La depresión es una enfermedad mortal. Las estadísticas son contundentes. No solo muestran una catástrofe social o un problema de salud pública, sino también un fenómeno en aumento vertiginoso, un gran desconocimiento y una falta de cobertura.
La depresión, afecta del 5 al 10 por ciento de la población general, entendiéndola como enfermedad mental. De este 5 a 10 %, que tiene el diagnostico de depresión, 3 de cada 100 afectados, harán un intento de suicidio. Y de este grupo, 1 de ellos, lo repetirá, aumentando progresivamente su letalidad, hasta tomar una decisión irreversible, el suicidio.
Para citar, Bogotá registra dos suicidios semanalmente. Ocurren de 1800 a 2000 casos anuales en Colombia, registrado por el Sistema Nacional de Vigilancia (SISPRO). Lo que equivale, a nivel nacional, a 155 casos mensuales. Donde la zona cafetera ocupa el primer puesto. Es decir, se dan 5 casos por cada 100.000 habitantes por año, catastrófico, pero nada comparable, a Groenlandia donde comenten suicidio 80 individuos por cada 100.000 habitantes año.
Es una epidemia mundial independiente del desarrollo de cada país y se ubica entre la tercera a décima causa de muerte. La Organización Mundial de la Salud, registró 800.000 suicidios en 2019, con un aumento de su diagnóstico en un 20 por ciento y una falta de cobertura y tratamiento en 90 pacientes de cada 100 pacientes diagnosticados. Encabezando la lista Groenlandia y Corea del sur.
Estas cifras son alarmantes para una enfermedad que se diagnostica, desde la primera cita médica, sin necesidad de exámenes de laboratorio y de carácter previsible y completamente tratable. Por ende, se ha de tener claridad en que la depresión, como enfermedad no es la sensación de tristeza o frustración por los avatares de la vida. Es algo mucho más patológico, complejo y grave. Es una enfermedad mental, con consecuencias funestas, de carácter progresivo, con varias manifestaciones y con un deterioro de las funciones básicas cerebrales.
La depresión afecta, el estado de ánimo, la voluntad, la sensación de bien estar, de placer, con cambios profundos en el aspecto personal, con una tristeza constante, con enlentecimiento motriz, perdida del interés de las actividades que proporcionaban alegría, con cambio del tono de la voz, con pensamientos catastróficas recurrentes, con ideas fijas de suicidio, con síntomas hipocondríacos, sensación de dolores en el cuerpo, con un gran abatimiento general por los mínimos aspectos de la vida, o aún sin ellos, con una sensación constante de infelicidad, de culpabilidad , derrota y vacío y con el malestar psíquico y corporal producido por una ansiedad continua y dolorosa.
Algunos pacientes, no manifiestan cambios en el temperamento o en el humor, sino en el aspecto físico. Una enorme incapacidad para levantarse de la cama, una sensación de no tener fuerzas o la sensación real de dolores en todo el cuerpo, una veces en los brazos, otras en las piernas, dolores migratorios con puntos muy álgidos, tal como lo describen los pacientes con fibromialgia; otros no presentan cambios físicos, pero lloran sin motivo, con cambios bruscos del estado de ánimo. Algunos presentan antes del cuadro clínico característico, una sensación de opresión en el pecho, crisis de pánico, con sensación inminente de muerte, con alteración del sueño, insomnio o largas horas de sueño.
Las características clínicas, están todas presentes, o solo alguna de ellas; en algunos momentos del día, por pocas horas o de forma constante y deben durar por lo menos más de 4 semanas e ir ganando espacio y tiempo en el campo mental.
La respuesta normal a los eventos catastróficos y frustrantes de la vida, es la mezcla de la sensación de tristeza, fracaso y dolor, acompañado, de inmediato, con ideas de resurgimiento y recuperación. Lo pensamientos positivos surgen de forma automática, para sobrellevar el dolor, visualizar la recuperación y finalmente, cumplir su único y fundamental propósito, sobrevivir. La respuesta de un cerebro sano es producir, este tipo de respuesta optimistas, a mayor o menor grado, según el contexto cultural, el apoyo del entorno y el aprendizaje. Frases como, “de esta me levanto”, “me beneficiaré de la experiencia”, “no me vuelve a pasar” crean el inicio de la recuperación. En la depresión por el contrario, esta respuesta fisiológica normal está ausente y en lugar de ella, aparecen ideas pesimistas, tóxicas, catastróficas, con una carga de angustia, con una idealización cinematográfica del evento, con matices de fatalidad , con una gran carga de inutilidad y ausencia de salida y soluciones.
El cerebro cuenta con herramientas muy poderosas, para sobreponerse y sobrevivir a un holocausto, a secuestros, a injusticias, a traumas de la infancia, a pérdidas materiales, del entorno o familiares. La historia de la humanidad ha demostrado fehacientemente su capacidad de sobrevivir.
Por ello, surge la pregunta: ¿Por qué no ocurre este fenómeno normal en el paciente depresivo?, o ¿por qué hay depresión sin causa aparente?, ¿por qué aparece en ciertas enfermedades y en otras no?
¿Qué hace, por ejemplo, que un judío sobreviva a dos guerras, a campos de exterminio, a vejámenes sexuales, sicológicos y que termine llevando, con el tiempo, una vida productiva, libre de la carga del recuerdo y sea feliz, y que un empresario, con una infancia feliz, con una vida estable, amorosa y acomodada, intente varias veces suicidarse hasta lograrlo?
¿Donde radica el problema? Evidentemente, en el cerebro. Pero, ¿por qué no hace parte de la solución y se dirige a una autodestrucción?
La carga genética de cada individuo, marcará esta vital diferencia.
Alejandro Velásquez
Endocrinólogo Pediatra