En Colombia vivimos en una constante incertidumbre por saber qué está bien y qué está mal, día tras día se presentan innumerables casos en los que los colombianos “no sabemos qué hacer”. La problemática de la inseguridad se volvió pan de cada día: innumerables hurtos, extorsiones, homicidios, violaciones, se volvieron parte de nuestra nueva normalidad.
Lastimosamente en Colombia se le presta más atención a lo que menos importa y viceversa. Igual pasa con la ley, las leyes son drásticas para quienes hacen el esfuerzo de cumplirlas, pero son endebles con quienes simplemente las quieren omitir. Resulta que el ciudadano colombiano debe ser como la citada frase, “Si te pegan en una mejilla, pon la otra”. Al parecer, aquí en Colombia debemos poner ambas mejillas y esperar a que el golpeador termine, para sobarle las manos. En Colombia, es un delito responder a cualquier afrenta con otra cosa que aceptación y comprensión. ¡Qué ironía!
La inseguridad en Colombia es realmente preocupante, pero lo más especial del tema es que, al parecer, solo tenemos que vivirlo los ciudadanos del común, que nos toca enfrentarnos al día a día contra la incertidumbre y el miedo provocado por los delincuentes, salir de casa y persignarse para no encontrarse con uno de estos sujetos, porque paradójicamente esto no se extiende a alcaldes, gobernadores, senadores, congresistas y demás personajes públicos, que al contar con un esquema de seguridad, hombres armados y carro blindado, viven en una burbuja de “falsa seguridad”. Esto es como tener a un bebé en una habitación cubierta de almohadas, el bebé no corre riesgos, pero de la puerta de la habitación hacia afuera, el mundo es completamente diferente.
Esta figuras políticas, que en campaña electoral se juntan con parte de la sociedad, y se desplazan por las calles como uno más, al llegar a su cargo no solo olvidan esos paseos electorales y sus promesas, sino que, como sumatoria, buscan crear leyes para desamparar al ciudadano de bien. Hace pensar que en su campaña toma la posición de “infiltrado” para ejecutar un plan que acabe con el bien de una población que inocentemente lo eligió.
Por supuesto, no todos los políticos son así, pero son realmente pocos los que se preocupan por el bienestar de los ciudadanos. Personalmente, me gustaría invitar a ciertos senadores y congresistas a que hagan el ejercicio y, por una semana, apliquen lo que pretenden hacer con la población, dejarnos indefensos como ya lo estamos, con una política que favorece únicamente a los delincuentes. ¿Cuánto podrían recorrer dentro de un sector vulnerable de cualquier ciudad de Colombia sin perder como mínimo sus pertenencias?
Senadores, congresistas y políticos, que no saben cuánto cuesta una libra de arroz, pero son los encargados de hacer una reforma tributaria, inflando los precios de la canasta familiar. Personajes similares se encargan de hacer proyectos de ley y decretos para la seguridad de la ciudadanía, ¿con qué conocimiento de causa elevan proyectos para protegernos?
A ellos simplemente no les interesa la seguridad del ciudadano de bien, y buscan crear cortinas de humo y culpar para desviar los verdaderos focos de atención, a los implementos, en este caso las mal llamadas “armas traumáticas”.
A partir de 2016, empezaron a llegar a Colombia las primeras armas de bajo riesgo conocidas como “traumáticas”, llamadas así por el populismo amarillista de algunos, pues si bien es cierto tienen similitud en apariencia con las armas convencionales, estos implementos tienen diversos usos en la actualidad en Colombia: masificación del tiro deportivo, descubrimiento de modalidades competitivas, recreación y aprovechamiento del tiempo libre.
Esta actividad comercial genera empleos directos e indirectos que han beneficiado a más de 10.000 personas y familias en Colombia. A nivel nacional en los últimos 2 años se han creado más de 60 clubes con reconocimiento deportivo afiliados a las secretarías de deporte y los INDER departamentales.
No menos importante es la cantidad de dinero en impuestos que generan estos artículos, solo el año pasado se registraron más de $150.000.000.000 (ciento cincuenta mil millones de pesos), solamente pagados por el gremio de importadores. Este impacto socioeconómico no debería pasar desapercibido, antes deberíamos preguntarnos, ¿Dónde están esos ciento cincuenta mil millones de pesos en impuestos?, porque en el Chocó hay una parte de la población que no tiene agua potable y le toca recoger agua de los pozos para su alimentación, a esto me refiero al decir, “se le presta atención a lo de menor importancia, pero se hace caso omiso a lo que realmente importa”. Lo datos anteriores, o las cosas “buenas”, son datos que NO se verán o se escucharán en los medios de comunicación con más envergadura en Colombia, debemos entender que lo bueno no vende, lo alarmista y amarillista es lo que se publica en primera plana.
Personalmente, pienso que los medios de comunicación, en general, tanto en Colombia como en el resto del mundo, perdieron el rumbo, no son medios veraces, sino medios transformadores de información a conveniencia, donde se crea suspicacia al tratar de convencer a los usuarios, sesgando sobre lo que está bien y lo que está mal, quién es el bueno y quién es malo, desviar focos de atención con las famosas cortinas de humo.
Resulta bastante extraño la satanización que se le da a las armas de bajo riesgo en Colombia, entre políticos, gobernantes y medios de comunicación, quieren hacer ver que la culpa de la problemática de seguridad social es de estas, cuando literalmente es una minoría la que actúa de manera ilícita con el implemento.
Cada vez que se hace un reportaje de las armas de bajo riesgo en Colombia, se muestran imágenes irreales y fuera de contexto, buscando mal direccionar al receptor o en el peor de los casos desinformar, pero aún con una falta total de investigación y veracidad, se da la noticia. Imágenes de incautaciones de armas de bajo riesgo donde, claramente muestran armas reales, fusiles de guerra, cartuchos 5,56 mm, .50 e incluso granadas, esto para el consumidor de información que no conozca de armamento podría fácilmente pensar que la población se arma para la guerra. Diferentes imágenes en las que se muestra un pedazo de madera con un tubo modificado, y el periodista en su nota asegura que es un “arma traumática”, estadísticas con cifras manipuladas de incautaciones, en donde se muestran exorbitantes malos usos, para hacer ver al ciudadano que estas armas son el problema.
Es preocupante ver en las incautaciones cómo mezclan pistolas de fogueo, traumáticas, taser, aire comprimido, airsoft, paintball, donde relacionan todo dentro del mismo saco para hacer crecer una estadística irreal. Lo que se queda por fuera eso sí, es que casi el 70% de las armas las tienen que devolver por malos procedimientos, queriendo resaltar que en algunos casos son absurdas las justificaciones, como por ejemplo en la ciudad de Cali, donde le quitan un arma de bajo riesgo a un ciudadano por no tener el tapabocas puesto, o este caso que es peor, un cuadrante móvil de la policía quitando una pistola a un ciudadano Americano, alegando que es ilegal que él tenga consigo ese implemento y adicionalmente manifestándole la suerte que tenía por el hecho de que ellos no lo iban a reportar ni a hacer ningún comparendo, si accedía a entregarla sin hacer ningún tipo de papeleo. ¿Esto es legal?, lo dejo en el aire para que cada uno saque sus propias conclusiones.
Esta es la realidad que vivimos en nuestro país, lo poco que tenemos para defendernos, adquirido legalmente, estuvo a una firma de convertirnos en “criminales”, aún hoy estamos con la incertidumbre por no saber que va a pasar. Los medios de comunicación y el gobierno piensan que, prohibiendo las armas, la paz llega por obra y gracia del espíritu santo, pero no es así, lo fácil es acabar con las armas de bajo riesgo y el porte legal de armas en Colombia, lo difícil es fomentar su buen uso, crear conciencia de sus alcances, buscar convertirnos en uno de los mejores países en el tiro deportivo, como lo fuimos en los ochenta y parte de los noventa, buscar poner a pensar al delincuente antes de actuar.
En Colombia debemos ser conscientes de que la delincuencia se volvió una gran industria, ya no solo basta con robar a las víctimas, si no que también los asesinan, ¿con qué fin si ya entregaron todo? Es triste, pero, como se volvió un negocio, ahora la sumatoria es hurto más asesinatos, podríamos decir que esto sube el prestigio del delincuente y, suena crudo, pero, para “futuras contrataciones” sus servicios serán más costosos. Tantas personas inocentes muriendo en las calles, tratando de no oponerse, pero aun así asesinados, todo porque el hampa se tomó las ciudades y ahora somos su sustento.
Entonces, ¿cómo nos protege el gobierno? Desesperanzador pero real, cada vez estamos más desamparados, cada vez es más difícil poder adquirir un arma convencional, ahora es casi imposible, y los precios son surrealistas, solo alguien de buena posición económica puede adquirir un arma con sus trámites legales, el resto de la población, es decir, la clase media, queda totalmente a la deriva, quienes lo poco que tienen son las armas de bajo riesgo que están a las puertas de la prohibición.
Aquí quiero hacer un llamado a la población, estamos a vísperas de unas nuevas elecciones, no nos dejemos comprar con discursos populistas, empecemos a tener criterio y responsabilidad social, el problema actual es que en el gobierno no hay ningún doliente, no hay quien represente a muchos ciudadanos que estamos cansados del abuso de la delincuencia.
A los medios de comunicación, por favor, para construir país no solo debemos mostrar lo impactante para vender noticia, mostremos lo bonito de este país, lo bueno y las capacidades que tenemos como colombianos, no tergiversemos la información para crear un pánico social, el peor error de nuestra sociedad es que no creemos en nosotros mismos, sabiendo que muchas veces hemos dado lecciones al mundo con grandes personajes que han puesto en alto la bandera de nuestra nación. Ellos sí creyeron y alzaron con felicidad nuestros colores. Construyamos país tomando conciencia de que la ley debe favorecer siempre a la persona de bien y no estar en la encrucijada de violar esa delgada línea del bien y del mal.