Conmovedora, por lo menos, la imagen de la audiencia en la que el fiscal Moreno pretendía acogerse a los beneficios de la confesión para la rebaja de su pena.
Conmovedora también la carta en la que pide perdón a su mamá, a su hija pequeña y a su esposa. Como afirma él, pedir perdón de corazón no es fácil, sin contar con que “son muchas decepciones” las que surgen de este hecho que “a cualquiera de nosotros le puede pasar” porque desde el encierro y “en medio de todas las críticas” hoy sabe "que nadie camina la vida sin haber pisado en falso”.
Este esquema de pedir perdón de manera pública hace carrera y no es ajeno a todo el malestar que hoy vive nuestra sociedad y que nos tiene sumidos en la pobreza moral. Se pide perdón desde la cima y el prestigio con “filosóficas” justificaciones, se pide perdón con el acicate de que cualquiera puede caer en el error y ser blanco de señalamientos y acusaciones. El resultado de esta manera de proceder y de razonar se vio en la misma audiencia virtual ante el juzgador, en donde el señor Moreno dijo que estaba siendo presionado con una orden de inminente captura de su esposa y que si había recibido un dinero, era en efecto la suma de dos pesos; consecuencia de ello, su confesión fue apenas un remedo de la eficaz colaboración y aceptación de los cargos para la obtención de beneficios en la condena.
Una de sus subalternas reaccionó así ante la carta de Moreno a la que nos referimos:
“Todos habremos haber pasado por situaciones difíciles, ellas si del azar y de la vida, pero no todos pisamos en falso. Algunos preferimos seguir siendo limpios, así ello nos impida escalar en cargos. Todavía queda en la entidad personas honestas que no merecemos ser equiparadas en condiciones. Así no se pide perdón, no puede ser el pedir perdón otro acto de soberbia cuando primero se argumentan méritos que palidecieron ante la gravedad de los hechos” (Noticias Uno, julio 1 2017)
El destronado fiscal demostró desde su arrogancia que como abogado puede ser muy hábil pero fracasó en su propia causa y perdió la oportunidad de obtener beneficios en su proceso penal; su defensor le dio la espalda y quedó en evidencia que no fue suficiente que estuviera convencido de que “nadie en la vida camina sin haber pisado en falso”.
Hay un estrago, una enfermedad que circunda nuestra sociedad; con el uso de la tecnología y desde la investigación y las fuentes cada vez más inmediatas de consulta de hechos y antecedentes queda al descubierto la fuerza de la verdad a la que nos es imposible sustraernos en una conducta delictiva. Sin embargo, en la conciencia y en la mente nos resistimos a aceptar como verdadero acto de contrición el resultado de nuestro proceder.
Este fiscal se valió de todo su poder, de todos los medios suministrados desde el Estado y del prestigio que lo rodeaba por sus relaciones con la clase política para actuar como actuó de manera sucesiva; desde su formación y conocimiento eligió un proceder que él mismo califica como objeto de críticas y señalamiento y desde ya, se muestra ansioso por comparecer ante la justicia norteamericana, queriendo pasar la página, muy seguramente convencido de ir a plantear allí ser un perseguido político en Colombia.
A raíz de todo este confuso escenario se puede decir que los orígenes están en nuestra precaria formación moral, en el abandono del hogar que forja sólidos principios.
La grandeza intelectual de esta promesa de abogado omitió aquella recomendación de nuestro olvidado escritor José María Vargas Vila: “La inteligencia en un hombre sin carácter es como la belleza en una mujer sin virtud; un ingrediente más de su prostitución”.