Ordóñez es el personaje más colombiano que existe. De hecho, en las contiendas electorales siempre habrá un Ordóñez que se reedite. En los años setenta estuvo Evaristo Sourdis y más recientemente el general Bedoya. Este puesto ya hasta tiene delfín para los próximos años: el incomprendido ministro Pinzón con carita de Superman.
Se representan a sí mismos porque tienen un ego inflado por su paso coyuntural en algún puesto público y los medios informativos los ensalzan haciéndolos creer caudillos. Dicen ser la voz de la familia, las tradiciones, el respeto y la dignidad, desde un fondo de conservadurismo que los hace sectarios, intransigentes y cansones. Son la voz de los viejitos pensionados que siempre soñaron indiscriminadamente con el exterminio de la guerrilla, la abolición de los impuestos, la presidencia de Alvaro Gómez, la invasión de los Estados Unidos, la esterilización masiva de los pobres y la pena de muerte para los violadores.
La tradición más conservadora y menos progresista en nuestro país anhela recuperar (seguir perpetuando) el discurso que sus líderes siempre propalan y con bastante vigor es excluyente de las minorías; el que dice defender ante todo la propiedad privada porque en ella está la “prosperidad del mismo Estado”, el programa que con el emblema del nacionalismo y la defensa de la paz verdadera (la racional, la única que no admite consensos) intenta hacerse al poder y recuperar el tiempo perdido por el “izquierdista” de la burguesía: Santos. Está demostrado que en Colombia todo lo que pueda suponer progreso y renovación a través del pensamiento inclusivo y tolerante tiene enemigos gratuitos y dignos representantes que reclaman por encima del individuo, tradición y propiedad.
La más recalcitrante derecha, la de las mentiras y los fantasmas, el uribismo, soportó todos estos años el proceso de depuración de sus fuerzas, la captura por delitos de algunas de sus cabezas y la huida de otros; hoy se presenta a la contienda electoral con el más “progresista” de sus vasallos obedientes. El señor Duque, dueño de pensamiento propio dicen, ya varias veces censurado por decir cosas impropias en la voz de un sucesor del gran mesías. Por el lado, converge la resurrección del partido conservador en su más “genuina” expresión ideológica: el señor Pastrana reclamando la categoría invicta de una alianza restauradora del país y como si se tratara de la expresión más elocuente del abyecto servilismo al poder sempiterno y medroso de la muerte, desde las catacumbas se levanta el colombiano salvador, el rey de la moral vetusta, el poderoso el inquisidor Ordóñez reclamando antigüedad y derecho propio en la alianza ganadora de la voz triunfante del no del último plebiscito.
Ahí tienen señores servida la más suculenta cena de los defensores del decoro: desde la acechanza y con toda propiedad, quienes recurrieron al miedo y a la táctica torticera, se van a regodear enfilando entre sí mismos sus armas venenosas y va a rezumar de la refriega un dulce sabor a victoria: gane quien gane entre estas tres cabezas de la medusa la honrosa proclamación de candidato, seguirá firme en la componenda y el plagio; acorralará a Vargas Lleras o tendrá que ofrecerle su abyecta obediencia, para defender por otros tantos años el carnaval de la corruptela y el privilegio, la feria de embajadas, la conjura de los contratos y la fachada del progreso que a los banqueros y financistas les engorda los portafolios.
Ahí tienen, señores del no servida la paz de la otra manera.
Nota: A Pastrana, Uribe y Ordóñez los hermana el distintivo de corrupción, servilismo y discurso mentiroso. El país está a las puertas de reaccionar con firmeza, de manera lenta pero eficaz. El poder de la maquinaria electoral se debilita y la esperanza es que el voto de opinión se incline hacia un discurso alterno que rompa el esquema dominante de poder de los últimos 50 años.