Al ELN lo conocí en la Sierra Nevada de Santa Marta a finales de 1987. Su frente se denominaba 6 de diciembre, en homenaje a las víctimas de la masacre de las bananeras. Una causa que generaba simpatía en la gente de la costa atlántica, particularmente en el departamento del Magdalena. A Mario Morales en cambio lo conocí en el Congreso fundacional del partido Farc, treinta años después de mi primer roce con los elenos.
Mi conocimiento directo de esa guerrilla que por entonces se llamaba Unión Camilista-ELN, no cambió la impresión que traía de esa organización desde mi vida civil. Se habían opuesto a los acuerdos de paz firmados por las Farc en La Uribe. Una guerrilla que hablaba de paz y solución política, era en su parecer una traidora al ideal revolucionario. Preferían levantar una consigna maximalista, patria o muerte.
La habían incorporado a su himno. Místicos de talante religioso, acuñaron la palabra nupalom, de la que se enorgullecían porque resumía su pensamiento, ni un paso atrás, liberación o muerte. En alguna reunión con ellos preguntamos a sus mandos por qué habían asesinado a Ricardo Lara Parada, después que se había convertido en un dirigente político de talla nacional. La respuesta fue sencilla, había desertado años atrás de su organización y tenía deudas con ella.
Recuerdo que les inquirimos si no habían valorado las consecuencias políticas de semejante crimen. Lara Parada había fundado en Barrancabermeja y sus alrededores un movimiento denominado Frente Amplio del Magdalena Medio, con un programa de avanzada, de carácter democrático, que se había convertido en un torrente popular. La gente lo reconocía como su líder natural, esa muerte desvertebraba la lucha de masas, iba contra ellas.
Entonces conocí una de las características del ELN. Cuando carecen de argumentos despliegan una perorata larguísima, apelando a consideraciones de uno y otro lado, con las que terminan formando un enredo incompresible. Al final sonríen satisfechos. Y se marchan repitiendo sus palabras zalameras, compitas, la unidad es lo más importante, las masas no pertenecen a nadie, cualquier fuerza puede trabajarlas, Camilo vive.
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Exponía con tranquila sencillez sus argumentos, sin presumir ni enojarse con ninguno, sonriendo, buscando siempre cómo superar cualquier contradicción con su interlocutor
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Si algo en cambio valoré en Mario Morales desde el día en que lo conocí fue su sinceridad. Exponía con tranquila sencillez sus argumentos, sin presumir ni enojarse con ninguno, sonriendo, buscando siempre la forma de superar cualquier contradicción con su interlocutor. Eso sí, sin traicionar nunca sus posiciones ideológicas y políticas. En eso radicaba su genio. En aquel Congreso fundacional descubrió y condenó las maniobras del grupo de Iván Márquez por hacerse a la dirección.
Porque era un revolucionario honesto, enemigo de las componendas y trampas. Si la Décima Conferencia había aprobado por unanimidad el Acuerdo de La Habana, eso significaba que la paz se había convertido en nuestra tarea principal, que las armas quedaban atrás definitivamente, y que no teníamos alternativa distinta que cumplir con nuestra palabra y luchar por el cumplimiento de la suya por parte del Estado. A eso dedicó en adelante su vida, sin vacilaciones.
Asumiendo una de las tareas más complicadas derivadas del Acuerdo, la sustitución voluntaria de los cultivos de uso ilícito por parte de los campesinos de las áreas coqueras. En los Acuerdos se fue claro, si quieren acabar con el problema del narcotráfico, denle soluciones económicas y sociales a los cultivadores. El Estado lo aceptó así y firmó un plan encaminado a ese propósito, el PNIS. Mario trabajaba en ello con las comunidades y una red de funcionarios públicos de alto nivel.
Desde luego que esa actividad es peligrosa. Diversas organizaciones armadas se oponen al fin de los cultivos, tienen una fuente importante de recursos en los negocios subsiguientes. El sur de Bolívar, como el Catatumbo y otras regiones, son un hervidero de contradicciones y violencias por esa causa. La dirección nacional del ELN se encuentra confinada en Cuba, las fuerzas militares han golpeado aquí muchas de sus estructuras y aniquilado sus mandos.
Imagino los dirigentes de esa organización en la serranía de San Lucas o cualquier otro paraje apartado de la geografía nacional. Oyendo de sus superiores que los Acuerdos de La Habana fueron un fracaso, y repitiéndolo como un Credo. Convencidos de que el pueblo colombiano solo espera su llamado para levantarse y derrocar el gobierno. Detestando a quienes les advierten que hace más de medio siglo repiten lo mismo sin la menor posibilidad de realizarlo.
Pensando que la mejor solución es matar a quien se lo recuerde. Como amarraron y acribillaron a Mario Morales en Santa Rosa. Me atrevo a pensar que el ELN padece de demencia senil, aunque haya quienes me dicen que la palabra senil está de más. Ojalá que en un rapto de lucidez se decidan a conversar por fin con seriedad, que entiendan que Colombia reclama paz, sin palabrerías inútiles. En nombre de la revolución no puede desangrarse una nación.