En el año de 1992, gracias a la publicación que realizó el New York Times, el mundo pudo conocer, con sorpresa, un documento llamado oficialmente Guía de Planificación de la Defensa para los años fiscales de 1994 a 1999, conocido generalmente como Informe o Doctrina Wolfwitz, contentivo de la estrategia de seguridad para los Estados Unidos. Se le llamó así por cuanto el encargado de su presentación fue el Subsecretario de Defensa, Paul Wolfwitz.
La publicación del documento reservado obedeció a una filtración, la cual permitió conocer las apreciaciones y líneas estratégicas de seguridad de los Estados Unidos para la época. Su contenido ponía de presente la vocación de hegemonía mundial de esa gran potencia, por entonces convencida de su papel de dominación mundial tras la disolución de la Unión Soviética. Según el documento, esa primacía no debería desaparecer nunca.
La principal preocupación de los Estados Unidos debía ser impedir el surgimiento de otra potencia. Ningún país podía adquirir siquiera un poder regional que pusiera en riesgo el liderazgo norteamericano, es decir el orden económico y político internacional impuesto por Washington. Los Estados Unidos estaban facultados para intervenir en cualquier país, con el fin de corregir los errores que pudieran estarse cometiendo en esa materia.
Rusia, desde luego, ocupaba la prelación. Si bien era cierto que el inmenso poder de la antigua Unión Soviética había desaparecido, eso no significaba que los cambios producidos fueran irreversibles. Rusia seguía siendo la potencia militar con mayor poderío en Europa y Asia, y por consiguiente la única que contaba con la capacidad suficiente para destruir a los Estados Unidos o sus aliados. La estrategia debía apuntar a su debilitamiento o destrucción.
Cualquiera puede buscar y leer en Google el contenido de esa doctrina, retomada posteriormente por la administración Bush, y darse por tanto cuenta de que la animadversión y los planes contra Rusia no nacieron por el actual conflicto en Ucrania. Además, puede buscar también el Informe de la Corporación Rand, presentado en 2019, en el cual no sólo se ratifican, sino que se agravan las posiciones oficiales de los Estados Unidos contra el estado ruso.
Pongo como ejemplo el titular con el que el diario digital El Confidencial, de España, con sede en Madrid, titulaba el tema: “Ecos de la guerra fría. El plan para acabar con Rusia: el informe de Rand Corporation”, tras el cual agregaba: El think tank más poderoso de Estados Unidos ha elaborado un informe en el que detalla las debilidades de la nación que gobierna Putin para generar desequilibrios en su seno.
También publicaba acerca de los recursos que alimentaban al prestigioso tanque de pensamiento: “en la actualidad está financiado por los principales órganos de gobierno (la secretaría de Defensa, el Departamento de Salud o la Agencia de los Medicamentos y Alimentos), además de una larga lista de universidades y fundaciones (como por ejemplo la de Bill y Melinda Gates y la de George Lucas, entre muchas otras)”. Y destacaba su decisiva influencia en las políticas de seguridad.
La recomendación central del informe fue la de “dirigir una campaña para elevar la tensión de su conflicto con Ucrania, pero "sin llegar a las manos", ya que evidentemente, de darse un enfrentamiento militar directo, el país de Putin saldría victorioso debido a su proximidad”. Proponía también incrementar las sanciones comerciales y financieras a Rusia, para lo cual habría que coordinar con las demás potencias que integraban la Unión Europea.
Así que el lector más desprevenido puede concluir que la guerra en Ucrania no es el producto de la vocación totalitaria de Putin, sino de un plan previamente elaborado en las altas esferas de la política de los Estados Unidos. Basta con un mínimo de conocimiento en materia militar, para saber que ningún oponente se va a quedar quieto si descubre que se están desarrollando planes para destruirlo. La reacción del Kremlin no podía ser diferente.
La peor de las manías consiste en terminar creyéndose sus propias invenciones
La peor de las manías consiste en terminar creyéndose sus propias invenciones. El objetivo inicial, sin duda, era el de convencer al gran público de lo que interesaba hacer creer, pero, finalmente, el principal convencido resulta ser el creador de la farsa. Semejante enajenación ha pasado a convertirse en la regla dominante en materia de comunicaciones. Ahora, para poner otro ejemplo, Israel es la víctima del pueblo palestino. Y de quienes se solidarizan con este.
Pobrecitos, se defienden como pueden. No son ellos los agresores, ni los ocupantes, ni los neonazis, ni los criminales de lesa humanidad. Igual pasa aquí con los grandes medios. Poseen el todopoderoso don de destruir el mayor de los prestigios y construir la más pervertida de las glorias. Lo hacen diariamente, se ceban en ellos, elevan los suyos al cielo. Pero, ay de aquel que se atreva a confrontarlos, a ponerlos en evidencia. Es lo que pasa con Petro.