La decepción que me causó Claudia López

La decepción que me causó Claudia López

"Su compromiso con la no polarización la ha llevado a no comprometerse con apuestas de cambio social y también a ensañarse con respuestas ambiguas"

Por: Mónica Eraso
octubre 24, 2019
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La decepción que me causó Claudia López
Foto: Las2orillas

En 1992 la artista queer neoyorkina Zoe Leonard escribió un poema electrizante que se ha venido viralizando y resuena en nuestra casetera cada vez que nos acercamos a los tiempos electorales. “Quiero una lesbiana de presidenta. Quiero una persona con sida de presidente y un maricón de vicepresidente y quiero a alguien sin seguro médico y que haya nacido en un lugar donde la tierra esté tan saturada de desechos tóxicos que no haya podido elegir si le daba leucemia”, son solo las primeras frases del poema-manifiesto.

El poema de Leonard nos pone la piel de gallina porque el presidente que imagina invierte punto por punto el perfil de los candidatos que generalmente se postulan para los cargos de elección popular: hombres que son hetero o que lo aparentan, blancos, ricos y en el caso de Colombia —para completar— suelen ser hijos de expresidentes.

Imaginamos que si logramos que quien toma las decisiones que nos afectan a todas ha tenido las experiencias de sometimiento, vulneración de derechos y carencia de las mínimas posibilidades que permiten que la vida sea vivible, su experiencia de vida se traducirá en un gobierno para las mayorías, es decir, un gobierno en el que todas las experiencias minoritarias tengan cabida, un gobierno, finalmente, democrático.

Como entre las posibilidades electorales no encontramos aquel personaje fantástico que Leonard y muchas de nosotras queremos que nos gobierne, optamos por la que más se le parezca. En esta contienda para la alcaldía de Bogotá 2019, Claudia López encarna lo más parecido, en términos identitarios, a la candidata soñada. Para empezar es una mujer lesbiana que, lejos de ocultar sus afectos, ha encontrado en su pareja, la senadora Angélica Lozano, una compañera política y juntas han hecho la que sea tal vez la primera campaña lésbica del país.

A pesar de que las declaraciones de López difícilmente han hecho manifiesto aquello que soñábamos, dado el malestar que los otros tres candidatos generan en buena parte del electorado de izquierda, se ha unido a la campaña de López con la esperanza de que al ser una mujer que habla abiertamente de feminismo y que ha logrado la alianza con varias mujeres de la política progresista del país nos pueda ofrecer una serie de medidas para disminuir las brechas sociales, para invertir en la educación pública, para encargarse de una fuerza policial que desvergonzadamente ha mostrado su cara más represiva durante la alcaldía de Enrique Peñalosa.

Entrevista tras entrevista y —sobre todo— tuit tras tuit esta esperanza se nos ha venido derrumbando. Por un lado su compromiso con la “no polarización” la ha llevado a no comprometerse con apuestas de cambio social, pero también a ensañarse con respuestas ambiguas que dejan a la ciudadanía sin un piso firme para conocer sus propuestas; por otro lado su discurso anticorrupción, otra de las banderas de su campaña, hace aparecer el ethos de despojo de la clase política colombiana, ligado, por ejemplo, a linajes familiares que han heredado cargos en el poder desde hace un siglo, como una serie de decisiones individuales que hay que combatir. Pero todavía teníamos la esperanza en sus políticas de género y diversidad sexual que aunque no han estado explícitas en sus propuestas, imaginábamos destilarían de su valiente lesbianismo público.

Ayer, en el Debate de las decisiones, la candidata demostró que la identidad no destila proyectos políticos. Cuando le preguntaron sobre su postura en materia de educación sexual y “teniendo en cuenta las altas tasas de maternidad y maternidad temprana”, López escogió la tercera respuesta: la educación sexual debería “ser responsabilidad exclusiva de la familia”. Los colegios, ni públicos ni privados, deberían entonces interferir en el modo en el que cada familia prefiera educar a sus hijos en términos de género y sexualidad. Ninguna política distrital, pues, para prevenir la violencia sexual, la discriminación por razones de género u orientación sexual. Ninguna formación, entonces, para evitar la vulneración de derechos a niñas y niños que no se adaptan a los modelos heteronormativos de existencia.

Sí, al otro lado de la pantalla escuchábamos con asombro su preferencia, en materia de educación sexual, el shock apareció cuando escuchamos las razones detrás de su escogencia: “todas las familias son amor, pero tienen sus propios valores, su propia fe, su propia manera de abordar este tema. Nadie ajeno a la familia les puede imponer una manera de educación sexual”. En un país en el que el que cerca del 40% de casos de violencia sexual contra niños y niñas es perpetrado por un familiar, la idea de que “todas las familias son amor” resulta contraproducente.

Pero la cereza del pastel es argumentar que los colegios no deberían intervenir en materia de sexualidad porque cada familia tiene “sus propios valores, su propia fe” y por ello “nadie ajeno a la familia les puede imponer una mandera de educación sexual”. Recordemos que uno de los argumentos de la derecha colombiana, alimentados por la presión ejercida por las iglesias evangélicas, para votar “no” en el plebiscito por la paz de 2016, era que con las cartillas de educación sexual Ambientes escolares libres de discriminación, las niñas y los niños colombianos se volverían maricas y lesbianas y optarían por cambiar de género cada vez que llegara la luna llena. Para este sector reaccionario, las cartillas tenían lo que en la jerga popular se terminó llamando paródicamente “el rayo homosexaulizador”.

Las cartillas fueron el detonante de lo que la derecha vino a nombrar como “ideología de género” y que para nosotras había sido siempre feminismo: un movimiento social y político que busca conseguir igualdad de derechos para mujeres y hombres, con independencia de sus preferencias sexuales, de sus expresiones de género, de su color de piel y de la clase social donde haya tenido el gusto, o el disgusto, de nacer. Paradójicamente la primera candidata lesbiana a la alcaldía de Bogotá, tal vez en su búsqueda de votos de la izquierda y de la derecha, de los evangélicos y de los ateos, de la comunidad queer y de los homofóbicos, terminó por defender la apuesta más reaccionaria en materia de educación sexual. Tal vez con esto debamos repensar si queremos una alcaldesa lesbiana o si preferimos a alguien que con independencia de su identidad gobierne pensando en otorgar derechos a los grupos a los que históricamente se les han vulnerado.

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