El 16 de diciembre pasado la COP 25 (Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático) se clausuró en Madrid y no en Santiago de Chile y dos días después de la fecha prevista. No se realizó en Santiago debido a la intensidad y la persistencia de las movilizaciones populares contra la funesta política neoliberal del presidente Piñera y se prolongó más de lo debido en Madrid por causa del radical desacuerdo sobre las normas del mercado de carbono entre Australia y Brasil y la Unión Europea. Tanto los organizadores de la cumbre, la ONU y los comentaristas de los medios habían coincidido previamente en señalar que el objetivo fundamental de esta Cumbre era reglamentar el artículo 6 del Acuerdo de París suscrito hace año. Y como no se pudo hacer, por dicho desacuerdo, los resultados de la misma volvieron a quedarse en el terreno de las buenas intenciones. Como ha venido ocurriendo en todas las cumbres realizadas hasta ahora. Carentes del carácter imperativo de los compromisos vinculantes.
Yo tengo sin embargo una objeción de conjunto a esta cumbre y es la de que si centró hasta tal punto en las emisiones de CO2 fue por un diagnóstico del estado de emergencia medioambiental que padece el planeta que lo reduce al solo dato del calentamiento global y que atribuye dicho calentamiento casi que exclusivamente a las emisiones de los gases de efecto invernadero, entre los que sobresale ciertamente el CO2. Desde luego que estas últimas son muy importantes y su drástica reducción es una obligación de todos nosotros. Pero si estamos expuestos la sexta extinción de la vida en la Tierra es también por una serie de otros factores igualmente importantes, entre los que sobresalen la deforestación salvaje de bosques y de selvas, la expansión igualmente incontenible de la agricultura industrial, el crecimiento incontrolado de la “ciudad desparramada”, el uso intensivo del vehículo privado en detrimento del transporte público y del uso de buses en vez de metros, tranvías y trenes. Eso para no hablar de la contaminación de los ríos y de los acuíferos por los vertidos tóxicos y de los mares por los residuos de plástico. Ni de las guerras, que esas también contaminan y destruyen el medio ambiente: en este momento hay una en Ucrania, una en el Asia Central, dos en el Medio Oriente y dos en África.
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Lo más triste es que todos esos capítulos son asignaturas pendientes en Colombia
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Lo más triste sin embargo es que todos esos capítulos son asignaturas pendientes en Colombia. Cuyos gobiernos, al igual que el de Iván Duque, se han mostrado dispuestos a suscribir acuerdos como los de Kioto o París y todas las declaraciones bien intencionadas que le han puesto por delante. Pero no solo no hacen prácticamente nada para ponerlas en práctica sino, que por el contrario, apuestan por medidas que van en contra del cumplimiento de estas buenas intenciones. Como es el uso del glifosato, el fracking, el estímulo a la gran minería o los obstáculos inacabables a la construcción del metro de Bogotá. Y no hablo de la guerra, porque me estremezco.