En el 2016 el mundo del ciclismo supo de un joven de Zipaquirá de 18 años al que le decían el monstruo. Los números que desarrollaba en todos los simuladores eran los de un campeón. Egan, en el 2018, ya corría su primer Tour con 20 años y mostró una clase, una calidad absoluta, arropando a su líder, Froome, tanto que al otro año ya era el número 1 de su equipo y ganaba su primer Tour con holgura. La diferencia de Egan con el resto de nuestros deportistas, y eso que hemos tenido descomunales campeones, desde Pambelé hasta Montoya, pasando por James, era la mentalidad. Podría ganar un Tour y no naufragar en el intento. Pero ahora nadie sabe qué pasa por la cabeza de Egan. Está triste, no es el mismo. Ha perdido la alegría y la culpa de esto la tenemos los medios, las redes, la exigencia de que, a como diera lugar, retuviera el título del Tour.
Egan no necesita de que un periódico le cuente la oportunidad que perdió. Él está abatido porque por primera vez en su carrera no tuvo piernas para disputar una carrera. Este hombre ha superado todo, no sólo crisis derivadas a la falta de energía en la carretera, pálidas pasajeras, sino golpazos que le han fracturado huesos e incluso han amenazado su vida.
Un problema en la espalda, derivado a caso de la extraña preparación que tuvo esta loca temporada de la pandemia, hizo que llegara enfermo al Tour. Soportó 12 etapas antes del desfallecimiento final. Luego vino la recuperación a ese golpe y vaya que le ha costado trabajo hacerlo.
El propio David Brailsford dejó entrever la tristeza que acompaña a nuestro campeón: "Cuando Egan llegó a Europa y luego a nuestro equipo, tenía una gran sonrisa cada vez que corría. Era agresivo y carismático. Es muy importante que encuentre esa alegría por competir, que disfrute de ser ciclista y que se concentre en todos los procesos”
Queremos volver a emocionarnos en el 2021 con nuestros escarabajos. Crucemos los dedos y que sanen todas las heridas.