La vocación de la medicina es quizás la más prestigiosa y la más admirada de todas. El médico es para muchos de nosotros una especie única, una combinación de mago, artista, sanador, consejero, amigo, científico, maestro y ser humano que se entrega al servicio sin pausa y sin límites.
Bien recuerdo en mi niñez las varias ocasiones en que mi madre me llevó a consulta con el Doctor Betancur, un personaje mítico quien trabajó en Fredonia en épocas de mi nacimiento, quien atendió el parto, y que convenientemente atendía en el barrio Manrique cuando nos trasladamos a Medellín.
Ella y yo íbamos con total confianza, seguros de que encontrábamos remedio en sus fórmulas y en su cariñosa presencia y atención a cualquier dolencia. Y así fue siempre. Y la verdad que no solamente con él; ya adulto, esa ha sido la constante: el médico tiene respuestas y sabe.
Pero sí he ido notando, cada vez más, que, además de atender a los pacientes en las consultas e intervenciones, el médico debe llenar formas y registros y dedicar tiempos a hacer preguntas a los pacientes, que se antojan, al menos ligeramente, burocráticas y administrativas.
Es que a diferencia de los sencillos tiempos ya idos, ahora todo hace parte de un sistema en el cual la medicina es una gran burocracia, así que el médico es también un funcionario. Otra notable diferencia es la importancia creciente que se da a la utilización de exámenes de laboratorio y a pruebas corporales, con lo cual se busca acertar con mucha mayor precisión en los diagnósticos y trabajar en forma preventiva.
Es que, ante el avance de la ciencia y de los instrumentos, la medicina ha adquirido más y más connotaciones científicas, objetivas y precisas. Con estas tendencias, es todavía más claro que la medicina es un complejo sistema sujeto a la burocracia y a la información científica.
¿Entonces, cómo podría estar la medicina bajo sospecha, esa profesión única, tan excelentemente reglamentada, sistematizada, soportada en datos y servida por personas que dedican muchos años a formarse con clara vocación fundamentada en el estudio, la ética y el amor por los demás?
En forma magistral, detallada, humorosa y seria a la vez, el doctor Emilio Alberto Restrepo, ducho escritor y explorador de los recovecos de la malicia y de la bondad humana, nos lleva en esta novela, en un recorrido casi detectivesco, por los tortuosos senderos que con frecuencia deben recorrer los médicos para defenderse y sobrevivir a tres grandes peligros que acechan su profesión y su práctica.
El primero de ellos es el del enorme y traicionero impacto de la ambición económica, que se manifiesta en la frecuente presencia de personajes que ven en la profesión una oportunidad para conseguir dinero y privilegios a base de todo tipo de manipulaciones, oportunismos y trucos, aprovechando los espacios de la burocracia, la inocente bondad de las personas y el aura especial que confiere la profesión.
Son estos médicos una minoría, pero su acción puede ser extremadamente perturbadora pues su malicia carece de escrúpulos y de límites. No se escapan los pacientes a las ambiciones económicas; bajo el consejo de abogados, varios de ellos ambiciosos malandrines también, suficientes pacientes y sus familiares, aprovechan cualquier circunstancia, complicación y dificultad, tan naturales en temas de salud, para demandar al sistema, a las clínicas o a los médicos.
Con ello crean angustiosas espirales para los médicos, que se convierten en sospechosos criminales, sujetos a multas, cárcel y desprestigio. La novela pinta estos dos paisajes en forma admirable, señalando que las dos ambiciones están claramente relacionadas y diseñadas, como si se tratara de harpías, para crear daño y tormento.
El segundo peligro tiene que ver con las probabilidades de ser objeto de demandas por malas prácticas y errores. Esto es evidente dada la naturaleza de esta profesión que debe atender urgencias, heridas de todo tipo y miles de enfermedades y complicaciones, además de salvar vidas y casi que literalmente, resucitar personas que ya han entrado al túnel de la muerte.
Muchos de los familiares de los pacientes solo aceptan la curación radical como resultado de la medicina, sin importar la edad de los dolientes o las condiciones o las costumbres de los mismos. Para muchos de ellos, el concepto de riesgo y la incertidumbre no existen. Si no hay curación óptima, si hay resultados no deseados, ven como la mejor medida demandar y exigir una compensación económica, lo cual consideran justo, en vista de que la sospechosa medicina da lugar al enriquecimiento de entidades, médicos y clínicas (y, naturalmente, de las compañías farmacéuticas).
Acá están prestos los abogados, los fiscales y hasta los jueces, para aplicar condenas. El novelista traza con conocimiento de causa, cómo deben proceder los médicos para protegerse de todo esto, adquiriendo seguros, siendo muy cuidadosos, teniendo excelente memoria, enorme paciencia, cultivando buenas relaciones y en último término, confiando en su inteligencia, honestidad y persistencia para salir avante cuando estas cosas se atraviesan en sus caminos profesionales.
El tercer grave riesgo, que se desprende de los anteriores, es el de caer víctima del sistema judicial, viéndose obligado el médico, ahora oficialmente sospechoso y sujeto a
acusaciones y a posibles condenas, a trasladarse a los laberintos de los juzgados, sujeto a la lenta burocracia legal, a las potenciales arbitrariedades de jueces, funcionarios y fiscales, transitando por terrenos desconocidos en los cuales todo lo que se diga puede ser tomado en su contra y nada de lo que se diga puede ser aceptado, y sí cuestionado. Un sistema judicial en el cual los procesos no terminan fácilmente, pues hay que recurrir a instancias y a tribunales y cruzar los dedos y rogar porque haya entendimiento, equilibrio y justicia; o, desgraciadamente, resignarse a caer en el desprestigio y la ruina.
Emplea el novelista un recurso muy didáctico para introducir a sus lectores en todas estas desafortunadas aventuras de la sospecha. En la novel hay un narrador, un experimentado médico de amplia capacidad para examinar situaciones conflictivas, quien con frecuencia da conceptos autorizados, como experto, durante los procesos de revisión relacionados con las buenas y malas prácticas de la medicina.
Este, narrador, en primera persona, aconseja, anima y apoya amistosamente a un joven médico que ha sido víctima de las circunstancias quedando atrapado en un amenazante juicio, donde las cosas se complican más y más.
El médico veterano nos cuenta a los lectores intimidades para que tengamos contexto, a la vez que sostiene diálogos con su joven pupilo, cuyos estados de ánimo describe con una mezcla de compasión y objetiva observación, mostrando las dos caras que hay siempre en cada cosa y circunstancia.
¿Y qué puede concluir un lector desprevenido como yo, luego de recorrer todos esos casos y esos azares? Me viene a la mente un mayor sentimiento de admiración por estos profesionales y por esta profesión, por estos magos de la vida cotidiana que alivian el sufrimiento sin importar que haya pacientes desagradecidos; enormes riesgos; sistemas burocráticos absorbentes y demonios escondidos.
Para ellos importa más la sanación, la recuperación del paciente, el natural sentimiento de gratitud, el evidente aumento en la salud de las poblaciones, en la calidad y en la esperanza de vida y la diaria satisfacción del deber cumplido. En ellos veo al doctor Betancur de mi niñez, siempre buena gente y acertado, solo que ahora lleno de herramientas, de instrumentos y de espacios de atención, frutos de un sistema cada vez más maduro y completo.
Y me viene a la mente la importancia de la honestidad y de la ética en todos los espacios, no solamente el de la medicina, sino en el de la vida personal, laboral, judicial y del derecho, en todos los campos. Atentos a no caer en las tentaciones del enriquecimiento, de la manipulación del otro y del trato indecente es irrespetuoso con los demás.
Y como en todo proceso, tener la mente abierta hacia el acusado, que no debería estar bajo sospecha, sino bajo examen, cuando ocurran cosas que deben ser explicadas; y ser capaces de aceptar el riesgo y la incertidumbre como aspectos propios de todo desarrollo meritorio, evitando la tentación de encontrar culpabilidad y víctimas por todas partes.
Tener conciencia de que las personas que ejercen profesiones de alto riesgo deben ser muy respetadas ya que para ellos cada momento constituye una delicada operación de todos los días, lo cual aceptan con honor y con fe.
Un libro muy interesante, de una gran factura literaria que no dudo en recomendar. Sin lugar a dudas, un testimonio muy valioso y documentado, que invita a una profunda reflexión.
*Ingeniero Mecánico, presidente de la Sociedad Antioqueña de Ingenieros y Arquitectos – SAI. Autor de múltiples libros y artículos técnicos y literarios.
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