Las nubes hinchadas se agolparon ayer en la tarde sobre el Metropolitano. Creían que iba a llover pero las nubes estaban allí porque ellas tampoco se querían perder ver jugar a James Rodríguez. Otra vez con la camiseta de la selección volvía a ser el jugador que deslumbró en el pasado mundial. En el campo de juego siempre concentrado, peleando y dando todo. Hubo un momento en donde, después de disputar un balón, quedó tendido en el suelo al lado de Pékerman. Don José le preguntó con la mirada si le pasaba algo y James le contestó con el mismo lenguaje que nada. Ese es el trato que un crack como James Rodríguez espera de un técnico: comprensión, ternura, amor. Al fin y al cabo los futbolistas son niños.
Esa alegría que le da jugar en la selección se disipa cuando regresa a Madrid. Allí sabe que lo espera un banquillo dividido en torno a su continuidad, con los celos naturales de jugadores como Lucas Vásquez, Isco, Kovacic y con la renuencia de un técnico que no lo mima, que a veces pareciera no entenderlo, que definitivamente no lo lleva en la buena. Según el Diario El Confidencial de Barcelona, James hizo todo lo posible para irse al Bayern donde lo esperaba Carlo Ancelotti, su otro padre, al Chelsea en donde Antonio Conte quería tenerlo, o al PSG. Con angustia, veía cómo pasaban los días y la buena noticia no se concretaba: nadie parecía estar dispuesto a dar 80 millones de dólares por su pase.
Se esforzó en llegar un día antes de que acabaran sus vacaciones- James no descansa desde el Mundial- en ser el primero en estar en los entrenamientos, pero Zidane no veía el esfuerzo, la voluntad, las ganas de revancha y tanto él, como las directivas de Madrid, cuestionaron el hecho de que no hubiera reducido aún más su periodo de vacaciones para operarse el hombro. Lo volvieron a castigar con la banca a pesar de que fue decisivo para que el Real le ganara la Supercopa de Europa al Sevilla. Lo señalaron, lo sofocaron, James no quería seguir más en Madrid. Las llamadas a su agente ganaron intensidad. Jorge Mendes hacía todo lo posible. Al final no se pudo.
James, después de jugar en Manaos contra Brasil, volverá a Madrid con la angustia de saber que, con la llegada de Ronaldo y Benzemá, tendrá que ver muchos partidos desde la grada. Por eso el colombiano, cuando regresa al Metropolitano, es el héroe que resuelve partidos, el que se sacrifica, el que lo da todo. En el banco no tiene a nadie que lo juzgue ni que lo regañe. En el banco está un padre que confía en él, de pelo blanco y voz suave como un susurro. Un hombre que no lo envidia y que sabe tratarlo como un crack. En la selección, para suerte nuestra, James es James. Los hinchas del Madrid no saben el deleite que se están perdiendo.