El mundo se estremeció con el testimonio de Brittany Maynard, una estadounidense de tan sólo 29 años. Podría ser la primera vez en la historia que presenciamos que una persona, en el pleno uso de sus facultades, decide comunicarle al mundo la fecha en que quería morir; el motivo, el peor cáncer cerebral en el más avanzado estado.
Este caso tiene muchos matices. Es una reflexión sobre la vida y lo "injusta" que puede llegar a ser, representa la oportunidad para despedirse, para perdonar, es la muestra más grande de amor -me refiero a la actitud de la familia-, dejarla ir es el mejor regalo. Constituye una manifestación única de la voluntad. Brittany compartió fotos de sus colosales logros, siempre se veía sonriente y decidida.
Pensando la situación desde Colombia- tras la decisión de Brittany -con todo el respeto que ella y su familia merecen- es la opción –válida y justa- de una muerte digna, un tema sumamente complejo. Ella es consciente de lo dolorosa y cruel que puede ser el desenlace de su existencia. La principal razón de su decisión. ¿Cómo podemos pensar en morir dignamente si gran parte de la población en nuestro país no vive en condiciones dignas?
Difícil tarea, mucho más, si cargamos a cuestas una tradición judeo-cristiana enmarcada en el sufrimiento y la autocompasión. Aun así, el mensaje de la valerosa Brittany debe calar en lo más profundo de nuestros corazones; la dignidad, un valor tan importante y escaso en nuestra sociedad -incluso para morir- se debe recuperar. ¿Cómo? No olvidando, tal como lo ha hecho Brittany, el concepto del buen vivir.
De ninguna manera vamos a juzgar la decisión de Brittany, sólo podemos comprender su dolor estando en sus zapatos, una tarea “imposible” en un país imbuido en la intolerancia. Tenemos mucho que aprender…
@zamivar