La democratización del trancón
Opinión

La democratización del trancón

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enero 19, 2015
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En medio del sinnúmero de anuncios e imaginadas soluciones al flagelo de la movilidad en Bogotá (tren eléctrico por la Séptima; inicios de las obras del metro en el primer semestre de 2015; metrocable para Ciudad Bolívar) el alcalde Petro “le pegó al perrito” con la eliminación del contraflujo por la carrera Séptima”. Una medida de simple ingeniería de vías, que sin embargo  tiene un profundo contenido democrático al restablecer la prevalencia del trasporte público sobre el transporte privado para un sector de la ciudad. Una decisión de elemental justicia con los millares de ciudadanos que trabajan en el norte y viven en el suroriente de la ciudad. Una medida en el camino de la equidad. Una demostración de que la gerencia también produce buenos  resultados, tantos o más que la retórica política.

La discriminación y la segregación entre el norte y el sur,  entre pobres y ricos, en materia de trasporte ha sido una constante de nuestro ordenamiento urbano. La vía en Bogotá la tiene el carro particular, el servicio público debe cederla. La lógica de que lo público prevalece sobre lo privado no forma parte del ideario de nuestros planificadores del transporte urbano.

El problema y los datos del problema siguen siendo los mismos: las mismas vías de hace cuatro años, no se ha construido una nueva ni se construirá, según el twitter-decreto del alcalde Petro: “La ampliación de vías para que quepan los carros que propone @NoticiasRCN sería el peor error urbano de Bogotá”. La mala educación vial  va en aumento y la cultura ciudadana duerme el sueño de los justos y el olvido. La compra de automóviles privados sigue disparada, en el 2014 se incrementó en 102.952 la cantidad de nuevos vehículos que ruedan por las congestionadas y deterioradas calles bogotanas, pese a los angustiosos llamados del alcalde: “la mayor demostración de cultura ciudadana, yo diría democrática, es dejar de usar el carro de manera intensiva”. La construcción de las nuevas vías previstas para la expansión y mejoramiento del Transmilenio fueron paralizadas.

Cada vez más bogotanos echan mano de la compra de todo tipo de vehículos para escapar a la pesadilla de utilizar el sistema público de transporte. El crecimiento exponencial de la compra de motos no lo para nadie: entre 2010 y 2014 el número de motos que circulan en la ciudad pasó de 205.000 a 418.00; los aventurados  usuarios de la bicicleta se han incrementado significativamente, al tiempo que ha aumentado el número de bicicletas robadas y las ciclovías solo crecieron en 27 kilómetros entre 2012 y 2013.  Tras quince años de chatarrización, los buses viejos siguen circulando, contaminando y acrecentado el caos vehicular. Una autoridad de transito que mira para otro lado y siempre está en lugar equivocado, donde no se necesita, donde pueda extorsionar. El anhelado Metro como solución de fondo solo lo podremos usar dentro de ocho años, si bien nos va y el próximo alcalde no decide cambiar de parecer o de trazado.

Una aguda radiografía del contrasentido del contraflujo la hizo en 1996 el experto francés Pierre Merlin, quien expresó el asombro intelectual e  indignación ciudadana que le producía que en Bogotá existiera un contraflujo vehicular por la carrera Séptima para facilitar el tránsito de los automóviles particulares, en detrimento del servicio público de buses, en el cual se movilizan millares de ciudadanos que tras agotadoras jornadas laborales intentan regresar en busca del descanso a sus hogares ubicados en el sur de la ciudad.

Le resultaba no solo antitécnico sino francamente antidemocrático, excluyente y segregacionista que uno o dos ciudadanos en la comodidad de su automóvil particular tuvieran prelación frente a otros ciudadanos incómodamente y peligrosamente transportados en buses de servicio público quienes debían soportan dos o más horas de viaje en medio de un tortuoso y desesperante trancón. (Revista Foro Económico, Regional y Urbano; Contraloría de Bogotá, Abril-Junio de 1996, No. 3.

Al ilustre profesor francés  lo conmovía particularmente ver que la mayoría de los pasajeros que viajaban en los buses dormían casi “descerebrados”, utilizando la ventanilla como almohada, en una acción inconsciente para evadir la pesadilla del retorno a sus hogares. La situación que indignaba al señor Pierre Merlín, no ha cambiado mucho. Lo nuevo es que el alcalde Petro ha hecho eco de su indignación como experto y como ciudadano.

Todas las acciones y esfuerzos tendientes a modificar la inequidad en el trasporte de la ciudad son plausibles. La decisión de eliminar el contraflujo es un esfuerzo positivo por garantizar la equidad y responde a la urgente necesidad de crear una cultura ciudadana que reconozca el derecho que nos asiste a todos de tener un transporte digno y al alcance de todos. No es la panacea; no es la gran solución; pero constituye un acto de elemental justicia con los habitantes del suroriente de la ciudad.

Acortar los tiempos del regreso a casa es un derecho elemental de todos, no importan que se viva en el norte o el sur, se viaje en carro privado o en bus. El sur también existe. A falta de una solución integral al problema de la movilidad, bueno es, al menos, democratizar el trancón.

 

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