La derrota digna del patrullero Rozo

La derrota digna del patrullero Rozo

La institución le hizo sentir un poder y le silenció su lucha contra unas injusticias que todos los policías reconocen pero temen destapar

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abril 19, 2016
La derrota digna del patrullero Rozo

Lo más difícil que ha tenido que enfrentar Rubén Darío Rozo Giraldo en sus 18 años como Policía, no han sido los ataques de las FARC en Casanare, lugar en el que estuvo hasta el 2001, años en los que la guerra arreciaba en esta parte del país, ni los duros días en que sirvió en Buenaventura y Cartago combatiendo a las BACRIM, ni siquiera el día que se ganó la reconvención de sus superiores por, supuestamente, haber agredido a un ciudadano en un operativo. No, lo más difícil para Rozo ha sido tener que mantener a su esposa, Luz Marina Rodríguez, una humilde vendedora de zapatos caleña y a sus dos hijos de 5 y 14 años de edad, con su salario de patrullero:  1.250.000 pesos.

Cuando, en noviembre, protestó por el salario de hambre que recibía de la institución, sabía al monstruo que se enfrentaba. A los pocos días de hacerse viral el video en donde sale acompañado de media docena de patrulleros protestando contra el gobierno de Santos, sus mismos compañeros allanaron su casa. Las muñecas de la niña, la ropa tirada en el suelo, y algunas porcelanas rotas, fueron el mensaje claro que le dejaba la policía. Desde noviembre ha tenido que vivir con el desprecio constante de sus compañeros quienes lo llaman “Sapo” y “traidor”. A Rubén Darío esto no le importa. En sus 18 años de servicio ha aprendido a ser fuerte no sólo por los agotadores entrenamientos y las duras batallas que ha dado como policía: pasar un día entero con un buñuelo y un café con leche atempera el carácter de cualquiera.

Sus compañeros dicen que Rozo sigue siendo patrullero porque no se ha esforzado por subir de categoría. Rozo dice que mienten. A los 4 años de servicio un patrullero ya debería estar aspirando, por ley, a ser subcomisario. A él, como a otros 150 mil policías, la institución no los ha tenido en cuenta. Y eso que lo ha intentado. En el 2002 intentó hacer el curso de oficiales pero fue rechazado, como a tantos otros, por no tener palanca en la Escuela de Cadetes de la Policía Francisco de Paula Santander. Cuando, en el 2010, fue postulado como el mejor policía del Valle por su operatividad, pensó que las condiciones laborales iban a mejorar. Nada de esto ocurrió.

Es que la brecha que separa a los policías rasos de los oficiales es abismal. Además de la diferencia salarial, abrumadora, están los subsidios que reciben cada uno. El de vivienda es de 34 millones de pesos para los primeros, mientras que los oficiales es de 78 millones. Incluso a estos les aumentan en un 5 por ciento el sueldo cada vez que tienen un hijo. Para los patrulleros como Rozo tan sólo hay hambre.

Ahora, que se ha hecho pública su destitución, Rubén Darío Rozo está tranquilo. Su abogado quiere apelar y, si no logra reversar la decisión, venderá la casa que tiene en Tuluá y con esa plata terminará sus estudios de derecho. Sueña con trabajar como asesor jurídico y ganar lo suficiente para que Luz Marina, su esposa, no tenga que seguir vendiendo zapatos. Por ahora, y hasta que llegue la decisión de segunda instancia, seguirá poniéndose el uniforme verde, el que heredó de Don José Santiago Rozo, su padre, un agente de la policía que le inculcó el amor a la institución.

Rozo, lejos de estar arrepentido, sabe que hizo lo correcto. No le importa que digan que esos uniformados encapuchados que aparecen en el video no son más que civiles que él mismo contrató, que la inconformidad es sólo de él. El patrullero Rozo no se arrepiente de nada, tuvo el coraje de enfrentarse, él sólo, a un gigante que tiene herido, desde hace rato, su credibilidad. Un gigante, como la policía, que es incapaz de darle una vida digna a sus propios intengrantes.

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