Para iniciar debo decir que la pérdida de fuerza institucional, en este caso la del sistema penitenciario, no es un fenómeno solo local. Si vemos a nuestro alrededor Venezuela, Brasil, México, por nombrar algunos, son países con índices de corrupción similares o mucho mayores a los de Colombia. Tal vez el origen de todo esto puede ser el subdesarrollo económico y más que eso el cultural, ya que la llamada "malicia indígena” de la que gozamos los latinos puede ser la respuesta del por qué.
Se pregunta uno si realmente la corrupción y la delincuencia se reutilizan en el país. Según Mauricio Beltrán, abogado PHD de la Universidad Externado de Colombia, la corrupción y el crimen organizado son causa de la disfuncionalidad de las cárceles, donde no se sabe quiénes son más peligrosos si los reclusos o los guardias. Contado por él mismo, si un patio desea acceder a telecomunicaciones se deben asegurar pagos de $50.000.000 semanales en llamadas (reventa de tarjetas prepago), dice que si los Nule hubiesen encontrado este negocio antes no se complican a licitar con el estado.
“En Colombia no hay manzanas podridas, la canasta está podrida”, es así como Mauricio autor del libro Por qué se reciclan la corrupción y el crimen organizado en Colombia expresa de manera muy diciente que vivimos en una sociedad donde las instituciones han perdido total credibilidad y que muchas veces el buen servidor público llega a cansarse de luchar toda la vida contra la corrupción hasta que ella misma lo vence y lo hace parte de sí misma. Una canasta podrida es el Inpec, que pareciera una institución al servicio de los delincuentes y no del estado, en la cual la mayoría de los presos continúan delinquiendo y en donde no hay una reformación, sino una escuela para volverse más criminal.