Ahí está, se pasea como si buscara a alguien, creo que lo hace para que se acostumbren a su presencia, después se sienta con naturalidad y se va apropiando del espacio de «dueño», círculo invisible, pero real, que le permite decir: este lugar y lo que hay en él me pertenecen.
Pasa de los cincuenta años, tiene esa apariencia de los hombres a los que la modernidad dejó atrás. Viste sobrio, camisa fucsia con líneas azules y un pantalón de color oscuro, zapatos pulcramente lustrados. Ahora tiene en sus manos los cubiertos y es un cliente gozando de su pedido, trincha con eficacia, saborea el alimento, muestra modales cultivados, cuando gira la mirada, bajo la cabeza y me concentro en mis asuntos, no quiero avergonzarlo.
Toma una servilleta de papel y toca con refinamiento sus labios, cuida no estropear su bigote cortado con esmero, creo que en algún momento de su vida esta era la ocasión para tomar el vino, pero en la mesa escogida no queda bebida, los vasos de plástico están vacíos. Con desenfado deja pasear la vista por la gran sala del comedor del supermercado Éxito buscando su próxima estación, por un instante se encuentra con mis ojos, temo que piense que lo he descubierto. Me doy prisa en bajar la cabeza, aparento estar ocupado ensartando papas a la francesa y ensalada dulce con la única intención de que se llene de confianza y siga con lo suyo. Lo busco de nuevo, no está en su antiguo sitio, espío el salón para hallarlo sin que se dé cuenta. Escudado en una cerveza fría, logro encontrarlo en el preciso momento en que lleva a su boca un vaso con Coca Cola. No sé por qué de pronto siento admiración, no lástima, sino un sentimiento de complicidad con el tipo, es algo que no sabría explicar, yo mismo no encuentro las palabras adecuadas para decirlo.
Voy a la barra, pido otra cerveza y regreso a mi mesa, tomo solo un sorbo y me levanto con la firme intención de marcharme. Me alejo del salón y me ubico detrás de unos estantes de comestibles cerca de las cajas de pago donde no pueda verme, espero a que vaya por la cerveza.
Estudia el panorama con la ciencia acumulada de la necesidad, se levanta del puesto que ocupa, mira a derecha e izquierda, y con toda la sencillez del mundo se sienta en la silla que antes fuera mía, toma la cerveza con una de sus manos y bebe con solemnidad, mientras yo, de lejos, brindo con él con una cerveza imaginaria y pienso en esta generación de colombianos que nunca podrá jubilarse.
La decadencia de los estratos
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