La cultura platafórmica
Opinión

La cultura platafórmica

Sin regulaciones, las plataformas en poco tiempo lograrán ciudadanos con cerebros obesos, perezosos, inútiles para pensar

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julio 16, 2023
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Todos estamos maravillados con la posibilidad de acceder a películas, series, juegos o todo tipo de contenidos visuales en la palma de la mano. A cualquier hora y desde cualquier sitio es posible consumir entretenimiento que estupidiza. Si no se regulan las plataformas y se les establece una función social, el daño que van a provocar será difícil de curar. El cerebro se nutre de conocimiento. Si consume contenidos chatarra tendremos una ciudadanía con cerebros desnutridos, subalimentados, atrofiados. Las plataformas audiovisuales exigen regulación para el bienestar social.

De poco serviría conectar a las regiones a costos altísimos para que los ciudadanos accedan a juegos, porno o entretenimiento chatarra en vez de desarrollar emprendimientos propios de la era digital. Es una batalla que requiere un árbitro. Las plataformas necesitan millones de suscriptores y los contenidos son la carnada para atraparlos. Proyectar una cultura que ofrezca interpretaciones para atravesar y justificar la existencia es otra tarea. Las sociedades necesitan pan y circo por supuesto, pero solo circo es un contrasentido.

Con la producción industrial de comida pasó algo similar. Al principio era un privilegio consumir hamburguesas con papas fritas y gaseosa a precios bajos para todos. La industrialización solucionó un problema de comida. Luego descubrimos que una generación de ciudadanos padece diabetes y enfermedades cardíacas. que ningún sistema de salud resuelve, gracias a la comida chatarra. La gran industria de alimentos necesitaba utilidades y su lobby impidió la oportuna regulación de la publicidad y de las calidades y cantidades de los ingredientes para que alimentaran en vez de enfermar.

Sin regulaciones, las plataformas en poco tiempo lograrán ciudadanos con cerebros obesos, perezosos, inútiles para pensar. Tendremos enfermos mentales (como los que ganan las elecciones) que solo pueden explicar el mundo que los rodea por las series que han visto; o por el diseño de los juegos que los hipnotizan; o por los micro videos que circulan en las redes. Todos con un lenguaje primario que apela a los sentimientos y poco a la razón. La capacidad de atención disminuye día a día. Un ciudadano corriente tiene cada vez más limitada su capacidad de atención para entender su entorno. Eso sí, pagan automáticamente la suscripción.

La huelga de actores y guionistas de Hollywood dejó ver parte del problema. El negocio es vender suscripciones. Es diferente producir ideas y convertirlas en imágenes en movimiento para provocar sensaciones, presentar interpretaciones o divulgar conocimientos. Crear dramas, aventuras, ficciones, comedias, documentales era una tarea especializada de las casas productoras. Miles de guionistas y actores que durante décadas desarrollaron ideas quedaron obsoletos. Las viejas empresas que corrían riesgos, e invirtieron capitales enormes, que ganaron y perdieron millones esperando que la taquilla impredecible les agradeciera el esfuerzo, están desapareciendo.


Ni C surgieron como un desarrollo lógico de la industria del entretenimiento. Fueron ingenieros quienes diseñaron las autopistas digitales que luego necesitaban lucrarse del invento


Ni Netflix, ni Amazon ni Apple surgieron como un desarrollo lógico de la industria del entretenimiento. Fueron ingenieros quienes diseñaron las autopistas digitales que luego necesitaban lucrarse del invento. El negocio de las plataformas nació sin que invirtieran un dólar en desarrollar contenidos, sin tener formación ni experiencia en el área. Solo sabían que la gente consume entretenimiento.

Netflix empezó a comprar derechos de las producciones que los estudios tenían abandonados en sus bodegas. Puso a disposición millones de horas de imágenes de los canales de la televisión. Todo por USD$ 15 al mes. Sin horarios ni límites. En el antiguo modelo había que desplazarse hasta una sala de cine, a horarios predefinidos, pagar US$20 por una boleta y una bolsa de crispetas, por cada película que el ciudadano quisiera ver. Ahora son miles de horas de cine y series disponibles por casi nada. Una competencia irregular.

Los estudios se demoraron en  entender lo que el nuevo negocio significaba. Primero le vendieron a Netflix sus archivos logrando un ingreso inesperado. Luego se dieron cuenta que la plataforma ganaba una fortuna gracias a ellos y limitaron sus ventas. Entonces las plataformas empezaron a producir para no depender de las viejas casas. Cuando se dieron cuenta que el negocio era poner sus contenidos en una plataforma ya la desventaja era enorme pero de todas formas hacen el esfuerzo.

La continua caída de las cifras de televidentes de los canales abiertos, de suscriptores a los servicios de cable y de espectadores en las salas de cine, contrasta con el crecimiento de suscriptores a las plataformas. El valor de las acciones de los estudios está por el piso. Los despidos y la baja de salarios son inmensos. La oferta de productos audiovisuales crece, pero con más y más contenidos chatarra. A veces las plataformas invierten sumas importantes en grandes creadores, pero como parte de su campaña de posicionamiento. Les tocó entrar al mundo de la producción porque los estudios no les vendían, pero no son los creadores los que deciden sino la necesidad de aumentar suscriptores. No es una buena película la que lleva a la gente a los teatros a pagar boleta. Es la cantidad de contenidos a precio fijo lo que la gente prefiera quedarse en casa. Si cuatro películas al mes en un teatro vale lo de un mes de plataforma…. Y

La idea de las plataformas es genial. Es la ausencia de estado que piense en el bienestar ciudadano lo que falta. En la medida en que crece la demanda de contenidos  digitales, los costos de producción también bajan, pues hay sobreoferta y la competencia entre proveedores es inmensa sin que las plataformas inviertan un dólar en el desarrollo den ideas.  Miles de empresas invierten sus recursos para ofrecerles contenidos, a riesgo. Las plataformas escogen lo que saben que el suscriptor desea. Con la ventaja de ser creadores, productores distribuidores y recaudadores.

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