Para comenzar a hablar de Juventino Ojito y de su más reciente logro musical, representado en la nominación al Premio Grammy que acaba de anunciarse la semana pasada en la Categoría de Cumbia & Vallenato, hay que hablar de muchas de sus ejecutorias como arreglista, compositor, intérprete del clarinete y el saxo, y como productor de grandes méritos.
Pero baste decir que fue Juventino quien con algunas composiciones de Martín Madera, gran letrista y melodista de nuestra música; al lado del prodigioso bajista Edgardo Fábregas; y con la voz de Juan Carlos Coronel, quien logró producir uno de los más interesantes discos de música colombiana en mucho tiempo. Me refiero a un trabajo titulado Abrazando mi cultura (2005), que tuvo una desgraciada manera de morir sin apenas circular en virtud a la estupidez de las casas disqueras, a la corta visión y a la falta de criterio de la radio musical en nuestro medio, y a unas desavenencias personales, consecuencia de todo lo anterior, que dieron al traste con lo que sin duda considero un alto momento en el desarrollo de nuestra música popular colombiana.
Para no abundar en detalles sobre el episodio de la referencia, toca decir que el disco terminó circulando muy precariamente luego de que le afeitaron todo lo que precisamente tenía de extraordinario y misterioso.
Así que pasemos ahora a lo que nos reclama esta columna. Hace poco menos de un año el maestro Juventino puso en mis manos un nuevo trabajo que escuché casi hasta la saciedad durante muchos días. Descansamos unos días el disco y yo, y volvímos a las andadas durante largas horas de audición, al final de las cuales no dudé que estaba nuevamente ante la presencia de otro de esos productos extraordinarios salidos de la experiencia y el conocimiento del maestro Ojito, esta vez un trabajo exclusivamente dedicado al universo de la cumbia pocabuyana, precisamente titulado Cumbia del Río Magdalena.
Se trata de una producción hecha a nombre de Juventino Ojito y su Son Mocaná, que cuenta además con un gran nómina de grandes nombres de nuestra música del Caribe colombiano: Carlos Piña, Chabuco, Checo Acosta, Chelito de Castro, Edwin Gómez Fantasma, Gabriel Rumba Romero, Juan Piña, Milton Salcedo, Pedro Ramayá Beltrán, Mayté Montero y Verónica Vanegas, entre otros, que unidos a la plantilla con la que Ojito ha estado trabajando desde hace mucho tiempo en su Son Mocaná logran redondear un merecidísimo homenaje a nuestro emblemático ritmo.
Para ello se adentró en el antiguo imperio Pocabuy de la depresión mompoxina y El Banco, y de allí extrajo un puñado de temas de compositores vernáculos como Armando Pisciotti, Humberto Pisciotti, Indalecio Rangel, Guillermo Puello, Mariano Caro y Everley García, todos medularmente unidos a los temas ancestrales de la cumbia: el pescador, el río, la Candelaria, el tambor, el millo, la pobreza campesina, la bailadora legendaria, la fauna y la flora de los montes…
El disco abre con un arreglo magistral en el que el acordeón, en manos de Chelito de Castro y con acordes de bajo a la manera de las clásicas cumbias de Landero, se une a un maestro de la flauta e’ millo como Pedro Ramayá Beltrán para que Checo Acosta y el propio Ramayá se alternen en el canto de “Llora pescador”, un tema de gran riqueza de timbres y recursos.
Otro punto alto de esta producción es “La Candelaria”, fiesta ancestral vinculada con la cumbia, encargado a una voz colombiana unida a grandes éxitos de este género como es el caso del atlanticense Gabriel Rumba Romero, quien imprime su poderosa huella cumbiera a este tema de Humberto Piscciotti que evoca atmósferas, anécdotas, fechas y personajes de la cumbia banqueña en un marco musical de brillantes metales melodiosos, sintetizadores, apuntes sabios y sabrosos del piano de Artuz, para un arreglo de verdad impecable.
En este momento del disco no puedo evitar echar de menos entre los compositores elegidos al estupendo Pacho Cobillas, compositor banqueño de grandes páginas de la cumbia, especialmente su “Fiesta del 2 de febrero” que hubiera lucido de maravillas en este disco.
Otro de los temas en el que la cota de calidad musical se dispara de manera especial es una cumbia montañera de bello vestido orquestal titulada “Pájaros del monte”, de Indalecio Rangel, en la que el espíritu del tema, incesantemente subrayado por el coro, contrasta con la dulcísima voz de Verónica Vanegas, y en diálogo de llamada y respuesta desgranan una letra de interesante alcance poético y descriptivo.
Otro tema de sobresalientes méritos musicales y de agradable ambiente costumbrista envuelto en un inmejorable arreglo que involucra acordes de jazz en el piano de Milton Salcedo, caña e´millo y metales elegantes es el títulado Se va a quedá que cuenta también con una muy buena interpretación vocal de Edwin Gómez.
En fin, este es un disco marcado por toda una serie de rasgos distintivos que le permiten a la música popular bailable del Caribe colombiano seguir siendo un componente importante no sólo del panorama internacional de la música latina de hoy, sino del lenguaje y el amplio mercado de la world music.