Esta chica, la de la fotografía de abajo, soy yo. Sí, yo. Hace cinco año,s luego de tener 3 bebés. Yo.
Esta foto la sacaron junto al lago, dos meses antes de cumplir 35 años. Pesaba 55 kilos y desde los 15 no estaba tan delgada.
Aun así, cuando miré estaba foto sentí que me veía gorda.
Mi peso ha subido y bajado a lo largo de los años. Ha llegado muy arriba, como la fotografía de abajo. Y ha llegado muy abajo, como en la fotografía de más arriba. Ha sido como una montaña rusa, solo que menos divertido. Esto es lo que pasa cuando pasas por un embarazo, das pecho, te fuerzas a ejercitar, odias el ejercicio, amas el ejercicio y te obligan a ejercitar.
Conseguí el físico que tengo en la foto de “después” luego de perder a una dulce bebé, luego de haber estado casada, divorciada y casada otra vez, luego de cambiarnos de casa muchas veces, luego de romperme una pierna, luego de cuidar de muchos bebés como enfermera, y luego de despedir a muchas personas con este mismo rol.
El otro cuerpo que ves, este “físico atractivo”, fue logrado comiendo unas “suficientes” 1.000 calorías al día, corriendo 56 kilómetros a la semana (16 todos los domingos), durmiendo un promedio de 3 horas al día, contando cada pedazo de comida que consumía, escribiendo y controlando mi peso todos los días durante un año, corriendo en las escaleras del hospital en mis turnos de 12 horas, dejando de menstruar, negándome comida cuando tenía hambre e impidiéndome dormir.
Pero esta es la “yo” que puedes reconocer:
La fotografía fue tomada hace dos meses, 4 meses antes de cumplir 40 años en compañía de mis 5 hijos. Soy la que parece mamá.
¿Estás confundido?
Quizás ya ves a lo que voy con todo esto: Sé que muchos verán esto y dirán algunas de las siguientes cosas: 1. Wow, te veías bien ¿Qué pasó? 2. ¿Cómo llegaste a pesar tanto? 3. Espera, ¿por qué te ves peor en la foto de “después”? Así no funciona.
Quizás algunos de ustedes dirán que estoy gorda.
Quizás otros dirán que me veo feliz y saludable.
Soy ambas cosas.
Quiero dejar atrás este estereotipo porque no es real. Ser delgada no me hizo feliz. Tener un six-pack era sólo eso, tener un six-pack. Ser talla 36 hizo que fuese mucho más fácil comprar ropa y supuestamente verme “mejor” porque, asumámoslo, la ropa es diseñada pensando en gente de talla pequeña. Ser talla 36 hizo que la gente en la calle se diera vuelta a mirarme. Repetidamente. Hizo que los hombres en el supermercado me hablaran y que los doctores del hospital me propusieran tórridos romances. Me hizo obsesiva con cada detalle de mi cuerpo, desde mi panza con estrías hasta la definición de mis bíceps.
Me convirtió en muchas cosas.
Pero no me hizo feliz.
Hizo que me obsesionara con el ejercicio, con cuánto tiempo podía pasar en el gimnasio al mismo tiempo que cuidaba de mis tres hijos pequeños y trabajaba 12 horas. Me hizo googlear todo tipo de alimentos para ver cuántas calorías tenían. Me hizo comer alimentos que odiaba y dejar de lado alimentos que me encantaban. Todo eso me hizo delgada.
Pero no me hizo feliz.
Esto no tiene nada que ver con que las personas delgadas no son felices, quiero que comprendan las cosas que la delgadez no trae consigo: a. una cura para la tristeza o b. una felicidad garantizada.
Lo que quiero decir es esto: La felicidad no requiere delgadez. La gordura no provoca tristeza.
He estado escribiendo este artículo en mi cabeza por semanas. Y hoy leí esto. Ese artículo fue lo que me impulsó a terminarlo y publicarlo. Necesitamos más voces que se alcen para que podamos ser escuchados en los medios de comunicación, para que podamos ser escuchados por sobre la publicidad de pastillas para perder peso o las curas para bajar de peso rápido o la cirugía plástica para curar cosas que no están mal.
Los cambios en mi medicación (para tratar mi trastorno bipolar) han resultado en que ganara 5 kilos más desde que esa foto fue tomada. La mayoría de mi ropa no me queda bien y me desanima un poco. No pretendo que meterme en jeans dos tallas más pequeñas sea divertido. No lo es. Es cómo ser un embutido. Pero ahora puedo ver cambios dramáticos no sólo en mi cuerpo, sino que también en mi mente. Hay una calma, una felicidad y una paz que nunca sentí. Vale los 5 kilos. 5 kilos son insignificantes cuando se comparan a mi voluntad de dejar ir algunas cosas, de sentarme con mis hijos, de dormir.
Estoy feliz. Estoy gorda y feliz.
¿Quieres sorprender a la gente? Intenta esto en tu hogar: Sé gorda y feliz. Se gorda sin darle excusas a nadie. Usa un bikini. Come pizza y helado y disfrútalo. Bebe una botella de vino y no te disculpes.
El mundo quiere que seas delgada. Han cientos de industrias que ganan a través de tu inseguridad. No son nada. El mundo quiere que creas que ser delgada y bella es ser feliz. Quiere que creas que sólo podrás tener amor y una vida como la que quieres si eres bella. Y eso no es así.
Publicado originalmente en Ravishly