte de los nuevos gobiernos urbanos se observan convencionales, repetitivos e insuficientes; dicho en términos populares, una gobernabilidad que es más de lo mismo.
Cuando inician la gestión se dan cuenta que han prometido más de lo que pueden cumplir y que la única forma de gobernar es ajustarse a coaliciones que son parte de los tristes tejidos clientelares
No obstante, lo que se puede evidenciar en ciudades como Bogotá, Medellín, Barranquilla, Cali, entre unas veinte más, es que los alcaldes llegan cargados de promesas de campaña que después se ven acotadas desde la mirada de su sector político más cercano; cuando inician la gestión se dan cuenta que han prometido más de lo que pueden cumplir, que su mirada de los territorios y de las instituciones está desenfocada, y además, que la única forma de gobernar es ajustarse a coaliciones que son parte de los tristes tejidos clientelares. Los burgomaestres y sus equipos, en medio de incomodidades y primiparadas burocráticas, hacen sus respectivos planes de desarrollo que terminan mal repartiendo recursos en servicios de obligatorio cumplimiento con deficiente ejecución e invirtiendo al debe con la banca en unos cuantos megaproyectos que no siempre corresponden a la urgencia colectiva y más bien al interés de pequeñas élites de la contratación y al ego del respectivo gobernante.
También es verdad que en un país inminentemente urbano, las políticas nacionales para abordar las ciudades son insuficientes, excesivamente sectorizadas y sin capacidad ejecutiva para comenzar a resolver los problemas históricos; ya sabemos que en este siglo se hizo una misión de ciudades y se avanzó en perfilar un diseño técnico de sistemas urbano regionales, pero las políticas se han quedado en el papel y el sistema de planificación nacional escasamente viabiliza proyectos aislados que poco ayudan a resolver las grandes problemáticas de movilidad, vivienda, empleo, salud, educación, alimentación, manejo del riesgo, contaminación, que tienen nuestros tejidos urbanos.
Cambian los gobiernos de las ciudades, pero la vida urbana no se transforma, sigue por la misma maraña burocrática y clientelar, con sus agentes de turno alimentando gestiones que no apuntan al interés general. En ese sentido, es posible afirmar que si esas agendas tan convencionales no se mejoran en su integralidad en el mediano plazo, tendremos, ante tanta desazón en el andén urbano colombiano, una derrota más crítica aun como sociedad. Sin duda, se requiere más creatividad, más compromiso y responsabilidad de los gobernantes con los destinos colectivos a los cuales se deben y no es cuestión de meros resultados inmediatistas, como sí de transformación de prácticas y relaciones entre ciudadanía e instituciones, que deberían partir de reconocer y potenciar con más decisión los saberes sociales locales, la planificación y concertación subregional, los presupuestos participativos, los mecanismos de seguimiento ciudadano y la democratización de la información y la gestión.