Muchos coinciden con la opinión de que el partido de gobierno sufrió una derrota contundente en las elecciones del domingo 27, concluyendo que no es cierto que el país se encuentre en manos de la derecha, como se pensó cuando Iván Duque derrotó a Petro en las últimas elecciones presidenciales. Las alcaldías de Bogotá, Medellín y Cali bastan para certificarlo.
Creo pasan cosas que inducen a pensar que la derecha sigue fuerte, solo que se ha difuminado en una serie de actores y posiciones que consiguen disimularla. No se trata de que el señor Álvaro Uribe conserve un alto índice de aceptación o no. Se trata de que sus ideas y prácticas se generalizan, aunque rostros y discursos distintos se asomen al escenario.
De otra manera no podrían explicarse fenómenos que de algún modo se imponen, sin la reacción que debieran despertar si primara una concepción diferente. Son 169 exguerrilleros firmantes del Acuerdo de Paz de La Habana, los asesinados desde entonces, 89 de ellos en el gobierno actual. La sensación que uno percibe es que, salvo sus dolientes, esa sangría no le importa realmente a nadie.
Reclaman los familiares de las víctimas, los atónitos reincorporados de las Farc que observan indignados la secuencia de crímenes impunes contra quienes creyeron en la palabra del Estado, alegan los disidentes en armas que restriegan esas muertes a la dirección de partido, mientras invitan a los demás a seguirlos en su desesperado gesto, lamentan algunos funcionarios de la ARN que trataron con los muertos, y por fortuna alza su voz la comunidad internacional.
Mientras las Naciones Unidas y el Reino de Noruega expiden comunicados rechazando y condenando la oleada criminal, al tiempo que recordando el compromiso internacional del Estado colombiano, de brindar las garantías necesarias para la vida, la actividad política y la reincorporación plena de quienes dejaron las armas, un silencio sorprendente se cierne sobre el fenómeno en los partidos y movimientos que triunfaron electoralmente.
Mientras las Naciones Unidas y el Reino de Noruega
expiden comunicados rechazando y condenando la oleada criminal,
un silencio se cierne en partidos y movimientos que triunfaron electoralmente
Rodolfo Fierro, ex comandante de las Farc en el bloque Oriental, un hombre admirado y querido por todos los que lo conocieron, pereció de seis disparos por la espalda que le propinaron sicarios encapuchados que penetraron al ETCR Mariana Páez, de Mesetas, Meta, y que luego huyeron por entre el monte circundante. El Ejército Nacional que custodia el espacio, situado a cinco minutos del lugar del crimen, tardó hora y media en aparecer tras ocurrido el hecho.
Claro, el primero en pronunciarse contra el cobarde crimen fue el Presidente de la República, quien ordenó reforzar la seguridad para los exguerrilleros en trance de reincorporación. Lo cual no fue obstáculo para que unos días después, otro grupo de asesinos que se movilizaba en una lancha por el río Caquetá, se detuviera en Curillo y procediera a acribillar a Wilson Parra Lozada, exguerrillero en proceso de reincorporación, vinculado al ETCR de La Carmelita, en el Putumayo.
Asesinato que no despertó tampoco mayor reacción pública. Al fin y al cabo el país se encontraba celebrando los resultados del 27 de octubre. El país que según se afirma con regocijo ha sido rescatado de las manos de la derecha por voces progresistas, democráticas y de avanzada. El domingo pasado, los colombianos nos enteramos de los pormenores del crimen de Dimar Torres, en el Catatumbo, al fin y al cabo sí fue el Ejército quien lo mató y en desarrollo de un plan.
De una labor coordinada que involucró al comandante del batallón y a varios mandos y soldados profesionales. Estaban tan seguros de obrar según el honor militar, que no tuvieron empacho en abrir un chat en WhatsApp para asegurar la consumación del ilícito. El país no olvida las sucesivas intervenciones del ministro Botero en defensa de los implicados. Las mayorías en el Congreso impidieron que prosperara la moción de censura en su contra.
Incluso cuando se conocieron las denuncias sobre la directiva del Comandante del Ejército, general Nicacio Martínez, envuelto en investigaciones por falsos positivos, en la que exigía redoblar los resultados en la lucha contrainsurgente, en un gesto que escandalizó a la comunidad internacional, porque en la práctica podía conducir a las ejecuciones extrajudiciales del pasado reciente. En un país decente eso no sucedería, menos en un país de centro izquierda.
Todos los partidos vencedores de esa izquierda, rechazaron de plano la posibilidad de firmar coaliciones con el partido Farc para alcaldías y gobernaciones, poniendo en duda sus discursos en favor de la paz y la reconciliación. Hay quien asegura que el tema de la paz a nadie le importa ya. Terminada la confrontación, resultaba apenas lógico que desaparecieran las Farc y Uribe.
Pero el desangre sigue. Una gobernadora y varios indígenas son masacrados en el Cauca. Una brutal violencia sigue intacta en beneficio de alguien. ¿A quién le importa? Ganó la izquierda y basta.