La situación jurídica de Álvaro Uribe Vélez, el tristemente célebre expresidente y exsenador de la república, es tema de análisis y controversia. Hoy se debate si debe ser juzgado con la Ley 600 o con la Ley 906, un drama judicial que para muchos es simplemente una de las muchas comedias que se representan en este país de mentiritas. Lo que llama la atención, más allá de lo que se dice últimamente de este varón electoral, es la defensa que se costea para demostrar su dudosa inocencia. Una de sus estrategias ha sido la emplear en las altas cortes y en la fiscalía a sus abogados de renombre (Granados, Lombana y de la Espriella), dejando al sindicado Diego Cadena para que buscara en las cárceles, en donde hoy pagan condena algunos paramilitares, los testimonios que hoy lo tienen bien emproblemado.
A buen entendedor, pocas palabras bastan, al menos eso dicen en mi pueblo. Queda claro que Cadena es el abogado de los mandados, el del trabajo sucio. Sin embargo, para la defensa uribista esto es falso, no es más que una patraña que busca dañar el buen nombre de su cliente. Lo más triste de todo esto es que periodistas como Vicky Dávila, sin analizar las pruebas que comprometen al acusado, salen a defenderlo con columnas que tratan de mentiroso al testigo que decidió revelar la verdad del paramilitarismo en Antioquia. Se puede decir que hay todo un entramado mediático para hacer pasar a un culpable por inocente, a pesar de que en la Corte Suprema de Justicia se encuentra todo un acervo probatorio que en otro país llevaría a cualquier mandatario a la cárcel por crímenes de lesa humanidad.
Alguien con tres dedos de frente podría decir que Uribe está tratando de zafarse de algo que realmente lo compromete. No se nos ha dicho todo lo que pasó en el Aro, una masacre que da cuenta de la brutalidad que perpetró el paramilitarismo con una población que nada tenía que ver con la guerrilla, y que sin duda alguna relaciona a Uribe y a sus contertulios con el financiamiento de este hecho violento. Sin embargo, la señora Vicky Dávila pasa por alto la realidad de los hechos y le esconde a los colombianos las versiones de los paramilitares, muchos de ellos callados para siempre, que aseguran que la familia Uribe Vélez tenía conocimiento de lo que hacía Carlos Castaño y sus sanguinarios hombres.
La defensa de Uribe, tanto la judicial como la mediática, hará todo lo posible para sacar avante a su ídolo de barro. Pero está claro que aunque no sea condenado, quedará el recuerdo del hombre que le abrió las puertas de la política al narcotráfico, que ayudó a crear tras bambalinas a los ejércitos paramilitares que hoy asesinan a los líderes sociales y que podrían volver a las filas para imponer un régimen fascista. Es triste la realidad que se vive en esta república de mentiritas, pero satisface saber que al menos la imagen de santo de Uribe hoy es reemplazada, gracias a la conciencia colectiva, por el del sonido la motosierra y las ráfagas de fusil, dos símbolos que representan para muchos su espíritu criminal.