Empezaba el año 1700 y Joseph Galaz estaba a punto de tomar un barco y padecer tres meses flotando con ratas, ladrones y escorbuto, con tal de no sentir el fracaso que lo abrazaba en la Nueva Granada. Había llegado tres años antes de que se acabara el siglo y tenía que conformarse con arreglar alfeizares, cabezas de santos rotas, o cruces astilladas. Su sueño de ofrecerle algo al Señor realmente auténtico, majestuoso, sublime, se deshacía con los días. Las grandes obras de arte religioso parecían hacerse en Quito, en Nueva España o Nueva Castilla. No en Santa Fe.
Desalentado alistaba su bastimento cuando un encargo de la Compañía de Jesús le dio la señal de que viajar a América no había sido en vano. Los jesuitas le ofrecieron 1.100 pesos de entonces, el equivalente a trescientos millones de ahora, más la alimentación de los tres orfebres que lo acompañarían en la obra, con tal de hacer la custodia más sublime que estas tierras hubieran visto.
El catalán empezó soñar. Y se fue por lo grande. Encargó 63 perlas caribeñas de Curazao, 68 amatistas de la India, 28 diamantes de Suráfrica, 13 rubíes de Ceylan (hoy Sri Lanka), 1400 esmeraldas de Muzo y un zafiro del reino de Siam (hoy Tailandia). Total: 1.759 piedras preciosas de la mayor calidad, engastadas en un tabernáculo móvil hecho con nueve kilogramos de oro de 18 quilates, de estilo barroco y morisco, y a parte de todo esto siete años para terminar de hacerla.
Los ojos del artesano se deslumbraban al ver sus ochenta centímetros. Su cuidada elaboración le garantizaba un lugar en el cielo. Con celo, los jesuitas la fueron mostrando durante sesenta años hasta que el rey Carlos III, cedió ante la presión que ejercían las otras órdenes monásticas ante él y dejándose embrujar por la cizaña y los celos ordenó la salida del país de la Compañía de Jesús.
Una vez salieron de Colombia los jesuitas, nada se supo de su joya más preciada. No había certeza, pero los cuentos que se tejieron sobre ella demostraban lo mucho que le importaba a la monarquía apoderarse de ella. Buscaron en todas partes, en el subsuelo del colegio San Bartolomé de Bogotá, enviaron informantes al Vaticano para ver si la joya estaba en alguno de sus escondites más secretos. Con el paso de los años se pensó que los jesuitas la habían vendido a un coleccionista privado en los Estados Unidos y hasta se dio perdida.
Un siglo después la compañía de Jesús regresó y con ella La Lechuga, como se le conocía a la joya por el intenso verdor que irradiaban sus esmeraldas.
Corría el año 1851, y el radical liberal José Hilario López, decidido a quitarle el poder a la odiada Compañía de Jesús, mandó a expropiar la custodia. Los religiosos tuvieron tiempo de esconderla y dársela a un ciudadano anónimo que la escondió en su casa los cuatro años restantes del mandato de López.
Los recursos de la venta de La Lechuga sirvieron para iniciar el Programa de paz del Magdalena Medio en cabeza de Francisco De Roux S.J
De esa fecha databa su extravío final. Se hacían conjeturas cada vez más locas acerca de su paradero hasta que en 1986, volvió a aparecer. Los cambios en el mundo y en la Iglesia después de Concilio Vaticano II marcaron nuevos derroteros y el compromiso social con los pobres, con los sectores más abandonados de la sociedad se convirtió en un imperativo de las órdenes religiosas. Los jesuitas no estaban exentos de ello y se tomaron la decisión de centrar esfuerzos en proyectos en áreas apartadas del pais donde conflicto dejaba una dolorosa huella. La custodia seria vendida al Banco de la República para preservarla como valor artístico en el Museo de arte religioso y evitar su salida del pais y el dinero sería empleado en obras sociales.
Gracias a la gestión de los sacerdotes Horacio Arango y Francisco de Roux, los 2 millones de dólares por la que fue vendida hace ya casi treinta años serían empleados en un programa para ayudar a construir la paz en Colombia. Nació asi el Programa de paz del Magdalena medio al que el padre Francisco De Roux le entregó más de veinte años. Este se convirtió en punto de referencia en los peores momentos del conflicto colombiano y consiguió el apoyo de la cooperación internacional especialmente de la Unión Europea para replicar iniciativas en las más duras zonas de violencia del país.
Después de 30 años, La Lechuga vuelve a salir del país pero con todos los seguros, los permisos y la protección. Desde el próximo 3 de marzo será la obra invitada en el Museo del Prado de Madrid donde estará expuesta como uno de las representaciones más suntuosas del arte barroco americano hasta finales de mayo. El ángel de Záfiro y las más de 1400 esmeraldas de Muzo, deslumbraran de nuevo a los españoles.