Cuando en abril de este año, el presidente Joseph Biden decidió que aplazaría el comienzo de la retirada de sus tropas en Afganistán al 31 de agosto y la culminación de la misma al 11 de septiembre no le pasó siquiera por la cabeza que esta decisión supondría una derrota tan contundente y humillante como la que Washington sufrió en 1975 en Vietnam. Es probable que haya fijado esas fechas aconsejado por algún asesor de imagen que fantaseó con la posibilidad de que el mismo 11 de septiembre en el que se cumplirán 20 años del ataque terrorista a las Torres Gemelas, Biden podría entonar en el capitolio y ante las cámaras de televisión del mundo entero un parte de victoria equiparable al que entonó George W Bush cuando, vestido como piloto de guerra, declaró que la “misión” en Irak “estaba cumplida”. Ayer esas mismas cámaras mostraron imágenes completamente distintas: la de columnas de humo saliendo de la desierta embajada de Estados Unidos en Kabul, debidas a la quema de documentos comprometedores por funcionarios rezagados, mientras los controles del aeropuerto de la ciudad eran rebasados por unas multitudes presas del pánico decididas a abordar el primer avión, cualquier avión, el que fuera.
Ni el anciano presidente, ni quizás ninguno de sus asesores políticos, militares o de imagen, pudo prever que estas serían las catastróficas consecuencias de lo que no parecía ser más que un simple cambio de fechas. Cuando en realidad era el grave incumplimiento del Acuerdo de Doha, suscrito en febrero de 2020 entre el Talibán y el gobierno de los Estados Unidos de América, representado en la solemne ocasión de su firma por el vicepresidente Mike Pence. El Acuerdo preveía la retirada de “todas las tropas extranjeras” de Afganistán el primero de mayo de 2021, a cambio de lo cual el Talibán se comprometía con una tregua militar y con entablar negociaciones con el gobierno afgano en busca de un pacto político de gran alcance que pusiera fin a una guerra interminable y ofreciera garantías a la ciudadanía del país. Cabe recordar que dicho acuerdo fue el fruto de largas y difíciles negociaciones iniciadas en Doha en 2011 y subrayar que la decisión de Biden de incumplirlo en un punto tan sensible del mismo, como era la retirada de las tropas extranjeras, indignó a los talibanes hasta tal punto que rompieron la tregua y cancelaron su participación en la reunión con el gobierno afgano en Turquía, prevista para mayo de 2021, en la que se discutirían los términos del pacto político destinado a pacificar el país. En dicho mes, los talibanes controlaban apenas la quinta parte del territorio y ninguna ciudad importante. Hoy, tres meses después, ya lo controlan todo, Kabul incluida. Y Aghraf Ghani, el presidente del gobierno que en mayo hubiera podido pactar con los talibanes, declaró antes de abordar el avión en el que huyó del país: “Los talibanes ganaron”.
________________________________________________________________________________
Analistas no logran explicar las razones de la victoriosa “guerra relámpago” de los talibanes, ni el derrumbamiento del castillo de naipes del “gobierno afgano” erigido por Washington
________________________________________________________________________________
La legión de analistas e intérpretes con audiencia en la prensa alineada con la agenda informativa marcada por el Departamento de Estado no logran explicar convincentemente las razones de la victoriosa “guerra relámpago” de las milicias talibanes, ni el derrumbamiento de golpe de ese castillo de naipes que resultó ser “gobierno afgano” erigido por Washington mediante el derroche de miles de millones de dólares del dinero de los contribuyentes. No me sorprende. En primer lugar, porque han pasado por alto el incumplimiento por Biden del Acuerdo de Doha que Ben Wallace, el ministro de defensa británico, respirando por la herida, ha calificado de “podrido” y su firma de “grave error”.
En segundo lugar, porque no se atreven a pensar que si los talibanes han ganado es porque realmente gozan del grado de apoyo popular que jamás les reconocieron los medios en que dichos analistas suelen pontificar. Y que si lo tenían - y vaya si lo tienen - es porque ellos terminaron demostrando ser más consecuentes en la defensa de los intereses de la nación afgana que cualquiera de los líderes enmermelados de los gobiernos afganos tutelados por Washington. O de los caudillos tribales que los respaldaron a cambio de los extraordinarios beneficios obtenidos con la heroína: Afganistán, bajo la ocupación, se convirtió en el primer exportador mundial de la misma.
Tampoco se han puesto a pensar en que romper un acuerdo de paz no le sale gratis ni siquiera a la primera potencia militar del planeta.